San Valentín, la versión “cristianizada” de un rito del mundo antiguo

Millones de enamorados de todo el mundo celebran hoy su día, instituido en honor al obispo romano que en el siglo III casaba en secreto a las parejas cristianas cuando una ley impedía hacerlo. No obstante, la celebración se originó en una tradición arcaica que entremezcla historias religiosas y ritos en honor a los dioses paganos Pan y Luperco.

En el almanaque de las celebraciones paganas romanas el Día de los Enamorados reconocía otra fecha, el 15 de febrero, y otro personaje: Luperco, dios pastoral de la fertilidad, que tomó su nombre de Luperca, la loba que amamantó a Rómulo y Remo.

Luperco era el propiciador de la unión sexual y del ardor inagotable, una suerte de “patrón de los enamorados”.

También en Grecia, ese mismo día, se celebraba al dios Pan, quien según la tradición violaba en los bosques a cuantos pasaran, sin reparar en edad ni sexo; de allí surgió la palabra “pánico”, tal la sensación que provocaba.

Los rituales en honor a Pan y a Luperco estaban llenos de furor sexual: presagiaban la relativa cercanía de la primavera (en el norte), en donde todo era fecundación y floración.

El 15 de febrero los enamorados rendían honores a Pan, en Grecia, y a Luperco, en Roma, fiesta que el cristianismo corrió luego al 14 de febrero, día de la muerte de San Valentín, a quien se le confirió el patronazgo.

Aunque hubo al menos tres mártires con ese nombre, se recuerda como tal a quien llegó a ser obispo de Interamna, en la actualidad Terni, que había nacido en Roma bajo el gobierno de Claudio II, un déspota que prohibió el matrimonio entre los cristianos.

El emperador necesitaba de los más jóvenes como guerreros para cuidar las fronteras de su imperio. Como los recién casados se negaban, en el año 270 dispuso esa prohibición y la pena de muerte para quien violara su edicto.

Valentín comenzó entonces a casar en secreto a las parejas, a las que les regalaba una flor blanca que significaba pureza y fidelidad, y que luego dio origen al ramillete de novia, pero lo descubrieron y fue sentenciado a tres penas sucesivas: azotes, piedras y, finalmente, decapitación.

Entre una y otra sentencia fue a dar con sus huesos al calabozo donde conoció a Julia, una joven ciega de quien se enamoró.

La leyenda señala que el obispo la convirtió al cristianismo y que obró un milagro: Julia pudo ver. Después que Valentín murió, en agradecimiento, la muchacha plantó cerca de su tumba un almendro de flores rosadas, símbolo de amor y amistad.

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