Reflexiones de Monseñor Rubén Frassia

El Obispo de la Diócesis de Avellaneda – Lanús, en sus reflexiones radiales semanales, se refirió al Evangelio según San Lucas 17, 11-19 (Ciclo C): «Fieles a Dios en las buenas y en las malas».

Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaría y Galilea. Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia y empezaron a gritarle: «¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!». Al verlos, Jesús les dijo: «Vayan a presentarse a los sacerdotes». Y en el camino quedaron purificados. Uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano. Jesús le dijo entonces: «¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?».  Y agregó: «Levántate y vete, tu fe te ha salvado».

Fieles a Dios en las buenas y en las malas
¡Qué cosas importantes nos deja este Evangelio! En primer lugar, en aquella época  los leprosos estaban retirados de la comunidad por su enfermedad o porque, como se decía,  «en algo habrían pecado», en definitiva eran separados por temor al contagio. Jesús no le tiene miedo a eso y se acerca.

Cuando hablo de lepra, tengo presente al Beato Cura Brochero y de aquella época tan especial. Nació en 1840 y murió en 1914. Dio su vida por los pobladores de la serranía, recorriendo todos los pueblos, visitando a sus habitantes, hasta el punto de contagiarse de lepra y terminando su vida enfermo y ciego. Sin embargo siempre siguió alabando a Dios. El Cura Brochero, que el Santo Padre Francisco beatificó el pasado 14 de septiembre.

En el Evangelio, vemos que uno le pide la curación y la sanación. En este caso eran diez los sanados y curados de la lepra, pero uno sólo volvió a dar gracias. Los otros nueve, también sanados, ¡se olvidaron!

Es el tema de la ingratitud ¿verdad? Cuando estamos mal recurrimos a Dios porque «tenemos la soga al cuello»; pero cuando estamos mejor, saliendo de la crisis, nos olvidamos de Dios mostrando así nuestra ingratitud y nuestra superficialidad. Hay que ser fieles a Dios en las buenas y en las malas. Esto de la gratitud, de la oración, del reconocimiento, hay que hacerlo vida, hay que encarnarlo.

Les recuerdo que es muy importante creer en el Señor, creer que Dios es capaz de cambiar nuestra realidad y nuestra vida; pero uno cree porque sabe que Jesús es eficaz. Cuando vieron a Lázaro resucitado muchos  judíos creyeron. Pero también hay que saber escuchar; cuando escucharon a Jesús muchos lo siguieron y también vieron: «si ustedes creen verán la Gloria de Dios». O como aquella hemorroisa, con flujos de sangre durante tanto tiempo,  que con sólo tocar el manto de Jesús quedó curada; pero lo tocó con fe. Es importante saber que nos debemos acercar al Señor con fe y darle gracias por todo lo que Dios hace.

El milagro es un signo, no es la cosa como tal. El milagro es una aproximación del Reino escatológico, de que Dios está presente. El milagro nos abre los ojos para ser agradecidos, para ser más fieles, para confiar más en Dios. Por eso el milagro es un signo y su importancia es a lo que nos lleva, a lo que nos transporta, a lo que nos da la nueva realidad. Es un signo de la fe y no solo de la mera utilidad; porque a veces, cuando obtenemos la utilidad, nos olvidamos de Aquél que lo produjo o lo concedió: Dios. Seamos  agradecidos por todos los milagros que Dios  hace  en nuestra vida.

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