La vida cotidiana tiene mucho de obligaciones y bastante poco de descanso, y en general ese poco de descanso es empleado para recuperar el gasto de energía físico que utilizamos día a día, con lo cual el sosiego y la tranquilidad para con uno mismo cada vez se vuelve más necesario y cada vez se vuelve más difícil de alcanzar algunas horas libres para la satisfacción de los propios deseos y necesidades.

Sentirse postergado está en relación directa con desconocer que hasta ciertos límites, siempre subjetivos, las personas se desplazan en la vida cotidiana con cierta y determinada satisfacción y que luego de traspasar esos límites las personas comienzan a sentir desagrado por casi todo lo que hacen diariamente. De la mano del desagrado vienen la falta de interés por las cosas propias, el no atender los propios gustos, y su consecuencia, aislarse, ocultarse y dejar de mostrarse ante las demás personas.

Quitarle importancia a la satisfacción de cuestiones personales, en general llevará a que en algún momento reclamemos atención de las otras personas a la manera de una exigencia, percibiendo que los otros son nuestros deudores aunque hayamos sido nosotros mismos quienes nos hemos ocultado. Nosotros mismos somos los que olvidamos reservar y atesorar un tiempo para realizar alguna actividad que nos satisfaga o para estar con las personas con quienes nos agrada estar, y sobre todo, nosotros mismos somos los que olvidamos estar cerca de nosotros mismos para reflexionar acerca de nuestros propios deseos y necesidades. Abrir un espacio para poder encontrarnos con nosotros mismos, implica tenernos en cuenta, implica darnos un lugar para establecer la prioridad de lo que hacemos, implica pensar que somos importantes, e implica cuidarnos al igual que cuidamos a las demás personas de nuestro entorno más próximo. Casi siempre cuando un amigo, un conocido o un familiar nos pide diez minutos, sin vacilar se los damos, porque entonces no tener la misma atención y cuidado para con nosotros mismos. La gran mayoría de las personas nos organizamos un ideal sobre qué, cómo y quién queremos ser y habitualmente no obtenemos el resultado esperado, que ese ideal se convierta en realidad, porque existe una gran diferencia entre lo que es lo ideal y lo que es la realidad, lo que somos.

El desconocimiento de nosotros mismos genera dificultades para aceptarnos como somos, desconocerse uno mismo trae consigo frustración interior y grandes enojos por no sentirnos capaces de alcanzar lo que perseguimos y que acertada o erróneamente pensamos que nos va a hacer felices. El no vernos reflejados como creemos que nos gustaría ser, nos lleva a sentirnos frustrados y a perder la confianza en nosotros mismos, lo que es equivalente a no aceptar nuestros defectos, ni tampoco nuestras virtudes, porque si no nos gusta como somos, es poco probable que queramos estar a solas con nosotros y dedicarnos algún tiempo para revisar defectos y virtudes propias.

Podríamos pensar en la posibilidad de dedicarnos algún tiempo, no sólo para reflexionar acerca de todo lo que deberíamos haber hecho o nos falta hacer, no sólo para examinar malestares físicos o emocionales, no sólo para pensar en preocupaciones, ni sólo para buscar soluciones a problemas que tenemos pendientes, sino también la posibilidad de dedicarnos algún tiempo para una mirada interior, la más importante, para otorgarnos un respiro de las preocupaciones y una pausa de las obligaciones cotidianas, para conseguir contactarnos con nuestra propia soledad, con nuestro cuerpo y con nuestra mente, para sentirnos y conocernos más y mejor, para lograr relacionarnos y codearnos con nuestros propios gustos, deseos y necesidades, en provecho y beneficio de nuestro equilibrio psíquico, emocional y físico y sobre todo para declinar a la tendencia y a la habitualidad de ser extranjeros y extraños con nosotros mismos.

Licenciada en Psicología
Andrea Fabiana Varela Seivane
MN 34156
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