Una mirada sobre César Vallejo

Escribe: José Costero (desde Barcelona, España)

En el mapa poético de América, después del prado otoñal poblado por el Darío de albos corderos y engalanadas marquesas, se alza César Vallejo, morador del inmenso macizo andino habitado por cóndores y de aridez sísmica.

Este cholo peruano, huesudo, tormentoso, hecho de raíz de grito, socavado por el hambre, herido por la pena, sucumbió sin exequias ni llantos solemnes. Su existencia terrena fue un calvario recóndito, sin otra geografía que la espiritual, sin otro cordón umbilical que el dolor de España. Fue un juglar de la protesta ahogada, viajero impenitente, ombligo y nervio del ara en que se convirtió su corazón. Y asumiría su propia muerte como dogma vital. Cuando el dolor le acosa se vuelca sobre las cuartillas y forcejea con la muerte y escribe, escribe, como quien se desangra.

Decía haber nacido un día que Dios estuvo enfermo, grave. El dolor de vivir nace del juego cruel y disparatado de lo fortuito. Duele la miseria y también el misterio incomprensible de la existencia. El azar absoluto es la muerte súbita de un niño, la de un anciano tiritando de soledad, la de un amante entre las sábanas tibias aún de amor. Y como no puede resignarse se alza contra el desorden, el caos, la injusticia.

Sostiene Vallejo que el dolor es inmenso, llega a ser cósmico, pero nuestros dolores son cotidianos: Y el mueble tuvo, en su cajón, dolor. Aconseja el poeta que debemos actuar, luchar por desterrar el sufrimiento del mundo; hay hermanos, muchísimo que hacer, porque el dolor no es bueno, aunque nos haga sentir con hondura y nos hunda en la desesperación hasta forzarnos a gritar la esperanza. Ensanchando el lenguaje, desarticulándolo –siempre a través de la experiencia humana- de los ámbitos lingüísticos. Su poesía refleja la actitud fatalista y resignada que Vallejo padeció a lo largo de su vida. Es una confesión abierta, una continúa oración en busca de redención: la búsqueda que él siempre anheló de un mundo mejor.

Y si después de tantas palabras / no sobrevive la palabra!

Podríamos decir que en Vallejo hay un gran dualismo entre lo que él considera amor sensual y amor puro. En Los heraldos negros se nota todavía su erotismo de tendencia romántica, con las ideas constantes de la muerte y la sepultura. Se siente el amargo desaliento que sigue al acto físico del amor. Se ha dicho que su erotismo es el del mestizo, no obstante pudiera ser el resultado de su adherencia personal a su madre, a su hogar campesino, con muchas hermanas, y muchachas lugareñas, inocentes y sencillas en contraste con la pasión de las mujeres de las grandes ciudades. Quizá la tragedia personal de Vallejo acentúa este dualismo; su pobreza, la ausencia de su hogar y sus primitivas raíces y por ello persiste en el recuerdo, en su nostalgia, en la remembranza perpetua.

Y hembra es el alma de la ausente / Y hembra es el alma mía.

Pero en César Vallejo existe otro amor en su última etapa que absorbe sus conflictos y sublima su desbordante necesidad de un afecto inmenso, puro y elevado. Es una querencia ya no a la mujer sino a la humanidad. El dolor otorga una identidad común, es la realidad última del conocimiento. Su dimensión abarca fundamentalmente al hombre abandonado, como él, a los pobres y a los desamparados. Para él no hay más naturaleza que la humana ni más paisaje que la desdicha humana.

Un hombre pasa con un pan al hombro. / ¿Voy a escribir, después, sobre mi doble?-

La mayor parte de los poemas de Trilce fue escrita en la cárcel. Huyendo del sumario que se instruye contra él, llega a París en 1923. Allí, en la capital francesa, aquel poeta provinciano que era, experimenta que es un ser sin un hogar verdadero, sin dinero ni reconocimiento intelectual. Son quince años de exilio, años de estrecheces y de miseria. Vallejo escribió innumerables artículos periodísticos, algunos ensayos y la novela El tungsteno. Y versos, muchos versos, donde comunica con digno abatimiento la soledad del hombre frente al mundo, entre el dolor y la vida. En ese claroscuro se perfila su voz expresionista y solidaria. Una búsqueda de una coherencia gramatical que pueda, al mismo tiempo, dar fe de lo intelectual y de lo emocional.

Llamo, busco al tanteo en la oscuridad. / No me vaya a ver dejado solo, / y el único recluso sea yo.

El estallido de la guerra incivil española le afecta profundamente. Fruto de esta experiencia es España, aparta de mí este cáliz, libro escrito sobre papel fabricado por los soldados republicanos del ejército del Este, que iba a ser publicado por ellos mismos y que al parecer fue destruido al ocupar Catalunya las tropas franquistas. Sus poemas son un canto ahogado a la supervivencia de España, otorgándole a ésta el carácter simbólico en cuanto se refiere a la humanidad entera. Una visión apocalíptica de la contienda y su propio lenguaje se ven impregnados finalmente de un tono profético y visionario. Como señala Larrea, el drama español precipitó el propio drama de Vallejo. Su preocupación por el hombre como colectivo, del individuo frente a la masa, del poeta frente al poema. A través de los versos va integrándose en la gesta colectiva. Acude a los escenarios de batalla más cruentos, en fraterna comunicación con los milicianos.

Después de recorrer el frente, regresa a París, se siente agotado y sufre una enfermedad que los médicos no saben diagnosticar. Muere un viernes santo, el quince de abril de 1938, Me moriré en París, con aguacero/ un día del cual tengo ya recuerdo/ Al parecer, durante su agonía repitió insistentemente: Me voy a España.
Pese a todo, logró que ni la historia ni la miseria asesinaran al niño que jamás dejó de ser. Llevaba su orfandad y tristeza como un fardo en sus entrañas, conservando en su corazón toda la magia y la inocencia de su infancia.

Amado sea aquel que tiene chinches, / el que lleva el zapato roto bajo la lluvia, / el que vela el cadáver de un pan con dos cerillas, / el que se coge un dedo en una puerta,. . . . . . . . . . ./ el puro miserable, el pobre pobre.

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