Reflexiones de Monseñor Rubén Frassia

El Obispo de la Diócesis de Avellaneda – Lanús, en sus reflexiones radiales semanales, se refirió al Evangelio según San Juan 21,1-19: ¡Feliz encuentro con el resucitado!

Jesús Resucitado se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Sucedió así: estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: «Voy a pescar». Ellos le respondieron: «Vamos también nosotros». Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada. Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era él. Jesús les dijo: «Muchachos, ¿tienen algo para comer?». Ellos respondieron: «No». El les dijo: «Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán». Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla. El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: «¡Es el Señor!». Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua. Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla. Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan. Jesús les dijo: «Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar». Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió. Jesús les dijo: «Vengan a comer». Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Quién eres?», porque sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos. Después de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?». El le respondió: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Jesús le dijo: «Apacienta mis corderos». Le volvió a decir por segunda vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?». El le respondió: «Sí, Señor, sabes que te quiero». Jesús le dijo: «Apacienta mis ovejas». Le preguntó por tercera vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?». Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo: «Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero». Jesús le dijo: «Apacienta mis ovejas. Te aseguro que cuando eras joven, tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no quieras». De esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios. Y después de hablar así, le dijo: «Sígueme».

 

 

¡Feliz encuentro con el resucitado!
Después de crucificado, muerto y resucitado, el Señor se aparece a los apóstoles y a la comunidad de ese entonces, mostrando de un modo único y original que Dios está presente; que está vivo y no está muerto; que Él es el primero y el último, el principio y el fin; que es el Señor de la vida y de la historia. Y este hecho irrefutable -de que está vivo-, se manifiesta a través de ciertas realidades.

 

La pesca milagrosa es asombrosa: pescadores avezados decían que no pasaba nada, sin embargo le hicieron caso a Jesús: tiraron la red y sacaron muchos peces, los contaron porque estaban sorprendidos; el Señor les prepara la comida -pescado y pan-; y después le pregunta a Pedro.

 

En el encuentro con el Señor Resucitado hay una transformación entre el que es encontrado y el que lo encuentra: hay un llamado y una misión que cumplir; hay un anuncio que se debe llevar. Ser encontrados por Cristo, en algún momento de nuestra vida, debe marcar toda nuestra vida en el pasado, en el presente y en el futuro. Cristo no nos deja igual. Sería una superficialidad, y una negación, no reconocer que el Señor nos encontró, nos tocó, nos cambió y nos envió.

 

Que cada uno recuerde dónde apareció el Señor en su vida; que no quede igual; que busque, encuentre y cumpla con su misión. ¡Feliz Pascua! ¡Feliz encuentro con el resucitado! ¡Feliz entusiasmo en su apostolado! No sólo en la vida interior sino también en el ámbito de las instituciones: familiares, sociales, políticas, cívicas y eclesiales.

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