Roque Avallay, un goleador «de aquellos»
Figura emblemática de Avellaneda y del fútbol argentino.
Si confeccionáramos una lista con los grandes artilleros del fútbol argentino, seguramente no podríamos obviar la figura de Roque Avallay, un centrodelantero que brilló en el Independiente que logró el bicampeonato de la Libertadores en el 65, y en el vistoso Huracán que se consagró campeón en el 73, de la mano de Cesar Luis Menotti.
Roque Alberto Avallay nació el 14 de diciembre de 1945 en Maipú, provincia de Mendoza. Se crió en un hogar muy humilde, en una familia que se dedicaba a trabajar la tierra, en una localidad característica por su gran actividad frutícola y vitivinícola, considerada el principal centro bodeguero mendocino.
En ese ámbito creció este gran futbolista, aprendiendo desde pequeño el valor del sacrificio.
A los 10 años, Roque trabajaba con su familia en la cosecha de la vid. Desde entonces, su cuerpo flaco y espigado (1,80 m) se fue haciendo duro y fuerte, llenándose de músculos. Cargaba en su espalda más de cien tachos por día, repletos de uva. Después hizo lo propio con las aceitunas, y hasta trepaba a los árboles, para cosechar duraznos y cerezas. De vez en cuando, también lo mandaban a pisar mezclas de adobe.
Tiempo después, ingresó a la Bodega Giol, donde trabajaba su padre. Allí se calzaba unas botas larguísimas e ingresaba en piletones para enjuagar la borra del vino.
Mientras tanto, el muchacho de espalda ancha y piernas fibrosas jugaba en el Deportivo Maipú, donde a medida que crecía, iba sacando chapa de goleador.
A los 16, ya alternaba con la tercera y a los 18 deslumbraba a todos con sus goles en primera, brillando en la liga mendocina.
En diciembre del 64 viajó a Mar del Plata para disputar un torneo de selecciones de provincias, donde salió goleador. La gira era una verdadera vidriera y Roque tenía la esperanza de que algún club se fijara en él. Y así fue. Lo contactaron dirigentes de Newell’s, de Gimnasia y Esgrima La Plata y de San Lorenzo. Pero los contactos quedaron en la nada y el joven Avallay volvió a su provincia, sin perder la calma.
«Mi viejo, que había sido jugador (un gran nro. 2), me decía que si me iba a Buenos Aires tenía que ir definitivamente, nada de ir a prueba o a préstamo. Y fue en enero del 65, una tarde como cualquiera, que llegó hasta mi casa el presidente de Deportivo Maipú para anunciarme la gran noticia: me habían ido a buscar de Independiente», recordó Roque, sobre aquel momento mágico en el que le llegó la oportunidad de su vida.
De inmediato su padre Manuel dialogó con los dirigentes y forzó la compra definitiva del pase. Al día siguiente, Roque se subía por primera vez a un avión y comenzaba el despegue de su carrera profesional en el fútbol grande de la Argentina.
«Venir del interior y jugar de titular en un club tan grande como Independiente, significaba que yo era bueno, ¿No?», dijo sonriente el mendocino, que una vez instalado en Avellaneda se afincó definitivamente en nuestra ciudad.
Roque llegó al rojo con solo 19 años, para consagrarse Campeón de la Copa Libertadores de América. «Salí campeón de la Libertadores Y me caí al foso», resumió en una carcajada, la anécdota que quedó en la historia. Fue en un partido con Boca, por semifinales, en el que llovía a cántaros. Aún hoy, a 47 años de aquel risueño suceso que pudo terminar en tragedia-, Roque lo relata como si fuera ayer. Pavoni para Savoy, que pone un pelotazo largo para el pique en diagonal de Avallay. Éste le gana en el salto a Roma, -que reclamaba el balón al grito de ¡Mía!- y se la baja de cabeza a Rodríguez, para que selle el empate definitivo. La inercia del salto hizo que Roque derrapara más allá de la línea de fondo, donde lo esperaba un alambrado bajo que lo catapultó de cabeza al foso. Todavía guarda entre sus recortes la foto de una revista boquense que titulaba: «Avallay, sobre llovido mojado».
