“Propio de Dios es el perdón”

El Obispo de la Diócesis de Avellaneda – Lanús, Monseñor Rubén Frassia en sus reflexiones radiales se refirió al Evangelio según San Lucas 7, 36. 8-3 (ciclo C).

El Evangelio de hoy nos habla de un contraste: Simón, el fariseo, observa y se cree justo y ve una parte de la realidad; no está mintiendo pero ve solamente una parte. Esta mujer, la Magdalena, se reconoce pecadora y llora ¡pero se arrepiente! Y porque se arrepiente recibe el perdón de Dios.

Jesús, está lleno de misericordia y sabe más porque perdona más. Sabe más porque ama más y su actitud hace que el otro se abra y confíe. Y aquí algo para destacar: nadie se abre a quien sabe que no lo va a escuchar. Si yo tengo que hablar y sé que mi interlocutor no me va a escuchar ¿para qué me voy a abrir si no me va a escuchar?
Cuando uno va a Dios, se acerca a Dios, es porque sabe que Él sí propiamente puede escucharnos, Él sí nos puede perdonar, Él sí puede cambiar nuestra vida y transformarla.

En esto hay algo muy propio: orgullosos o humildes. El orgulloso piensa que no tiene necesidad de Dios, que se cierra a Dios; el pecado del orgullo es rechazo de la fuente de vida. Ese pecado produce incomunicación, es cortar vínculos, es quedarse en la soledad y, de alguna manera, en la muerte. En cambio el que es humilde, el que se abre, el que confía, reconoce y hace un propósito de corrección y enmienda; sabe y es perdonado.

El hombre se puede quitar la vida, pero no puede darse la vida. Por eso decimos que lo propio de Dios es el perdón, es la misericordia, y esto no hay que olvidarlo jamás.

Por lo tanto, todos nosotros, menos Cristo y la Virgen, somos pecadores y en la medida que uno reconozca su propio pecado, más se abre para ser perdonado y amar más. Pero si uno tiene miedo a reconocer su pecado, va a ser perdonado poco; porque no confía, porque no se abre, porque no comparte ni se entrega. Necesitamos reconocer nuestros pecados. Necesitamos confesarnos ante Dios por medio del sacerdote. Necesitamos saber que sólo Dios, por medio del sacerdote, nos cambia la vida. ¡Animémonos!.

¡Anímense a confiar y verán que no quedarán defraudados!.

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