«Petunio», flor de artista

Tiene un teatro en su casa y es la alegría de Villa Dominico. En la foto, junto a su esposa María Eva.

Había una vez, un joven al que le gustaba escribir. Entre sus historias, la más importante fue la que anticipaba cómo sería su vida. En ese relato, él imaginó en primera persona, que se casaría y tendría tres hijos varones. La realidad se asemejó bastante a la ficción, porque años más tarde, Segundo Ramón Fernández formó la familia que había soñado en su cuento, aunque sus «retoños» fueron tres hijas mujeres.

«Tenía 16 años, más o menos, y ya en ese momento como que me inventé mi propia familia. A todos les había puesto nombre, y en ese cuento, mi señora se llamaba «Petunia». Entonces cuando me puse de novio con María Eva (64), quien sería mi verdadera esposa, le dije que iba a rebautizarla y ella accedió porque le gustaba como sobrenombre», cuenta Ramón (67), cafecito de por medio, en su casa del barrio de Villa Domínico.

Seis meses después de ponerse de novios, el mandó a hacer unas medias-medallas, y como a esa altura ella también lo había empezado a llamar «Petunio», sus apodos salidos del cuento de Ramón quedaron sellados para siempre. «Petunia» y «Petunio», para todo el mundo.

Desde chico, Ramón escribió poesías, canciones, y hasta dos obras de teatro; una de ellas, versión libre de Los Locos Adams. «Arriba tengo un cuartito, que algún día se va a llamar El Potrerito, porque ahí, desde chiquito, tuve mis primeras ilusiones. Yo les decía a mis amigos que quería ser cantante, artista; y ellos se reían. Porque yo sabía que tenía un payasito -o un cómico- adentro. Porque siempre hago reír a la gente. Me gusta disfrazarme, ser el centro de las reuniones», dijo sonriente «Petunio», un verdadero apasionado de la actuación.

A la hora de interpretar, sus personajes son deliberadamente cómicos. Ramón asegura que siempre le gustó «hacer reír e inventar cosas». «Tal es así, que una vez fui preso. Por hacer una travesura y por reírme, una vez que nos quisimos ir sin pagar de una pizzería. Mis amigos salieron corriendo y yo perdí por tentarme de la risa», reconoció, al recordar la anécdota.

«Ella siempre me acompañó y se ríe conmigo», afirma «Petunio», mientras mira de reojo a su señora. «No me quedó otra», suelta María Eva, que cuando actúa junto a su marido, interpreta a Tita Merello.

De familia numerosa -ambos tienen muchos hermanos- la pareja no se conforma con brindar espectáculos sólo para los íntimos. Es que los vecinos del barrio también son espectadores de lujo, agasajados por los anfitriones con humor y amor. Y lo más importante: no se cobra entrada.
«Nos preguntan ¿Qué llevamos? Y les decimos que no traigan nada. Compramos sandwichs o hacemos pizzetas, así comen algo rico mientras nosotros actuamos», afirma Ramón.
«Pasa que hace 39 años que tenemos negocio acá», agrega María. «Así que nos conocen todos en el barrio. Somos un montón de familia, y esto se llena. Entonces vamos invitando a los vecinos, por tandas», explicó «Petunia».

El teatro en casa.
En el patio de su casa «Petunio» tiene su propio teatro. El escenario tiene un piso rebatible que baja gracias a sus bisagras y se apoya sobre unas tarimas; o queda pegado a la pared, cuando no está en uso. Tiene luces, un toldo y su correspondiente telón. Y en una prolongación lateral del patio, que también tiene entrada al living, instala sus respectivos vestuarios. Cuando Ramón edificó, en la que otrora fuera la casa de su suegra, ya tenía pensada toda la distribución del escenario.

«Cuando las nenas eran chicas, lo armaba y lo desarmaba para los cumpleaños. Llegaban a venir cerca de 60 chicos. Una escuela de enfrente nos prestaba las sillitas. Si bien las obras eran para los chicos, los grandes también nos pedían que los dejáramos pasar, porque ellos también se divertían mucho», recuerda el comediante, que disfruta mucho cuando se disfraza.

A la hora de explicar esta linda locura de actuar para los demás, Ramón lo define de manera contundente: «Siempre tuve la ilusión. Así como otros tienen la ilusión de un yate, una Ferrari, o una mujer linda, a mí siempre me gustó el teatro, el escenario. Me llaman las tablas».

Desde hace 18 años, para Navidad, «Petunio» se disfraza de Papá Noel. Llama al muchacho del carrito, que se estaciona en la puerta de su casa, y les da a los chicos -que forman colas interminables- pochoclo, manzanitas y copos de nieve.
«¿Caramelos? Siempre reparto dos bolsas así de grandes» (abre sus manos, como para dar un abrazo).
«Tengo un buzón, que si ves las cartas, llorás», prosiguió Fernández. «Tengo cartas hasta de gente grande, que han llegado a pedir que les cure una enfermedad, o que los reconcilie con la pareja. Y ver las caritas de los chicos, es algo increíble», resaltó el artista.

«Lo que pasa es que él se cree que es Papá Noel», aportó su esposa. «Un día causó revuelo en pleno centro, repartiendo caramelos en plena avenida Corrientes. Y fue a saludar a los negocios mayoristas que él conocía sin identificarse, a tal punto que pensaron por un momento que los iba a robar», recordó «Petunia», entre risas.

En el negocio, ubicado en Estanislao Zeballos al 4500, el matrimonio tiene una tienda de ropa, vende artículos de librería y algunos regalos. En otra época también vendían cosméticos y juguetes. Por otra parte, Ramón -cuyo oficio principal es la matricería-, aprendió un poco de relojería, por su capacidad para aprender y sus habilidades manuales, así que también se dedica a los relojes.

En su juventud, a «Petunio» le ofrecieron ir a trabajar al exterior -primero a Estados unidos y después a Australia-, pero Petunia no se animó a alejarse de los afectos.
«Más allá de que eran dos grandes oportunidades, no estamos arrepentidos porque hemos podido poner nuestro negocio y tener un buen pasar. Les dimos una buena educación a nuestras hijas y eso me pone muy contento, porque hoy las tres están muy bien», admitió Ramón.

Además de la unión que caracteriza a la familia, el cariño de los vecinos es incondicional. Ramón se disfraza de Papa, y recibe a la gente para darle su bendición. Y todos se empiezan a reír desde la puerta.
En algunas ocasiones, también surge la complicidad para que «Petunio» haga de las suyas. «Ya la gente se cuida de mí, porque soy de hacer chistes, el día de los inocentes», advirtió, con una mueca socarrona.

Desde hacerle creer a una clienta que le debía una cuenta abultada del último mes, llevándola hasta las lágrimas, hasta hacerle creer a su cuñada Matilde, fanática de Sandro, que había sido invitada por la presidenta del Club de Fans, a una cena show del gitano.

O decirle a su madre que una de sus nueras (la esposa de uno de sus hermanos) tenía en su casa una foto de ella toda pinchada con alfileres.

Sin dudas, la historia que se inventó «Petunio» fue, en parte premonitoria, porque tal como había imaginado en su jardín brotaron tres flores: Sonia Edith (41), Malvina Griselda (38) y María Belén (30). Una morocha, otra de cutis blanco y otra pelirroja, orgullosas de lo que hace el papá.
Lo disfrutan también sus yernos (Diego -el marido de Sonia- y Franco -el de Malvina-) que se sumaron en esta «loca aventura de hacer teatro».

Pelucas, disfraces, bromas y risas. Así es «Petunio». «Flor» de artista…

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