Raymundo Vera, el héroe que cumplió 100 años

Lo celebró con sus seres queridos en la Asociación Guillermo Marconi.

Su nombre en Raymundo Vera, pero para su círculo íntimo es el Rey de la Familia o, simplemente, “Abu Rey”. Este año, no es uno más ni para él ni para su entorno más cercano, porque, por estos días, el gran héroe de la vida cumplió cien años, en plenitud y con excelente estado físico y anímico, que no solo lo convierte en un ejemplo de vida, sino en motivo de admiración de propios y extraños. Por ese motivo, el salón de la Asociación Italiana Guillermo Marconi de Wilde fue escenario del emotivo festejo por su centenario.

Don Raymundo nació en Tucumán y la vida le dio rápidamente un duro golpe, como lo fue la prematura muerte de su madre, y luego otro más, el desarraigo. Su padre se había quedado solo, con sus hijos, y decidió de a poco ir preparando el camino para “desembarcar” en Buenos Aires en busca de una nueva vida.

Por ello, envió al por entonces pequeño Raymundo a la gran urbe para que lo criara un tío, hasta que él pudiera seguir el mismo camino junto al resto de sus hermanitos.

Ya en Buenos Aires, “la nueva familia” lo adoptó con mucho amor y como un hijo más, y lo cuidó hasta que finalmente se pudo reencontrar con su padre en Buenos Aires, para volver a vivir juntos.

Raymundo tenía 11 años y soñaba formar parte de la Marina, al igual que su tío, y un día tuvo la oportunidad de embarcarse y recorrer el mundo hasta los 17 años.

“Y así comenzó una vida de aventuras increíbles; viajando por todo el mundo, estuvo en la Segunda Guerra Mundial, enfrentó tormentas terribles en el medio del mar, salvó a sus compañeros y con tan poca edad se convirtió en todo un héroe”, evocaron sus familiares al resumir parte de su vida.

A los 17 años regresó a Buenos Aires y fue trasladado a Comodoro Rivadavia, donde les contó a los oficiales su historia y de cómo fue que había llegado hasta llego ahí.

Los oficiales le preguntaron cómo podían contactar a su familia y Raymundo no dudó. Les dijo que se comunicaran con el Club Atlético Independiente de Avellaneda, que ahí todos conocían tanto a él como su padre, quien vivía en una pensión frente a la institución.

Ya de regreso en Buenos Aires, y aprovechando sus ingresos por los años embarcados, Raymundo se tomó un año sabático. Sin embargo, un día que estaba haciéndose un traje en un sastre del barrio, conoció al dueño de la Compañía Sudamericana de Fósforos, quien inmediatamente le ofreció trabajar allí.

Y así fue como empezó otra gran aventura para él… entró en la fábrica como aprendiz y llegó a tener uno de los cargos más importantes. Luego se independizó y tuvo su propio negocio.

Ya jubilado, el “inquieto” Raymundo quiso seguir trabajando y entró al Colegio Mariano Moreno de Wilde, donde se desempeñó hasta los 90 años, sin faltar ni un solo día. Por eso, directivos, alumnos y exalumnos lo recuerdan con mucho afecto.

En el plano sentimental, el amor le llegó casi sin querer, cuando cumplía funciones en la fábrica de fósforos. Un día, vio a una jovencita que había ido a servirse agua y no pudo sacarle los ojos de encima. La mirada de Raymundo se posó en ella y la acompañó hasta que su figura se perdía en el ascensor.

Su nombre era Lucía Olga Sendras, fue el gran amor de su vida, con quien tuvo tres hijos y construyó su casa soñada en Wilde, donde vivieron juntos hasta el fallecimiento de ella, a sus 89 años. Raymundo la cuidó hasta el último día y, sin duda, también para ella, fue un gran héroe.

 

Crédito Fotos: Diego Gabriel Couce

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