Presentaron en la UNDAV la obra teatral “La empresa perdona un momento de locura”

La obra del venezolano Rodolfo Santana se presentó el pasado sábado 28 de noviembre. El papel protagónico estuvo a cargo de Edgardo Nieva quien compartió escenario con Esther Goris.

la empresa obra

 

El sábado 28 de noviembre, la Universidad Nacional de Avellaneda puso a disposición del público en general, con acceso libre y gratuito, la pieza teatral “La empresa perdona un momento de locura”, del venezolano Rodolfo Santana (1944-2012). El papel protagónico estuvo a cargo de Edgardo Nieva (el obrero Orlando Núñez), quien compartió escenario y todo un raid actoral con Esther Goris (la Psicóloga).

 

La obra comienza en el momento en que Núñez ya ha tenido su aludido “momento” y se encuentra dialogando (siendo interrogado más bien) por la Psicóloga. Un accidente con una máquina le ha costado la mano a un aprendiz a su cargo, y entonces, el intachable obrero que en veinte años sólo había faltado un día por un cólico renal (después de trabajar varios otros aun doblado de dolor) la emprendió a martillazos contra las máquinas.
Es más; en ese arrebato ha insultado a sus empleadores y se ha rebelado contra las condiciones laborales que durante años respetó como sagradas. Núñez puso así en peligro la armonía productiva, sembró cierta inquietud entre los compañeros que aún le prodigan un bien ganado afecto, y desde luego interrumpió su larga “luna de miel” con la empresa. Ahora, y habiendo rechazado –con la seguridad del inocente– la presencia de un delegado sindical y un abogado, se encuentra frente a esa mujer, delegada de la empresa.

 
Goris cumple de manera brillante su papel. La Psicóloga no es sólo la estilizada portavoz de la empresa. Es también la representante del Establishment que no soporta ser cuestionado. Seductora, autoritaria y hasta sádica, se presenta ante Núñez como una aliada, la portadora del mal menor, pero esa “aséptica mediadora” cae también en raptos de ira. Su correcto lenguaje se torna entonces procaz, y su oscuro y atildado traje sastre muestra un orillo de vieja data: es, a su modo, la vieja Inquisición, el Capitalismo insensible que no tolera interrupciones en su línea de producción de dinero, el peso del Estado sobre el individuo, el de un Supra Organismo que no puede admitir el corrimiento de lugar de una célula, por pequeña que sea. Incluso será el Demonio tentando a un Cristo vestido con “ropa Ombú”, en el desierto de las desigualdades de clase.

 
¿Y dónde golpeará esta “terapeuta bienhechora”? En el pasado de Núñez, en sus dolores personales, en la supuesta mancha de haber tenido un hijo asesinado por criminal (en verdad, un militante político), en los “muertos en el ropero” que todo individuo tiene, y que son casi inevitables en los seres de condición tan humilde como la de ese obrero.

 
Nieva está, una vez más, impecable. Asume sin pausa y sin desaciertos el papel de ese hombre que dejó gran parte de su vida en la fábrica (cuyo efecto contaminante además afectó a una pequeña hija suya). Su Núñez es un ser honrado, de principios, pero con remordimientos y hondos desgarros. La labor de la Psicóloga será hacerlo sentir culpable, para luego ofrecerle una suerte de generoso indulto, casi un “premio”. En realidad, un soborno, una nueva afrenta a su humilde condición. Pero, ¿puede el ratón de todas las épocas aceptar que el león de siempre fije las reglas?

 
Como Núñez en la fábrica, Nieva deja el cuero en el escenario. Y esos se nota y se agradece. (Así también se agradece la inquietud y el esfuerzo de la UNDAV y de algunos de sus alumnos para ofrecer a su comunidad un espectáculo como este).

 
¿Por qué esa pieza estrenada en Venezuela en 1974 no pierde vigencia? Porque alude al Hombre en general, y al latinoamericano en particular. Porque las actuaciones (y seguramente la adaptación y la dirección de Julián Cavero) la remozan y la hacen imprescindible.

 
La obra podrá verse en otras universidades y centros comunales. A estar, entonces, atentos. Nieva y Goris devuelven al arte escénico su origen itinerante, y ejercen el sagrado oficio entre llantos de ocasionales niños y ruidos de espacios abiertos. Ruidos de vida, en suma, como vida es el teatro, su eterno espejo y puente a la trascendencia.

 

Julio Acosta

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