Un joven narrador

Escribe Roberto Díaz.

¡Qué lindo es el relato de Marcos Rodrigo Ramos, joven narrador y director de una publicación del pueblo de Moreno!

Simple, cálido, entrañable, el autor desmenuza un recuerdo y lo hace desde la intimidad, desde la evocación y la nostalgia que produce contar una historia pequeñita, pero que se ha quedado para siempre.

¡Qué importa si la anécdota fue así, si Ramos la fue urdiendo a medida que su cuento avanzaba! Pero el lector (o sea yo) quedé enganchado con el texto y, hoy, lo transcribo tal cual me lo envió el autor.

Y sí. Los sueños, a veces, se van por una calle y a uno le cuesta alcanzarlos…

Llorando frente a esa calle por la que se acaban de ir mis sueños

No era la más linda de la división, ni la más provocativa, ni la más simpática pero a mí me gustaba. Bety me decía: “Vos podés tener algo mejor”. Yo no quería algo mejor, la quería a ella, con sus defectos y virtudes que poco conocía porque casi nunca me hablaba.

En medio de las clases era bueno dedicarme a mirar sus ojos marrones, pero pasaba a veces que me descubría y me sonreía unos segundos, bastaba ese tiempo para que yo viera en esa boca besos escondidos, guiños de complicidad y un tácito “te estoy esperando”.

La primera vez que hablamos largo fue cuando nos cruzamos en la biblioteca. Me dio charla casi una hora, ninguno de los dos hizo el trabajo que tenía que hacer. Ahí me enteré que trabajaba de secretaria de un abogado que vivía haciendo alarde de su plata y su Peugeot 605 cero kilómetro. Yo la escuchaba maravillado, más por su voz que por lo que decía, sin emitir palabra.

-Ya es hora de ir a clase, Gonzalo.

-Me llamo Rodrigo- le dije pero no sé si me escuchó. Rápido se había ido por las escaleras sin esperarme.

Pasaron los días y volvió a tratarme con la indiferencia de antes. “¿Qué le ves a esa mina?” insistía Bety.

No me importaba lo que dijeran o pensaran los demás, cada vez me sentía más enamorado y soñaba besos, abrazos y caminatas de la mano a solas.

Se hicieron menos las ocasiones en que nos cruzábamos. Noté que en el aula huía de mi mirada de embobado y más de una vez me pareció percibir cierta expresión de fastidio.

Llegaron los exámenes finales, más de veinte habíamos quedado para el recuperatorio. Para colmo de males el profesor Aguirre había anunciado que sólo cuatro habían aprobado. Andrea se paseaba nerviosa por el pasillo, finalmente se sentó a mi lado y empezamos a hablar del examen. Temblaba y no paraba de comerse las comisuras de las uñas. La excusa fue perfecta y no la desaproveché. Tomé su mano con suavidad y le dije:
-No quiero que te lastimés tanto.

-Bueno Gonzalo. Está bien.

No me dio tiempo para decirle mi verdadero nombre porque enseguida debió entrar al aula a buscar su nota, antes de ir me apretó la mano para que le deseara suerte.

Al minuto apareció a los saltos gritando: “¡Aprobé!”. Me abrazó dándome un sonoro beso en la mejilla, después se fue con sus amigas. Quedé allí parado, sin ganas de moverme, feliz, aturdido por el eco de su beso.
-No te enganchés tanto- dijo Bety.

No la escuché.

El examen lo aprobé pero realmente no me importaba demasiado eso. Corrí con la intención de encararla; me sentía valiente y no me parecía una mala idea invitarla a tomar algo con la excusa de festejar.

Pregunté a todas mis compañeras si la habían visto. Me dijeron que se había ido rápido. Contento me fui por la avenida Sarmiento que estaba desierta porque ya eran más de las once de la noche. Caminaba por el medio de la calle cantando alegre hasta que los faros de un Peugeot 605 me indicaron que debía hacerme a un lado. Al pasar frente a mí pude ver al conductor, un hombre gordo, viejo y canoso, de traje y pinta de abogado con plata, una chica lo abrazaba por el hombro. La reconocí enseguida. Sería demasiado ingenuo de mi parte creer que no me vio. No me saludó. Yo tampoco lo hice.

En ese instante sentí que la noche se había vuelto más oscura. Me senté bajo un árbol y quedé solo llorando frente a esa calle por la que se acaban de ir mis sueños, como Andrea, para siempre.

Marcos Rodrigo Ramos

Marcos Rodrigo Ramos nació en 1969 en Morón, provincia de Buenos Aires. Es maestro y profesor de Lengua y Literatura. Bajista del grupo de rock “Morel”. Es el fundador y director de la revista literaria “Letras Rojas de Moreno”. Obtuvo el Segundo Premio del “Concurso literario de la revista Redes de papel” (2005) y mención de honor del “IV Concurso Anual Internacional de relatos Crepúsculo” (2009). Sus cuentos se hayan publicados en la revistas “Redes de Papel”, “Mapuche”, “Las Letras”, “Polígono de cuentistas y poetas”, “Oestiario”, “Palabras más” y “Amaru”. Fue alumno del taller literario de Guillermo Iglesias. Reside actualmente en Moreno. Su obra cumbre es su hija Guadalupe.

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