Reflexiones de Monseñor Rubén Frassia

El Obispo de la Diócesis de Avellaneda – Lanús, en sus reflexiones radiales semanales, se refirió al Evangelio según San Juan 12,20-33: Cuaresma 5: Seguir a Jesús, servir a Jesús.

Entre los que habían subido para adorar durante la fiesta, había unos griegos que se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le dijeron: “Señor, queremos ver a Jesús”. Felipe fue a decírselo a Andrés, y ambos se lo dijeron a Jesús. El les respondió: “Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado. Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto. El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna. El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi Padre. Mi alma ahora está turbada, ¿Y qué diré: ‘Padre, líbrame de esta hora’? ¡Si para eso he llegado a esta hora! ¡Padre, glorifica tu Nombre!”. Entonces se oyó una voz del cielo: “Ya lo he glorificado y lo volveré a glorificar”. La multitud que estaba presente y oyó estas palabras, pensaba que era un trueno. Otros decían: “Le ha hablado un ángel”. Jesús respondió: “Esta voz no se oyó por mí, sino por ustedes. Ahora ha llegado el juicio de este mundo, ahora el Príncipe de este mundo será arrojado afuera; y cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí”.

 

Cuaresma 5: Seguir a Jesús, servir a Jesús
Queridos hermanos, este es un texto maravilloso donde Cristo, el Hijo de Dios, es obediente al Padre, sabe para qué vino, sabe por qué y a qué fue enviado; Él tiene conciencia de su mesianismo, tiene conciencia de que es Hijo de Dios y tiene conciencia también de lo que le va a pasar; les dice “para esta hora he venido” y pide fuerzas a Dios Padre para ser fortalecido. Es muy importante esta relación.

 

Muchas veces en la vida nos encontramos ante situaciones vulnerables como tribulaciones, dificultades, fracasos, enfermedades, ante límites muy pero muy grandes y muy graves. Es el momento donde uno tiene que abrirse en la oración, para que pidiéndole a Dios fuerzas pueda entender, pueda aceptar, pueda vivir y pueda ofrecer. Aquí está lo importante: no hay que bajarse de la cruz, ni quitarse de la cruz, ni rechazar la cruz, pero sí hay que pedir fuerza para que uno viva no sólo como discípulo, sino también como testigo.

 

“El Príncipe de este mundo” -el maligno- ha sido derrotado y la fuerza de Dios está muy presente. “Cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí”, dice el Señor. Confiemos en su Palabra, no en la nuestra. Él ya definió el sentido de la historia, el sentido de la vida.

 

Vivamos como victoriosos, como entusiastas, como personas, como cristianos, como creyentes, como hijos de Dios, como hijos de la Iglesia. Que no vivamos como derrotados, apenados, apagados, entristecidos, aplastados, minimizados. Que tengamos la fuerza del Espíritu para que también sepamos que el que lo quiere servir lo debe seguir.

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