Siempre Gardel
Escribe Roberto Díaz
Hay una anécdota, muy vívida, del poeta Raúl González Tuñón, en un viaje a Río de Janeiro por trabajos periodísticos para el diario Crítica, donde trabajaba (iba Tuñón a cubrir la marcha de Carlos Prestez, el legendario dirigente comunista brasileño) y se embarcó en el Conte Rosso, el barco que, casualmente, había tomado Gardel para viajar a los Estados Unidos.
Decía Tuñón que Gardel cantaba, por las noches, en el camarote del capitán, que era italiano, canzonetas napolitanas y que había tenido un gesto de caballero cuando lo esperó, enfundado en su bata de seda, para despedirse de él y del fotógrafo cuando ellos desembarcaron en el puerto de Río, a tempranas horas de la mañana.
Esa visión de Gardel despidiéndose de Tuñón, es la visión de dos grandes argentinos, cada uno en lo suyo. Y resulta paradójico pensar que Gardel, tantas veces acusado de tener preferencias por los conservadores de la época y Tuñón, confeso poeta comunista, podían estrecharse las manos y despedirse, allí, en el puerto de Río, como dos argentinos bien nacidos y talentosos.
Gardel fue un cantor excepcional, de un timbre de voz privilegiado. Y tuvo la visión de los grandes artistas: descubrir talentosos creadores jóvenes. Cantarles sus temas a poetas y músicos que rondaban los 25 años de edad.
¡Qué diferente es, ahora, cuando el Tango languidece porque lo tienen estancado en épocas remotas; fuertes intereses comerciales, mezquinos divismos de difusores e intérpretes, obvian las producciones actuales para situar al género en un tiempo (que nadie niega) pero que está pidiendo, a gritos, una renovación.
Gardel se dio a los nuevos intérpretes, a los nuevos creadores. Cantó a Celedonio Flores, a Discépolo, a Cadícamo, a García Jiménez, cuando estos poetas eran unos mocosos. No tuvo, nunca, prejuicios ni se encerró en un repertorio limitado. Por el contrario, las canciones que cantaba adquirían, en su voz, trascendencia, se volvían eternas. Y por eso triunfó en el exterior y se convirtió en el mimado de públicos que no eran los nuestros.
Sin embargo, su pueblo le siguió siendo fiel y, cuando sucedió la tragedia (de la que, hoy, se cumplen 75 años) el país todo lo lloró con la sensación de que se había perdido la Voz; que, de allí en más, nos quedábamos mudos, sin las historias y los conceptos que él había volcado en tantos temas.
Carlos Gardel tuvo una vida que se cubrió de niebla, de cosas oscuras. El hizo todo lo posible para que el Mito subsistiera luego de su muerte. Desde sus orígenes misteriosos hasta sus relaciones afectivas, Gardel supo mantener en la intimidad esos aspectos. ¡Qué diferencia con estos payasos actuales que salen a ventilar sus escabrosidades, sin el mínimo buen gusto!
Es cierto, la vida cambió, a veces para mal. Los artistas creen que sólo pueden trascender si salen a conventillear; mientras Gardel, a 75 años de su llorada muerte, sigue ocultando su origen y síguese dudando de sus antepasados.
Cuando aquel avión, en Medellín, tuvo el choque que lo llevó a la muerte, Gardel pasó a la inmediata Eternidad y siguió cantando, como nunca, para su público, para su pueblo.