Cronigrafía

La Mosca y un poeta nostálgico

Actual frente de la esquina “La Mosca” en Piñeiro. Escribe Antonio J. González.

En la esquina de la Avenida Pte. Perón (ex Pavón) y De la Serna se encuentra la casa que identificó la denominación popular de esa zona: La Mosca, y sobre la ochava, coronando la esquina, estaba el bajorelieve de una mosca. Con el tiempo se había erosionado de tal manera que, hace pocos años, se reconstruyó y ahora vuelve a dominar la casa la curiosa figura. En esa zona vivió la familia de un poeta nacido en ese barrio de nuestra ciudad, Carlos Penelas, y nos cuenta esa singular coincidencia:

 

“”La Mosca” se transformó en los años 50 en fonda –dice Penelas-. Mi tío Pedro Fraga -casado con la hermana de mi padre, Isabel Penelas- fue concesionario de esa fonda (sólo comida, sin alojamiento) durante varios años. Lo atendían sus cuatro hijos: Luis, Pedro, Eduardo y Manolo. Gallegos, de Independiente, igual que mis otros primos de Piñeyro; los Villanueva y los González”.

 

Esa esquina fue tradicional en la zona y coloreaba todo lo que estaba a su alrededor. Allí funcionó desde 1853 hasta 1912 el Destacamento de Bomberos Voluntarios Nº 1. Con el tiempo se convirtió en el nombre de la zona y alrededores. En 1913 se abrió un Salón – Teatro “La Mosca” en el área del barrio. Funcionó hasta 1928 que se rebautizó con el nombre de Teatro “Madrid”. La misma calle -que luego fue Galicia- tenía también el nombre del famoso insecto.

 

Pero el poeta acostumbra a registrar de un modo singular las experiencias de vida, su tiempo y su lugar. “La casa a la que hago referencia era la de mi tía Silvia Penelas, calle Mariano Acosta entre José de Sucre y General Villegas. Mi familia, la casa donde nací, quedaba a pocas cuadras de allí: Mariano Acosta 1018, pegada al terraplén del Ferrocarril del Sud (Midland).” Y Penelas describe la atmósfera y las visiones de su infancia:

 

“Ahora los cuartos están vacíos. / Y la parra hace tiempo que desapareció./ Sin embargo aún escucho sus risas, / el olor de los platos, el ladrido del perro, / las canciones de la aldea. / Es incierto el rostro de mi tía, / la mirada se nubla en los retratos. / Se presienten primos, novias, vecinos. / Las voces, la bendición de los abuelos. / Estoy de pie frente a una casa. / Soy un hombre duplicado, un solitario / que anhela la transfiguración y su morada. / Como un extraño designio de la vida”.

 

La memoria sensitiva de Penelas, va y viene, una y otra vez al barrio,  la casa, sus padres, su infancia: “Esta es la habitación que la memoria encuentra. / Por aquí entraba el niño corriendo de la plaza”.

 

Pero la nostalgia es sólo eso: humo, recuerdos, palpitaciones. Y unas cuantas palabras escritas sobre una página, un libro o un diario.  O una simple mosca sobrevolando nuestras cabezas.

 

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