Profesora Margarita González: “Ver al otro que se apasiona tanto como uno, es algo maravilloso”

Dicta taller de Tejeduría tradicional. En la foto (de pie) María Caballero, Daniel Albrecht, Patricia Harrison y Ana Ramírez. Sentadas: Profesora Margarita González, Leticia Galve y Graciela Poncet.

No hay nada más gratificante que poder vivir de lo que a uno le gusta hacer. Y la labor se vuelve doblemente placentera cuando uno puede transferir todos sus conocimientos con otros y compartir su pasión con los demás.

Orgullo, felicidad, pasión. Esos son los sentimientos de Margarita González cada vez que recibe a sus alumnos en su Taller de Tejeduría tradicional.

“Yo me dedico especialmente a la tejeduría tradicional argentina, desde los Wichis hasta los Mapuches, aunque también a todo lo que es Latinoamérica y el período Pre-hispánico”, explicó, a modo de presentación Margarita en el taller de la calle Giura 1378.

El objetivo de este taller es el aprendizaje y la investigación de las técnicas ancestrales del tejido e iconografía. Asimismo, se busca estimular el desarrollo de la creatividad textil de cada alumno, a partir de las nociones de diseño; el relevamiento de tejidos e información complementaria sobre las comunidades relacionadas y el respectivo significado del uso de los tejidos.

“Lo que hacemos aquí es recrear técnicas. Hay infinidad de formas de presentar un taller de textiles. Pero yo prefiero mostrarlo de la manera más autóctona que se pueda. Por eso a fin de año exponemos y hacemos un desfile con todo lo que fuimos haciendo. No queremos que esto sea una moda, sino que sea una historia de vida y que siga”, destacó la docente, con relación a la forma en que lleva adelante su curso.

De hecho, tanto para la profesora como para los alumnos, “no se trata de hacer el taller por hacerlo, simplemente, sino que lo que se busca es explorar, conocer y remontarse a los orígenes de nuestra historia”.

“Eso es exactamente lo que trato de inculcarles a todos mis alumnos”, resumió Margarita, quien dio sus primeros pasos en el mundo textil en el Instituto de Folklore y Artesanías Argentinas de Avellaneda. Allí estudió cuatro años, para luego continuar perfeccionándose en el Centro Cultural Ricardo Rojas y en otros talleres, en forma particular.

Antes de meterse de lleno en su actividad actual, Margarita intentaba encontrar su vocación, aunque sin tener muy en claro cuál sería su camino.
“Soy Técnica en Administración de Empresas. Trabajé como empleada administrativa y hasta tuve un negocio de artículos de limpieza. ¡Nada que ver con esto!, exclamó con una simpática carcajada.

Sin embargo, la profe admitió que el arte siempre le había estado rondando muy de cerca.

“A unos metros de aquí mi padre tenía una galería. Entonces desde chica estuve empapada de gente de arte, de gente que le gustaba pintar, de poetas… De alguna manera, estaba en ese mundo. Pero no había tenido la oportunidad de hacer algo yo misma”, sostuvo.

“En un momento clave de mi vida dije: vamos a cambiar un poquito. No pasó nada puntual, pero quise un cambio. Como no sabía pintar, quería aprender a hacer tapices. Y me encontré de casualidad con la tejeduría –fui al taller equivocado- y me enamoré, porque me encantó”, agregó la profesora.

Manejar los hilos
Cuando empezó a estudiar tejeduría, Margarita González no buscó un fin comercial ni tampoco se le ocurrió ser docente. Pero una vez, una profesora suya le pidió que la remplazara en algunas clases.

“Me dijo: vos podés. Y desde entonces es algo que me apasiona. Ver al otro que se apasiona tanto como uno, es algo maravilloso.

Para Margarita, “el conocimiento hay que compartirlo”. “Y me encantaría que ellos (mira a sus alumnos) sigan en esto y sean felices con lo que hacen. Lo importante es que acá todo lo que hacen es por iniciativa propia”, subrayó, sonriente.

Del 2002 al 2007, González dio clases en la UBA, Sede Avellaneda. Y hoy da clases en “el Rojas” y en el Museo de Arte Popular José Hernández, además de en su taller propio.

La principal consigna para sus alumnos es la libertad, pero con una cuota de responsabilidad. “Al momento de encarar un trabajo, ninguno se impone un tiempo de realización. Se termina cuando se termina. Pero cuando tomás un telar tenés que estar predispuesto. Siempre les digo que cuando están mal, lo mejor es que no toquen el trabajo, porque después eso se nota”.

La descripción de las distintas técnicas que trabajan en el taller está documentada. Existe bibliografía que permite reproducir obras específicas de cada comunidad, aunque González también ha podido enriquecer el material de los libros mediante el contacto directo con integrantes de algunas tribus autóctonas.

“En 2005, por ejemplo, estuve con un cacique Mapuche y su esposa, y me mostraron cómo trabajaban, empleando técnicas ancestrales”.

“Cuando ves un tejido Mapuche no podés creer que sea tan simple de hacer y tan bello su resultado. Sobre todo teniendo en cuenta que ellos lo hacían simplemente con cuatro maderos. Todo eso te va dando idea de su forma de vida y de su cultura totalmente diferente. Y recrear todo eso es hermoso”, resaltó la especialista en tejeduría.

La artesana aclaró que todos los telares o bastidores que uno puede usar son totalmente diferentes. Todos tienen en común el empleo de una urdimbre y una trama, pero cada uno tiene su particularidad.

Y si bien cada etnia representa un estilo específico para la confección de prendas u otros elementos textiles, “todas tienen un denominador común que es el corredor andino”, apuntó.

En plena clase de un jueves lluvioso, Margarita explicó con una metáfora todo lo que siente al realizar esta especial actividad: “Esto es: la lana, el bastidor o el telar y vos, hablando. Es una conjunción. Un poema”.

Y a continuación, uno a uno, sus alumnos también compartieron sus sensaciones.
“Margarita nos da la libertad de explorar distintas expresiones”, sostuvo Graciela, que se viene desde el barrio porteño de Palermo.

“Para mí, esto es un cable a tierra”, dijo Daniel, mientras se concentra en la confección de su propia red de pesca.

“Yo siempre hablo con el telar. Me enojo con él cuando no me sale lo que quiero y le agradezco cuando lo termino. Y lo siento como un hijo más”, definió, por su parte, Ana.

Patricia, -profesora de plástica- que está haciendo un mandala con un viejo globo terráqueo, reconoció que alguna vez intentó tejer a dos agujas, pero se le hizo difícil. “Cuando encontré el telar, sentí que era como una parte de mí y que podía hacer con él lo que yo quisiera. Y lo que quiero ahora es dedicarme al arte textil”.

María sonríe mientras escucha a su profesora y a sus compañeros. Disfruta mucho de hacer una boina en color bordó para su esposo Daniel.

La profesora escucha atentamente los comentarios y se sonroja ante la lluvia de elogios de parte de sus alumnos. Los mismos que recibe de su esposo Damián y de sus hijos Damián Leonardo y Hernán, que la apoyan en todo lo que hace.

Así transcurre la tarde. Pronto se vendrá la ronda de mate con torta. Y la profe y sus alumnos, continuarán tejiendo hermosas historias.

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