Reflexiones de Monseñor Frassia

El Obispo de la Diócesis de Avellaneda – Lanús, en sus reflexiones radiales semanales, se refirió al Evangelio según San Marcos 12, 28b – 34 (ciclo B): «El tesoro más importante».

Un escriba que los oyó discutir, al ver que les había respondido bien, se acercó y le preguntó: «¿Cuál es el primero de los mandamientos?».  Jesús respondió: «El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a tí mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos».

El escriba le dijo: «Muy bien, Maestro, tienes razón al decir que hay un solo Dios y no hay otro más que él, y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios».  Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente, le dijo: «Tú no estás lejos del Reino de Dios». Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

El tesoro más importante
Es muy importante este Evangelio ya que nos coloca frente a dos realidades que son una única verdad: el amor a Dios y el amor a nuestro prójimo. Y curiosamente, ambos amores están debilitados y resquebrajados. Por eso el Papa, Benedicto XVI, en este Año de la Fe, invita al mundo y a la Iglesia a renovar la fe para poder descubrir el verdadero amor de Dios y el verdadero amor a nuestros hermanos.

Ambas realidades, el mundo y la Iglesia, están debilitadas. Se ha ido perdiendo la fuerza de la motivación, la fuerza del sentido y por eso, entonces, no se le es capaz de amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todo el espíritu y con toda la fuerza. A Dios se lo cambia por cualquier cosa «opinable»; a Dios se lo reduce a «lo que tengo ganas de hacer»; el relativismo; lo individual; el «sólo por hoy»; el modo fragmentario de vivir, de mar y de proyectar; el «no para siempre»; eso está muy presente.

Pero también repercute e incide en el comportamiento social, en el comportamiento fraternal y por eso no se ama en serio a los demás; por eso las relaciones y los vínculos son sólo por hoy, un tiempo nomás, todo es relativo, todo es subjetivo, todo es meramente individual y una especie de comercio: doy y me dan, me dan y doy, pero no hay nada gratuito y nada para siempre.

En el Año de la Fe, el Papa nos invita a pasar por este umbral, por esta puerta, para volver a descubrir nuestra vocación y poder decir «¡escucha Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor!» y lo queremos amar con todo el corazón, con toda el alma, con todo el espíritu y con toda la fuerza. Pero también este amor se concreta e incide en el amor a nuestros hermanos hasta las últimas consecuencias.

El Año de la Fe nos vuelve a despertar la vocación profunda; y si nosotros no la descubrimos y no nos ponemos en marcha, vamos a perder el tesoro más grande de nuestra vida: Dios y nuestros hermanos.  ¡No pierdas el tesoro de tu vida! ¡Búscalo, síguelo, compromételo y da señal de que lo has encontrado!

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