Reflexiones de Monseñor Rubén Frassia

El Obispo de la Diócesis de Avellaneda – Lanús, en sus reflexiones radiales semanales, se refirió al Evangelio según San Marcos 8,27-35: Cristo nos invita a ser sus discípulos.

Jesús salió con sus discípulos hacia los poblados de Cesarea de Filipo, y en el camino les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Ellos le respondieron: «Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas». «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?». Pedro respondió: «Tú eres el Mesías». Jesús les ordenó terminantemente que no dijeran nada acerca de él. Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días; y les hablaba de esto con toda claridad. Pedro, llevándolo aparte, comenzó a reprenderlo. Pero Jesús, dándose vuelta y mirando a sus discípulos, lo reprendió, diciendo: «¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres». Entonces Jesús, llamando a la multitud, junto con sus discípulos, les dijo: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia, la salvará.

Cristo nos invita a ser sus discípulos
La Palabra de Dios nos enseña que Cristo tiene claro a qué viene y sabe todas las consecuencias de su entrega, de su amor y de su sacrificio. Cristo nos salva en la cruz, algo que es indicativo de Él. Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios, es el Cristo Sufriente que se nos entrega y que nos redime en la cruz. Pero también, esto que es indicativo, nos hace participar de una manera discipular. El discípulo tiene que seguir e imitar al Maestro. Es así que nosotros tenemos que seguir y tomar el camino de la cruz.

 

Es ahí donde, de alguna manera, uno se puede cansar, desanimar, desilusionar, descorazonar; puede tener miedo, encerrarse; o el mundo te consume, te compra. Es así que el consumismo, las pasiones, las tentaciones, junto al individualismo, el egoísmo, impiden abrirnos a Dios y a los demás. Cristo lo tiene claro y nosotros tenemos que apoyarnos en Él, tener claridad en la invitación que nos hace: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga», por eso tenemos que saber a qué renunciar.

 

Renunciar a todo lo malo que oscurece nuestra vida. Renunciar a todo lo que nos entorpece el camino. Renunciar a todos los pesos que son superficiales, están demás y que, en lugar de aligerarnos y entusiasmarnos, nos debilita.

 

¿Aceptamos la invitación como discípulos? ¿Sabemos que ese misterio es el más profundo de la humanidad? ¿Sabemos que es la salvación para todos los hombres y que no es derrota sino victoria? ¿Lo seguimos con entusiasmo? ¿Lo damos a conocer con alegría? ¿Nos entregamos sin guardarnos nada? ¿No falta claridad en la humanidad y en nosotros? Pensémoslo. Hay que pensar bien para responder bien.

noticias relacionadas