Reflexiones de Monseñor Frassia

El Obispo de la Diócesis de Avellaneda – Lanús, en sus reflexiones radiales semanales, se refirió al Evangelio según San Marcos 6, 1-6 (ciclo B): «¿Creemos en Jesucristo?».

Jesús se dirigió a su pueblo, seguido de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: «¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos? ¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?». Y Jesús era para ellos un motivo de tropiezo. Por eso les dijo: «Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa». Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos. Y él se asombraba de su falta de fe. Jesús recorría las poblaciones de los alrededores, enseñando a la gente.

¿Creemos en Jesucristo?

Estamos ante el tema de la incredulidad, que por un lado es ignorancia pero por otro es obstinación. Y además puede ser dureza de corazón. En el antiguo Israel los profetas decían y querellaban con el pueblo: «pueblo de dura cerviz, de corazón endurecido» y el mismo Señor lo había dicho.

La idolatría es sustituir a Dios e ir a otros dioses. No es una cosa del pasado, también es una cosa actual, vigente. ¿Cuáles serían las idolatrías en las que uno pueda caer? Muchas veces cuando uno absolutiza alguna cosa creada, léase sexo, poder, dinero, fama, influencias, en las que de alguna forma uno gasta su energía en algo perentorio y pasajero. También es absolutizar algo particular, algo de «poca monta», algo de poca densidad.

El otro tema es la incredulidad, que puede tocar al pueblo de Israel y que nos puede tocar a nosotros como Pueblo de Dios, del que formamos parte. Una incredulidad, por ejemplo, cuando decimos que tenemos fe pero que es una fe diferente, o una fe de ignorancia. El Santo Padre, Benedicto XVI, habla mucho de una fe negligente. Aquellos que dicen que tienen fe pero después, del modo como viven, como piensan, como actúan o como realizan las cosas, son contrarias a la fe: el indiferentismo religioso.

Al recordar el inicio del Concilio Vaticano II y en el aniversario de los veinte años del Catecismo Universal, el Papa nos invita a vivir el Año de la fe; para volver a instaurar el tema principal en nuestra vida: si creemos en Jesucristo, el Hijo de Dios y de María Virgen, si creemos que es el Señor, la Persona por excelencia -no una idea, un pensamiento, una ideología-  y la Fe -que hay que pedirla porque a veces está dormida- tiene que estar redescubierta para volver al espíritu de lo que significa el sentido de la misma, que depende fundamentalmente de una adhesión y de un compromiso personal.

No nos queremos quedar en las cosas, sino que queremos reconocer al Señor de las cosas, al Señor que es Jesucristo, el Mesías; que es «locura» para los griegos y «escándalo» para los judíos, pero para nosotros es vida y vida en serio.

Pidamos ponernos en marcha. Creer en Cristo y creer en la Iglesia -no creemos en los hombres que conducen- sino que creemos en la Iglesia que es habitada por el Espíritu Santo. Hoy es Benedicto XVI, ayer fue Juan Pablo II y así sucesivamente.

Pidamos al Señor que aumente nuestra fe, para creer y para seguirlo más de cerca porque no queremos vivir en la ignorancia, no queremos vivir sin motivos, sin entusiasmo. Por eso mismo hay que volver a plantearse la pregunta fundamental: ¿creo en Jesucristo?, ¿sigo a Jesucristo?, ¿me pongo la camiseta de Jesucristo?, ¿obro convencido de que quiero ser discípulo de Jesucristo?, ¿doy testimonio de que Jesucristo está vivo en la tierra y en el mundo? Son preguntas que hay que hacerse y que hay que responder.

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