Reflexiones de Monseñor Rubén Frassia

El Obispo de la Diócesis de Avellaneda – Lanús, en sus reflexiones radiales semanales, se refirió al Evangelio según San Lucas 23,35-43 (Ciclo C): «Cristo Rey: plenitud de la verdad y el amor».

Después que Jesús fue crucificado, el pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes, burlándose, decían: «Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!». También los soldados se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre, le decían: «Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!». Sobre su cabeza había una inscripción: «Este es el rey de los judíos». Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro lo increpaba, diciéndole: «¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino». Él le respondió: «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso».

Cristo Rey: plenitud de la verdad y el amor
Es un relato conmovedor, con hermosas palabras, que nos trae el Evangelio de San Lucas para esta festividad de Cristo Rey. Es el momento más dramático y más sublime en la historia de Israel: la crucifixión de Jesús.

En todo el relato -en esa cruz, en ese trono, en ese Reino- el Señor perdona: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen», nos muestra a Cristo que vino para hacer la voluntad del Padre. Y nosotros, que queremos seguirlo, imitarlo, sin orgullo sino con humildad, respeto y temblor, también tenemos que hacer la voluntad del Padre. Lo que el Padre quiere para nosotros es lo mejor y está bien.

Esa voluntad de Dios está expresada en el amor. En el amor que es capaz de perdonar incluso al enemigo. El amor que es capaz de superar barreras, murallas, muros, conflictos, odios, resentimientos. Se define la historia en la crucifixión, muerte y resurrección de Jesucristo vivo, Cristo Rey, y también nos hace vivir a nosotros como resucitados. La expresión de cada resucitado es vivir en la plenitud de la verdad y del amor.

Pensar que el diálogo de los dos malhechores, donde uno buscaba para sí mismo, con egoísmo, como siempre está detrás la línea del fariseo, que se llena de sí mismo pero que no se ha de ocupar del otro, del misterio; el fariseo encerrado en sí mismo. En cambio el otro malhechor, que vendría a representar al publicano, se abre, reconoce, admira lo del otro y tiene una actitud de verdadero arrepentimiento. El «buen ladrón».

Cada uno tendrá que arrepentirse -como el buen publicano-, para que la presencia del encuentro con Dios vivo cambie también nuestro corazón. Así fue Zaqueo, así fue la oración del publicano en el templo y así cada uno de nosotros tendrá  que repetir, en carne y en vida, la actitud de un verdadero arrepentimiento.

Que la Fiesta de Cristo Rey reine en nuestro corazón y que podamos hacer la  voluntad de Dios, podamos vivir en plenitud el amor y tengamos también el consabido arrepentimiento de nuestros límites y de nuestros pecados, para que todo se transforme en misericordia de Dios. ¡Feliz fiesta de Cristo Rey!

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