Un zapatito que ningún príncipe recogerá

Escribe el Dr. Rubén Sosa.

La princesa está triste … ¿Qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color…
Rubén Darío.

Ella está muy enferma, irremediablemente enferma. La pienso como médico y como escritor, por este berretín que me viene de vaya a saber donde. Pero allá voy, a pensarla… Imaginándola hoy, seguramente el final hubiera sido distinto; porque nació en una época en donde la prevención para el cáncer de mama, no era tan efectiva como en la actualidad.

El fantasma del suicidio, que rodeó en el año 36 a su amigo escritor, Horacio Quiroga, -con quien compartió algo más que las letras- ya le susurra , despacito, un plan suicida tan triste como romántico, y muy cerca del mar. Maniobra melancólica, atajo desesperado para irse de una vez y ganarle así la batalla al dolor, porque la lucha final, la última, la perdemos todos. Dolor que bien manejado podría estar hoy atenuado; los cuidados paliativos tienen como base principal que un paciente terminal tenga la dignidad de no sufrir.

En 1937 en Montevideo, por obra y gracia de vaya a saber qué o quién… Según su creencia: el destino, la suerte, Dios, yo que se… La cuestión es que en esa vereda del Plata, un trébol florecido las reunió: Gabriela Mistral, Juana de Ibarburou y ella. Paradójicamente Juana escribe «Queda de aquel día una foto donde estamos las tres, con la sonrisa que exige el fotógrafo y que al fin nadie tiene el valor de negarle».

Al volver a Buenos Aires se entera del suicidio de Leopoldo Lugones y de Egle, hija de Quiroga… el fantasma sigue susurrando…

Se inscribe en el Concurso Nacional de Poesía con su libro Mascarilla y Trébol…
No deja de crear. Al obsequiarlo al director de la comisión de cultura le pregunta:
-Y si uno muere, ¿a quién le pagan el premio?

Su amiga «Fifi» dueña de la casa de Mar del Plata mira con desconfianza eso de ir a la costa en Octubre y ve que el tema de la muerte asoma con ironía, a veces con angustia, otras…

Pienso que la psiquiatría de hoy hubiera encendido su semáforo rojo al detectar aquí una urgencia médica y de haberla medicado tal vez con antidepresivos, psicoterapia … Es más, le confiesa a una amiga que está agotada, que no tiene más fuerzas para luchar.

El 20 de octubre está en un hotel de la Perla, no hay más huéspedes que ella, el dolor en el brazo es insoportable. El sábado 22 envía al diario la Nación en Buenos Aires su último poema, «Voy a dormir», y una carta a su hijo Alejandro: «Te hago escribir por mi mucama; pues anoche he tenido una pequeña crisis y estoy un poco fatigada, solamente para decirte que te adoro…» Y luego, en soledad deja escrito su última nota «Me arrojo al mar».

Epilogo:
Me duele esta mujer pequeña y enorme a la vez. La veo en la madrugada del 25 de octubre de 1938 cuando cruzó la calle… Me entristece imaginar que a eso de las ocho, dos obreros de la Dirección de Hidráulica descubrieron su cuerpo flotando a doscientos metros de la playa y saber que recién en la morgue, ya tarde, tan tarde para todo, al correr las sábanas contemplar el rostro de Alfonsina Storni.

Me apena descubrir por un pequeño detalle que no fue todo aquello como reza la bella zamba de Ariel Rámirez y Félix Luna:
«Por la blanda arena que lame el mar su pequeña huella no vuelve más….» Es que… no, no fue así, no fue así lector… Acorralada por la depresión y el dolor y el infaltable desamor se dirigió al Club Argentino de Mujeres, donde tantas veces había leído sus poemas, ingresó en la larga escollera y en su extremo se lanzó al oscuro mar.

Se sabe que fue allí, justamente allí, porque la triste princesa perdió un zapatito que quedó enganchado en una varilla de la estructura del hierro corroído por la salitre y el sol.

Pienso como médico, ¿habrá sido el cáncer que ahora se previene tempranamente y se trata con éxito la causa de su suicidio?

¿El poner fin al dolor? Que hoy se trata con tantas drogas…

Lo que no ha resuelto aún la medicina es la otra probable causa cuya respuesta se llevó Alfonsina y que está explícita en sus últimos versos:

«Si él llama nuevamente por teléfono,
le dices que no insista, que he salido».

Entonces le pido a Rubén Darío que me ayude para terminar esta nota y releo en otra parte del poema que encabeza esta columna y él, generoso, me dicta:

Ay! la pobre princesa de la boca de rosa
Quiere ser golondrina, quiere ser mariposa,
Tener alas ligeras, bajo el cielo volar;
Ir al sol por la escala luminosa de un rayo,
Saludar a los lirios con los versos de mayo
O perderse en el viento sobre el trueno del Mar.

Nos estamos viendo, pero cordialmente del Latín
cordio = corazón, solo se ve con él.

rubensosa@gmail.com
www.historiasenelaire.com.ar

Nos estamos viendo, pero cordialmente del Latín cordio = corazón, solo se ve con él.

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