Se trata de Jessica Hernández, quien lejos de la idea generalizada de que “los espacios públicos no son de nadie”, impuso que en “realidad son de todos” y que “hay que ganar la calle”, y logró contagiar a sus vecinos con la idea de construir una huerta para consolidarla como un punto de encuentro.

Consultada sobre los comienzos, Jessica contó a La Ciudad que “ya veníamos como familia en un proceso de ir consumiendo alimentos agroecológicos, de ir compostando en casa y de empezar con la huerta en el balcón”.
“Es ese bicho de la naturaleza que te pica y te dice que podemos producir nuestras propias frutas y verduras en un espacio pequeño. ¿Por qué tenemos que tener chicos desnutridos? ¿Por qué tiene que haber gente sin comer?”, se preguntaba Jessica.

“El conocimiento nos hará libres y el camino de la agroecología es ese: que nadie se quede sin comer. Hay que contagiar a todos, no solo para cuidar el planeta, sino para que nadie se quede con hambre”, remarcó.

Lo que más le llamó la atención a Jessica es cómo se fue perdiendo la tradición de tener una huerta en casa, teniendo en cuenta que cada uno con los que se cruzaba le indicaba que su padre o abuelo tenía una. “¿Qué pasó que en el camino que todos dejamos de tener ese vínculo con la naturaleza?”, pensaba Jessica, viendo esa “desconexión” entre las nuevas generaciones y sus antepasados.

Con la decisión ya firme de empezar a plantar y sembrar en la vereda, la familia comenzó con plantas comunes, ya que si eran dañadas no era tan importante.

“Cuando salíamos a regar veíamos que era todo lo contrario, y nos preguntábamos por qué no la habíamos hecho antes”, aseguró.

Ese respeto de la comunidad para con sus plantas fue el impulso que necesitaba para ir por más, “y nos enamoramos de eso, de conversar con los vecinos, de escuchar sus historias y que nos digan que les hacíamos recordar a sus abuelos”.

Todas esas historias fueron nutriendo a Jessica, quien fue sembrando de a poco en la medida que el acotado espacio se lo permitía y repartiendo lo que se producía, hasta convertir a su pequeña huerta en un espacio de educación.

Allí es donde nació la idea de la “compostera” para convertir los residuos de frutas y verduras en abono.
“Cuando en cualquier tacho de pintura podés tener tomates o morrones, ya no hay excusa para no comer sano”, sentenció.

“Biblioteca la paso”
Además de generar alimentos naturales y sanos, el lugar se complementa con una “biblioteca al paso”, que surgió porque “notamos que no se leía y que comprar libros era caro, pero había gente que los tenía tirados en la casa y juntando polvo”.

“Salimos a recolectar libros por todo Avellaneda, los pusimos en un cajoncito y la verdad que nos emocionamos con cada chico que se lleva un cuento o con personas a las que les encanta leer, pero como no puede comprarlos, los lleva, los lee y los devuelve”, describió Jessica.

“La huerta hoy es un todo -agregó- desde al acceso al conocimiento, a los futuros alimentos, a compartir y a generar seguridad, porque para atacar a la delincuencia hay que estar unidos, recuperar el espacio, recuperar la calle y volver a hacer que la calle sea del peatón y no del auto”.

“Con todos estos elementos, que parecerían desconectados, terminamos armando una feria, donde los vecinos venden sus productos, que por lo general son artesanales y tienen que ver con la temática ambiental y ecológica”, comentó.

En ese marco, los habitantes de la zona venden sus productos, se informan de cómo cultivar sus alimentos y se “conecta” con el vecino, que muchas veces no conocen.

“Es un acto de amor, de pensar en el otro. Cuando pensamos en el otro dejamos de ser egoístas y con empatía se puede proyectar una mejor sociedad, un mejor barrio o, por lo menos, una mejor cuadra”, aseguró Jessica Hernández.