Reflexiones de Monseñor Rubén Frassia

El Obispo de la Diócesis de Avellaneda – Lanús, en sus reflexiones radiales semanales, se refirió al Evangelio según San San Marcos 9,30-37 (ciclo B): Misterio, servicio, autoridad y reconocimiento.

Jesús atravesaba la Galilea junto a sus discípulos y no quería que nadie lo supiera, porque enseñaba y les decía: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará”. Pero los discípulos no comprendían esto y temían hacerle preguntas. Llegaron a Cafarnaún y, una vez que estuvieron en la casa, les preguntó: “¿De qué hablaban en el camino?”. Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande. Entonces, sentándose, llamó a los Doce y les dijo: “El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos”. Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo: “El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no es a mí al que recibe, sino a Aquél que me ha enviado”.

Misterio, servicio, autoridad y reconocimiento
Hay tres cosas importantes. La primera es la revelación de que Cristo sabía perfectamente lo que iba a pasar; el secreto mesiánico Él lo conoce perfectamente y que está muy bien expresado en el Evangelio de San Lucas cuando en el Huerto de Getsemaní Jesús dice “Padre, si es posible aparta de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya” y “nadie me quita la vida sino que yo la doy libremente”; Cristo sabía a lo que venía, venía a salvarnos, a rescatarnos, a redimirnos, a revestirnos de nuevo con aquello que parece imposible: recuperar el amor, la fidelidad, la transparencia, el entusiasmo, la vida.

En segundo lugar, los apóstoles discutían sobre quién era el más importante o el más grande. Jesús les cuenta lo que le va a pasar y ellos todavía se ocupan de su lugar en eso que le va a pasar a Jesús. Muchas veces, cuando ignoramos el sacrificio del otro, uno se desubica y se busca a sí mismo, ¡qué poco amor uno tiene! Nos buscamos pero ignoramos el sacrificio del otro. ¡Cuántas veces les pasó a los hijos con respecto a sus padres! ¡Cuántas veces le pasó a un cónyuge con respecto a su esposa o esposo! Por eso digo que “las cosas hay que darlas en vida.”
Está aquí el tema de la autoridad: Jesús humilde, manso y bondadoso. La autoridad se gana por medio del servicio. El servicio es la clave, la llave maestra, para decir que uno tiene autoridad, pero es un error poner la autoridad primero y dejar para lo último el servicio. El servicio te hace ganar autoridad.

En tercer lugar, Cristo se identifica con los más pequeños y sabe que cuando recibe a los pequeños está recibiendo a “Aquél que lo ha enviado”.

Pidamos al Señor tener capacidad de fe para descubrir estas cosas: el misterio, el servicio, la autoridad y el reconocer la presencia de Dios en los más pequeños y en cada uno de nuestros hermanos.

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