Reflexiones de Monseñor Rubén Frassia

El Obispo de la Diócesis de Avellaneda – Lanús, en sus reflexiones radiales semanales, se refirió al Evangelio según San Juan 14,15-21 (ciclo A): Vivamos en el amor de Dios.

Durante la última cena, Jesús dijo a sus discípulos: «si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes, en cambio, lo conocen, porque él permanece con ustedes y estará en ustedes. No los dejaré huérfanos, volveré a ustedes. Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero ustedes sí me verán, porque yo vivo y también ustedes vivirán. Aquel día comprenderán que yo estoy en mi Padre, y que ustedes están en mí y yo en ustedes. El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él».

Vivamos en el amor de Dios
Es un Evangelio muy interesante, precioso y bello. El Señor está, el Señor se va, el Señor vendrá para no abandonarnos jamás. Es el Espíritu que viene del Padre. Es el Espíritu de amor y nosotros somos llamados a ser testigos de ese amor. Nuestra vocación y misión es vivir ese amor de Dios.

Qué cosa hermosa sería que los demás pudieran decir «¡qué extraordinario, fíjense como se aman!, ¡son cristianos, son creyentes, qué amor sincero que tienen, qué transparencia hay en sus vínculos y relaciones, sin intereses mezquinos, son desinteresados!» Porque el compromiso no es optativo sino que es, de alguna manera, obligatorio ya que si no vivimos esto no vivimos, no vivimos lo esencial del cristianismo: el amor a Dios, el amor a los demás y el amor a uno mismo.

Ese amor de Dios tiene que empezar por tener amor a uno mismo porque, si uno no se ama, será difícil amar bien a los demás. Hay que pertenecerse como persona y cuando esto se logra uno se da, se entrega, se consagra, se dedica, se ofrece. Pero si uno no tiene integridad o unidad de vida, difícilmente se puedan sostener las relaciones.

La Iglesia y nosotros, como comunidad de creyentes, estamos  llamados a dar prueba de Cristo en un amor concreto. El amor es universal pero es concreto no es abstracto y justamente por ello, nosotros Iglesia, no podemos abandonar al hombre.

Decía muy bien San Juan Pablo II «el hombre es el primer y fundamental camino de la Iglesia», es decir que la Iglesia tiene que estar donde está el hombre. De allí la importancia de darnos cuenta que, si queremos vivir en Dios, tenemos que cumplir con los mandamientos. Ellos son obras y no razones; obras y no fotos; obras y cosas concretas donde uno tiene que aprender a buscar el bien concreto y objetivo de los demás.

A veces hacemos obras que nos llenan de vanidad, que nos quieren hacer sentir algo así como «¡qué bueno que somos!» Pero tenemos que HACER EL BIEN y no sentirnos bien nosotros; hacer el bien a los demás; procurar el bien a los otros; querer a los otros; respetar a los otros; ayudar a la gente a encontrar su dignidad. El espíritu es una presencia viva de Dios que moviliza, actualiza, convierte, potencia e ilumina, creando comunión. «Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos», dice Jesús.

No podemos perder el tiempo, ni como Iglesia, ni como personas, ni como ciudadanos; no podemos darnos el lujo de banalizar las cosas. Tenemos que vivirlas intensamente.

Que el amor de Dios nos ayude a amar en serio a nuestros hermanos, y este gozo es lo más pleno que Dios quiere compartir. Ya estamos entrando en lo eterno aquí en la tierra y aquí se amasa lo que viviremos eternamente. No perdamos este encuentro, esta gracia y esta posibilidad.

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