Reflexiones de Monseñor Rubén Frassia

El Obispo de la Diócesis de Avellaneda – Lanús, en sus reflexiones radiales semanales, se refirió al Evangelio según San Juan 8,1-11: El perdón nos lleva a una responsabilidad mayor.

Jesús fue al monte de los Olivos. Al amanecer volvió al Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y comenzó a enseñarles. Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos, dijeron a Jesús: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?». Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo. Como insistían, se enderezó y les dijo: «aquel de ustedes que no tenga pecado, que arroje la primera piedra». E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo. Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí, e incorporándose, le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien te ha condenado?». Ella le respondió: «Nadie, Señor». «Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante».

 

El perdón nos lleva a una responsabilidad mayor
Este Evangelio de San Juan es muy significativo donde, una vez más y con claridad, Cristo afirma que Él viene porque no quiere la muerte del pecador, sino que quiere que se convierta y viva; es el perdón que Dios nos quiere dar.

 

En contraposición a la Ley Mosaica -que era apedrear a la mujer adúltera-  la Misericordia de Cristo traspasa ese acto para llevarlo a la plenitud de la Misericordia. El no condenar, que es muy importante, no significa una indiferencia moral. Jesús no condena porque quiere que el pecador viva; pero dice algo muy importante: «no te condeno, vete pero no peques más».

 

Es decir, el perdón está como condicionado a la actitud de la conversión y del arrepentimiento. El perdón nos lleva a una responsabilidad mayor. No nos libera simplemente del peso sicológico o moral, sino que nos lleva a pasar de la inmadurez a la madurez, de la irresponsabilidad a la responsabilidad, de una vida superficial a una vida más plena, de una vida desgastada y deteriorada por la esclavitud del pecado llevarnos de una soltura y una disponibilidad en el servicio para los demás. Este Evangelio nos lleva a una conversión profunda y permanente. Dios, Cristo, hace todas las cosas nuevas.

 

Dice San Agustín: «si dices basta, es decir que no sigues luchando, estás perdido; el objetivo está siempre más allá de una realización parcial, se trata de seguir caminando hacia una verdadera comunión, más plena con Cristo que es el único verdadero y verdadero valor».

 

La conversión, y la conversión permanente, es como decir «no estoy cansado de luchar, no estoy cansado de pecar, sino que estoy preparándome para una vida nueva y por eso tengo que seguir reconstruyendo, retomando, caminando con una nueva decisión»

 

Que en este tiempo -del Año de la Misericordia- tomemos muy en serio las palabras de Jesús: «Yo tampoco te condeno, vete pero no peques más»

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