«Es el día de hoy que hinchas que me cruzan para saludarme me aseguran que estuvieron aquella noche en la popular de la doble visera. A esta altura, son como un millón y medio de personas que dicen haber estado ahí». (Risas)
Goleador goleador
Avallay jugó 15 años en primera división y convirtió 185 goles. Era el típico centro atacante, referente de área, pero que también se tiraba unos metros más atrás para construir paredes con los volantes. Su personalidad se trasladaba al juego, porque peleaba cada pelota como si fuera la última pero nunca se ponía nervioso a la hora de definir. Los que lo vieron jugar afirman que era un centroforward ligero, ágil y oportunista, que cabeceaba muy bien, y dotado de un remate potente.
Luego su paso fugaz por Independiente, Roque continuó su carrera en Newell’s Old Boys, donde estuvo cuatro años y logró la Reclasificación. En 1970 arribó a Huracán, para integrar el glorioso equipo que ganó el Metropolitano 73, con jugadores de la talla de Babington, Brindisi, Larrosa, Houseman, Basile y Carrascosa. Al Globo llegó en un mal momento, cuando el cuadro de Parque Patricios deambulaba por la mitad de la tabla. El primer año fue difícil, porque al artillero se le había mojado la pólvora y atravesaba una mala racha. Los dirigentes querían cederlo a Racing, pero el técnico Menotti lo bancó en el equipo, porque «el flaco» decía que lo había visto en «la Lepra sacarse dos jugadores de encima en una baldosa».
«En el 72 me maté en la pretemporada y ahí fue mi gran explosión en Huracán», reconoció el ex – delantero. «Arranqué en el banco, pero cuando tuve la oportunidad la aproveché y no salí más del equipo titular», agregó.
Pero jugando la copa Libertadores para «El Globito», se rompió los meniscos en un cruce con un defensor de Unión Española de Chile y debió ser operado.
Fue entonces que en Huracán lo dejaron libre, aduciendo que su lesión en la rodilla era un impedimento para que siguiera jugando. Esa misma lesión lo marginó del mundial de Alemania 1974. Pero lo cierto es que Roque se había recuperado bien y quería seguir jugando.
Fue a Atlanta una temporada y después pasó a Chacarita, donde logró salvarlo del descenso.
Con 33 años, los goles de Avallay todavía cotizaban en bolsa, y Boca y Racing se disputaban su continuidad. La academia ganó la pulseada y se lo llevó. Y el 9 le respondió con goles a la parcialidad racinguista, como en aquel inolvidable partido contra River, con un triplete al mismísimo Pato Fillol, el día que debutaba «El Beto» Alonso.
En 1979, Roque regresó a Huracán para concluir su carrera como futbolista, jugando 45 partidos y convirtiendo sus últimos 11 goles oficiales.
Sin embargo, cuando dejó de jugar, siguió ligado al fútbol. Puso escuelitas que se llenaron de pibes, una en Avellaneda, en 12 de Octubre y las vías, otra en Quilmes y otra en Berazategui.
En el 96, hizo el curso de técnico en La Plata, junto al gran central del rojo, Hugo Villaverde, y de ahí en más siguió dirigiendo. En el 99 llegó a Huracán, donde dirigió las inferiores durante varios años y fue testigo y promotor de de la aparición de jóvenes promesas como Daniel Osvaldo, Joaquín Larrivey, Mariano Andújar, Pablo Migliore y Cristian Sánchez Prette, entre otros.
Como técnico, siempre ha transmitido sus valores como persona y jugador: «A los chicos siempre los aconsejo para que no protesten y para que jueguen limpio», destacó el entrenador.
Casado con Mónica, formó su familia en Avellaneda, aunque en algún momento añoró la vuelta a su Maipú natal. «Tengo a mi hermana, allá. El año pasado fui por trabajo y aproveché para visitarla. La gente del barrio, cuando se enteró que estaba, vino a saludarme, a sacarse fotos conmigo. Es muy lindo el cariño de la gente», reconoció el entrevistado, que por apego a sus seres queridos, alguna vez rechazó una oferta millonaria del Barcelona de España.
Actualmente, Roque es un «cazatalentos» en Independiente, viajando por las provincias y captando nuevas promesas para «el Rojo», repitiendo sin querer aquella linda historia que vivió en carne propia.
Este querido vecino avellanedense, que siempre responde con un cálido saludo a conocidos y extraños, reivindica a los goleadores de antes. «Artime, Bianchi, Curioni En mi época había varios goleadores – goleadores». (Repite la palabra, acentuando la cualidad). No se nombra, porque su humildad no lo deja, pero él era un goleador de aquellos.