Reflexiones de Monseñor Rubén Frassia

El Obispo de la Diócesis de Avellaneda – Lanús, en sus reflexiones radiales semanales, se refirió al Evangelio San Lucas 17, 5-10.: “Hacer lo que el Señor nos manda”.

Dijo Jesús a sus discípulos: «Si tu hermano peca, repréndelo, y si se arrepiente, perdónalo. Y si peca siete veces al día contra ti, y otras tantas vuelve a ti, diciendo: ‘Me arrepiento’, perdónalo.» Los Apóstoles dijeron al Señor: «Auméntanos la fe». El respondió: «Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, y dijeran a esa morera que está ahí: ‘Arráncate de raíz y plántate en el mar’, ella les obedecería.» Supongamos que uno de ustedes tiene un servidor para arar o cuidar el ganado. Cuando este regresa del campo, ¿acaso le dirá: ‘Ven pronto y siéntate a la mesa’? ¿No le dirá más bien: ‘Prepárame la cena y recógete la túnica para servirme hasta que yo haya comido y bebido, y tú comerás y beberás después’? ¿Deberá mostrarse agradecido con el servidor porque hizo lo que se le mandó? Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: ‘Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber’.»

 

Hacer lo que el Señor nos manda

En este Evangelio tendríamos que acentuar o subrayar algunos aspectos más importantes. El primero es la relación sobre el pecado y sobre la ofensa: «si tu hermano peca, repréndelo». Hoy nos metemos poco en la vida de nuestros hermanos, tenemos poco interés en los demás. Ciertamente, la corrección fraterna es muy importante porque uno tiene que lograr que el otro también viva en la verdad y en el bien. A veces, para no tener problemas, ni complicaciones, ni dificultades, ni recibir enojos o respuestas indebidas, uno no se interesa y no corrige al otro con amor o con ternura. Esto es lo primero: uno tiene que ser responsable en la corrección fraterna con los demás.

En segundo lugar, si éste se arrepiente hay que perdonarlo. Recordemos aquí la pregunta de Pedro «¿hasta siete veces tengo que perdonarlo?», y la respuesta del Señor «¡no siete veces sino setenta veces siete!», es decir SIEMPRE, cuando el otro muestra la actitud de arrepentimiento. Esta actitud lleva a reconocer que uno ha fallado, que siente un dolor por la ofensa cometida y que está dispuesto a la reparación; porque si no hay reparación no hay verdadero arrepentimiento; no son las palabras materiales que uno puede decir sino la actitud y la motivación que tiene que expresar con su propia vida.

Por eso, no hagamos otro abuso de la palabra: «¡estoy arrepentido!», pero sigo igual; «¡estoy arrepentido!», pero te sigo pegando; «¡estoy arrepentido!», pero sigo robando; «¡estoy arrepentido!», pero sigo mintiendo; «¡estoy arrepentido!», pero sigo siendo infiel. ¡NO!, me arrepiento y tengo el propósito y la decisión de corregirme para no cometer esa ofensa.

En tercer lugar, ante esta dificultad -que es grande- los Apóstoles piden al Señor una gran verdad: que les aumente la fe. Y nosotros también tenemos que decir al Señor «¡auméntanos la fe!»; una fe que confíe en el Señor, que tenga la seguridad y la certeza de que Dios obra. Si realmente fuéramos creyentes, en serio, veríamos cosas estupendas y extraordinarias. Por eso ¡aumenta Señor nuestra fe!

Finalmente, somos servidores, simples, que hacemos lo que tenemos que hacer; no lo hacemos para buscar un premio, un reconocimiento, para que nos aplaudan o nos retribuyan. Servimos porque servimos y no servimos a otros por conveniencia, ni para que nos tengan más en cuenta, sino que fundamentalmente servimos porque hacemos lo que el Señor nos manda. Si nos diéramos cuenta de esta gran verdad ¡qué libre seríamos! Hacer las cosas por Dios y por el bien a nuestros hermanos, sin esperar una retribución o una recompensa.

noticias relacionadas