Reflexiones de Monseñor Frassia

El Obispo de la Diócesis de Avellaneda – Lanús, en sus reflexiones radiales semanales, se refirió al Evangelio Evangelio según San Juan 6,51-58 (ciclo A).

Jesús dijo a los judíos: «Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo». Los judíos discutían entre sí, diciendo: «¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?». Jesús les respondió: «Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí.

Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente». El Discurso Eucarístico. Al escuchar a Jesús en su Discurso Eucarístico por excelencia, nos damos cuenta que Cristo es el alimento definitivo para todos nosotros. Su Cuerpo y su Sangre están unidos indisolublemente al sacrificio; a ese cordero que se entrega por nosotros en la cruz.Ese Pan, esa Sangre divina, que es la Vida de Dios, es para todos nosotros. El Señor nos alimenta con aquello que es como un elemento más importante de la vida humana, como lo es el descanso, el trabajo, el sustento. ¡Es un alimento para el alma! ¡Es un alimento para la vida! ¡Es un alimento para el trabajo! ¡Es un alimento para la vida cristiana! ¡Es un alimento para obrar y actuar en familia! ¡Es un alimento que nos robustece para ser buenos testigos ante el mundo y en la Iglesia!.

Hoy, esta Solemnidad es reconocer al Señor presente en la Eucaristía. Y tenemos que reconocerlo para escucharlo, para admirarlo, para agradecerle y para participar de su comida; ¡tenemos que comerlo a Dios que se nos da en la Eucaristía! Cuando Dios entra en nuestra vida, inmediatamente se aleja toda sombra de pecado, todo egoísmo; ¡entra la salud y se va la enfermedad!; ¡entra la vida y se va la muerte!, ¡entra la gracia y desaparece el pecado!.

Tenemos que ser concientes que la Eucaristía no es «una cosa más», o un «acostumbramiento» porque todo el mundo se dirige a la fila y uno también va, sino que es un encuentro muy profundo y serio con el Señor, con los hermanos y con la Iglesia. ¡Es un encuentro con el Dios vivo!.

Cuando nosotros tocamos a Dios, y cuando Dios nos toca a nosotros con su amor y su misterio, no podemos quedar de la misma forma. Y si quedamos así es porque tenemos poca fe, o porque tenemos una fe debilitada. ¡Estamos celebrando el Misterio!, ¡estamos participando el Misterio!, ¡estamos recibiendo al Dios vivo! ¡Es lo primero y lo máximo, lo sublime!. Por eso nuestra alma y nuestra vida, tienen que estar como resucitados, como renovados, como vueltos a nacer, como enviados, como testigos del Señor que está presente, está vivo en medio de nosotros.¡Feliz fiesta del Corpus Christi! ¡Feliz fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo!.

Y así como entra la Vida, que tengamos la dicha no sólo de recibirlo sino de permanecer en Él y también la alegría de darlo a conocer.

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