Problema demográfico

Escribe Roberto Díaz

Alguna vez, un pensador como Malthus se dio en explicar los problemas de la alta demografía; para Malthus, era un problema la gran cantidad de seres humanos que iba a tener el mundo, en una proyección geométrica que se vio obligado a hacer para demostrar su teoría.

El pensador inglés estaba preocupado porque consideraba que un mundo super poblado, era un mundo que iba a tener muchas carencias. Y esas carencias iban a llevar a grandes catástrofes.

Como le pasó a Marx que no pudo imaginarse la evolución del sistema capitalista, Malthus no pudo imaginarse el altísimo desarrollo de la tecnología como para suplir aquellos problemas que se avecinarían con semejante explosión demográfica.

Tampoco Malthus pudo considerar que un continente, como el europeo, fruto de ese alto desarrollo tecnológico que trajo aparejado el confort, iba a descender a límites tan bajos en su demografía.

Países desarrollados del Primer Mundo y otras naciones que acompañan el proceso, son, en la actualidad, territorios donde no se producen nacimientos con la intensidad y el vigor que sería de esperar; viajeros con una mirada nueva sobre el viejo continente, se asombran de ver tan pocos cochecitos de bebés por las calles.

Un bebé dentro de un supermercado de Barcelona, fue objeto de interés de los clientes que se arremolinaron alrededor de la criatura. Era como una especie de milagro.

La vida siempre está dándonos prueba de advertencia y consejo: los pro y los contra de la existencia son esas balanzas por donde discurrimos, a veces para encontrar un sentido a las cosas y, a veces, para imaginarnos un futuro en donde, generalmente, erramos los pronósticos.

La tecnocracia llegó para darnos mejor calidad de vida, pero resulta que produjo en ciertas comunidades una especie de deshumanización, un rechazo a la maternidad y a la paternidad, en aras de cierto “disfrute” que no pasa por los auténticos sentimientos ni por el amor.

Estas sociedades comienzan a entender, ahora, que se han privado de la sustancia mejor de la existencia: la prole, la descendencia de la sangre, el hilo conductor por el cual la especie sigue perpetuándose a través de los tiempos. Precisamente, los niños son los que le dan eternidad a nuestra vida. Sin ellos, es como que la existencia se disuelve a la vuelta de la esquina.

El hedonismo o esos “jardines de Epicuro” donde muchos seres humanos extraviados, piensan que hallaron el sentido a su existencia, choca, sin duda, apenas se transcurre unos años. Y estas comunidades europeas están tropezando con esta dificultad. No hay descendencia o hay muy poca. Han importado otras razas para que les resuelva el problema de aquellos trabajos más subalternos y, comienzan a darse cuenta, que a medida que los años pasan, están perdiendo identidad; los inmigrantes avanzan con una proyección cinco veces mayor que ellos y les están copando aquellos roles que, anteriormente, sólo podían ocupar ellos.

No en balde el presidente de los EE.UU. es un morocho, impensado años atrás.

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