Reflexiones de Monseñor Frassia

El Obispo de la Diócesis de Avellaneda – Lanús, en sus reflexiones radiales semanales, se refirió al Evangelio de San Mateo 7, 21-27 (Ciclo A): «Fe y vida, don y virtud».

«No son los que me dicen: ‘Señor, Señor’, los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo.Muchos me dirán en aquel día: ‘Señor, Señor, ¿acaso no profetizamos en tu Nombre? ¿No expulsamos a los demonios e hicimos muchos milagros en tu Nombre?’. Entonces yo les manifestaré: ‘Jamás los conocí; apártense de mí, ustedes, los que hacen el mal’.

Así, todo el que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica, puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa; pero esta no se derrumbó porque estaba construida sobre roca. Al contrario, el que escucha mis palabras y no las practica, puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa: esta se derrumbó, y su ruina fue grande».

Fe y vida, don y virtud
¡Qué extraordinarias son las palabras del Señor y sobre todo en este Evangelio! Todos estamos llamados a asociar, a unir, a incorporar, a vivir la fe con la vida.

La fe, que tiene que mostrarse e insertarse en la vida, y la vida que tiene que estar llena y presente de la fuerza de la fe. Pero si se dividen, si se disocian, se puede llegar a tornar en una especie de esquizofrenia, es decir una división muy grande. Y lo que el Señor quiere simplemente es que escuchemos a Dios y hagamos su voluntad: es una palabra escuchada pero puesta en práctica. ¡No basta escucharla, no basta oírla! Sino que hay que escucharla y ponerla en práctica. La sola palabra no es suficiente y tampoco sirven las buenas intenciones, que no actúan jamás. Hay gente que dice «¡yo tengo buenas intenciones!», sí, la buena intención está bien pero no es suficiente; la buena intención tiene que ser transmitida y completada en obras.

«Obras son amores y no buenas razones», como decía Santa Teresa. Muchas veces las palabras, según la elocuencia de aquel que las diga, pueden ser una ostentación.

Ostentar es «mandarse la parte» porque cree que habla más o sabe mejor, entonces vive la virtud. Pero no necesariamente el que habla más vive la virtud. ¡Aún más! Podríamos tener el don que Dios da a los cristianos, a los sacerdotes, a los obispos, pero ese don es para santificar a los demás; pero si no nos santificamos a nosotros mismos, ese don no nos lleva a la virtud de aquello que recibimos.

Es muy importante unir las dos cosas: el don y la virtud de aquello que debe ser practicado.¡Es terrible encontrar divisiones en una persona!. ¡Es tremendo vivir una dualidad!. Por eso es muy importante saber que la fe nos lleva a la vida y que la vida tiene que estar iluminada por la fe. Todo aquello que divide el corazón ya se inclina a un adulterio espiritual.

¿Qué quiere decir? Que hay que escuchar a Dios y hay que ponerlo en práctica. Si no lo hacemos así, sobra; y uno empieza a caer en la tentación de la infidelidad. Y las infidelidades pueden ser varias, no son solamente las más groseras, las sexuales, son también la falta de caridad, el apetito al poder, el no tener en cuenta a los otros, el no ser universal para con todos los hombres. Evidentemente estamos todos llamados no sólo a creer sino a poner en práctica lo que creemos.Pero no miremos a los demás, mirémonos a cada uno de nosotros; yo como persona, como cristiano, ¿vivo lo que profeso?, lo que profeso, ¿lo vivo? Dios nos da la gracia para que las dos cosas sean reales en nuestra vida. Se los deseo de todo corazón para ser hijos en el Hijo; que seamos buenos y verdaderos discípulos.

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