Reflexiones de Monseñor Frassia

El Obispo de la Diócesis de Avellaneda – Lanús, en sus reflexiones radiales semanales, se refirió al Evangelio según San Lucas 3,1-6 (ciclo C): «Que Dios incida más en nuestra vida».

«El año decimoquinto del reinado del emperador Tiberio, cuando Poncio Pilato gobernaba la Judea, siendo Herodes tetrarca de Galilea, su hermano Felipe tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanias tetrarca de Abilene, bajo el pontificado de Anás y Caifás, Dios dirigió su palabra a Juan, hijo de Zacarías, que estaba en el desierto. Este comenzó entonces a recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados, como está escrito en el libro del profeta Isaías: Una voz grita en desierto: Preparen el camino el Señor, allanen sus senderos. Los valles serán rellenados, las montañas y las colinas serán aplanadas. Serán enderezados los senderos sinuosos y nivelados los caminos desparejos. Entonces, todos los hombres verán la Salvación de Dios.»

Que Dios incida más en nuestra vida

En  este 2º Domingo de Adviento, la liturgia nos muestra la figura de Juan el Bautista, el Precursor, que viene a preparar y anunciar el camino del Señor.  De esta manera se nos invita, a todos, a que en este tiempo de Adviento vayamos preparando nuestro corazón para el encuentro con Jesucristo.

Por eso, el Papa Benedicto XVI nos invita -en este Año de la Fe- a retomar la originalidad de nuestra fe que es en Jesucristo, Señor de la vida y de la historia, porque no hay ninguna persona que tenga otra historia, sino que esta está centralizada, definida por la misma centralidad de Cristo Jesús. ¡No hay otra historia, ni otras historias!

En este tiempo, que el Papa nos invita a seguir los pasos de Jesús pasando por la fe, nos dice que tenemos un tiempo de conversión; un tiempo para retomar y volver a reconocer el orden de nuestra vida, la primacía de nuestra vida; saber que nuestra vida no es «una serie de cosas, de momentos» sino que hay una dirección, hay una conducción, hay un proyecto.

El problema se presenta cuando las personas, al no reconocer que hay finalidades, no ponen después los medios para poder llegar a ellas. Porque no hay claridad y cuando no hay claridad uno se confunde y confunde a los demás. ¡Es importante reconocer que tenemos que convertirnos! Como personas, como familias, como sociedad, como Iglesia; pero volver a aquello que es lo propio: la originalidad de nuestra fe en el Señor.

Hay personas que pueden decir «vamos a hacer un esfuerzo de conversión para que ciertas cosas uno pueda mejorarles», y a veces uno puede quedar en uno mismo. Aquí el tema principal es una conversión a Dios. El tiene que tallar más  en nuestra vida, tiene que incidir más en nuestra vida.

Mi miedo es que nosotros, sutilmente, caigamos en la tentación de un cierto ateísmo práctico. El ateísmo intelectual -por así decir- puede pensar «Dios no existe y uno ideológicamente lo  niega de forma total»; pero el ateísmo práctico es aquel que está en la vida cotidiana y puede estar diciendo «Dios no tiene fuerza para convertirme; no tiene fuerza para transformarme; que no se meta en mi vida, que no entre en mis cosas, que no me modifique, que no me exija, que no me haga cambiar ¡yo no quiero cambiar!» Y es así como no dejo entrar a Dios. Eso es un cierto ateísmo práctico: Dios no tiene fuerza y no lo dejo entrar en mi vida para que mi vida se modifique.

Queridos hermanos, en este tiempo del Año de la Fe, pidamos al Señor que podamos hacer este proceso de conversión. Si Dios nos toca no vamos a quedar igual. Y como decía Isaías: «una voz grita en el desierto ¡preparen el camino del Señor, allanen sus senderos y así será que todos los hombres verán la salvación de Dios!»

Que en este Adviento hagamos el intento de que Dios talle más en nuestra vida.

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