Yo soy del Docke… Me llaman «Porota»

Nuestro querido Barrio de Dock Sud cumplió el 11 de noviembre 120 años, con ese motivo es mi intención dar a conocer el relato de una antigua y querida vecina, Juana María Zisa, como homenaje a todos los pobladores del Docke, que con su trabajo, sus privaciones y ejemplo de vida desde la patria chica colaboraron a engrandecer nuestro querido país.
Miguel Crugley

Me llamo Juana María Zisa, pero todo el mundo me conoce por Porota y quiero contarles algunas cosas de la 2da. sección de Dock Sud.

Mis padres, Don Ignacio Zisa y Doña Antonina Ruffino, sicilianos, como muchos de lo que poblaron esta zona, arribaron en el año 1914 y comenzaron a trabajar la quinta cuyo frente daba a lo que es hoy, Av. Debenedetti, con fondo en Ayolas y cuyos laterales eran Manuel Ocantos por un lado y el actual edificio de la Sociedad de Fomento por el otro.

Los productos eran comercializados en Avellaneda para lo cual era necesario transportarlos en bote a través de un caudal que nacía en el río y moría en la Av. Mitre.

Por lo que es hoy Debenedetti (Facundo Quiroga en ese entonces), pasaban las vías del Ferrocarril que transportaba granos hasta los silos ubicados en Solís e Ingeniero Huergo; si se habrán divertido mis hermanos junto a sus amigos pinchando las bolsas de maíz, travesura que tuvo su lado triste el día en que Pulguita Pestandrea patinó y el tren le cortó los dedos de un pie.

Como nací en el año 25, los paisajes que yo veía eran distintos, hacia el norte la vía me llevaba a la civilización: las escuelas, los cines, los comercios y los bailes del Sportivo Dock Sud o el Club Alemán; hacia el sur todo era más bucólico, con le verde de las quintas de los Nucci y de Chico Mónico y a un costado la capilla en la que el Padre Alfonso daba un ejemplo de tenacidad y lucha por engrandecer la parroquia, aún me parece verlo con su infaltable toscano, colocando ladrillo tras ladrillo en la construcción de lo que es hoy la Iglesia de Santa Catalina de Siena.

Acuden a mi memoria muchos recuerdos, algunos lindos, otros no tanto: la inundación del año 1940 en la que murió ahogado el burro de la Toscana y mi familia fue evacuada en zorras del Ferrocarril; la inauguración del sistema de agua corriente en el 47, con un acto justo en la esquina de casa; otra vez las inundaciones en el 58 y 59. En el 58 yo estaba embarazada, en el 59 a mi beba el aparecían los primeros dientes de leche; la fundación de la Sociedad de Fomento, con Canay como su primer presidente, instalada en una casilla justo al lado de la Capilla; el acto de apertura de la Av. Debenedetti, magnífica obra que nos permitió conectarnos con zonas de las que vivíamos aislados, acto en el que mi madre, la más antigua y más anciana pobladora le entregó ucranio de flores al Gobernador Alende.

Bueno… avancé demasiado en mis recuerdos y tengo que rebobinar a fuerza de ser injusta con aquellos seres que con su trabajo echaron las simientes del barrio. Don Esteban Ivanovich, en cuyo despacho de bebidas se tejieron muchas historias y al que el Padre Alfonso, entre misas y albañilería entraba a tomar una reconfortante cañita, los Rarocevich, los Martín unos andaluces de aquellos; el alemán Dostal, que a pesar de su problemática jamás dejó de concurrir a su trabajo en la Chade; los Bellón, unos gallegos macanudos; Don Agustín Gimeno, su esposa doña Teodora y su hija Lala quien fue la primera graduada como Maestra; Don Ignacio Swisstun, ucranio a quien un criollo como Delindo Leviva se le coló en la familia al casarse con un su hija Irene.

La lista continúa, pero la voy a cortar aquí, dedicándole este pequeño relato a mi esposo Alberto y a mi hija, la Dra. Mónica Viviana Ivanoff, agradeciéndole a Miguelito Crugley y a Chiche Bajko, cuyos antecesores también lucharon y trabajaron en el barrio, por la oportunidad que me han brindado para volver a vivir.
Porota Zisa

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