Reflexiones de Monseñor Rubén Frassia

El Obispo de la Diócesis de Avellaneda – Lanús, en sus reflexiones radiales semanales, se refirió al Evangelio según San Juan 8,1-11 (ciclo C): Dios siempre siembra esperanza.

Jesús fue al monte de los Olivos. Al amanecer volvió al Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y comenzó a enseñarles. Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos, dijeron a Jesús: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?». Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo. Como insistían, se enderezó y les dijo: «aquel de ustedes que no tenga pecado, que arroje la primera piedra». E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo. Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí, e incorporándose, le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien te ha condenado?». Ella le respondió: «Nadie, Señor». «Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante».

Dios siempre siembra esperanza

¡Conmovedora la Palabra del Señor! ¡Conmovedor el gesto de misericordia que Él tiene para con esta mujer! ¡Qué pozo de sabiduría y misericordia es el Señor! Y cómo, muchas veces, nosotros disfrazamos la realidad, separando a la gente entre buena o mala por ciertas acciones y condenamos parcialmente de un modo irreal.

No vamos a hacer una apología de un comportamiento inmoral, indecente; pero a veces uno conoce tantas cosas, hay veces que son historias tan cargadas de errores familiares y sociales que parecen aplastar la dignidad humana, pero no tocan el corazón de esas personas porque, aún así, haciendo mal, tienen un corazón puro.

Pero lo más importante que tenemos que reconocer y afirmar hoy es que Nuestro Señor es el mensajero de la misericordia divina. Y en este desierto de la humana desesperación, Dios es siempre capaz de sembrar esperanza. Él hace las cosas nuevas. Él regresa y nos invita a una renovación, a dejar atrás el pasado y a olvidar las obras de muerte, pues Él las ha olvidado para que nosotros vivamos en plenitud una dignidad filial, como verdaderos hijos.

El reconocimiento, el enfrentarse con la realidad, el recibir el perdón, crea en nosotros la responsabilidad de acordarnos del mandato del Señor: «Yo tampoco te condeno. Vete, no peques más en adelante». ¡Cómo el perdón crea responsabilidad! ¡Cómo el perdón nos ayuda a tomar decisiones para encausar nuestra vida!. ¡Cómo el perdón, la misericordia divina, nos cambia a una nueva creatura, a una nueva vida!

En la Iglesia todos somos rescatados, todos somos llamados, todos somos admitidos; por lo tanto nunca olvidemos de darnos cuenta que en esta gratuidad de Dios, y de su iniciativa, nosotros pertenecemos, nos relacionamos y participamos del misterio de la Iglesia. Por eso, eternamente agradecidos por haber recibido el perdón de Dios en Jesucristo, en la cruz.

noticias relacionadas