Pese a la conmoción, la juventud francesa no renuncia a su estilo de vida

Con sus atentados en París, el EI apuntó al estilo de vida hedonista y urbano que prevalece en la juventud. Sin embargo, esos jóvenes prometen no ceder al miedo y defender la tolerancia y sus costumbres.

“Si el miedo gana, nuestras libertades pierden”, puede leerse en una de las tantas pancartas depositadas entre botellas de cerveza que se codean con ramos de flores apilados y velas en las veredas del bar Le Carillon y del restaurante Le Petit Cambodge, donde 15 personas murieron en los ataques del viernes pasado.

“Manifestémonos para rechazar el estado de emergencia”, agrega el cartel, en alusión al estado de excepción decretado por el gobierno el mismo día de los atentados, y cuya prolongación por tres meses fue aprobada hoy por la Asamblea Nacional francesa.

El barrio de République, el Canal Saint-Martin, la rue Bichat y la de Charonne, son algunos de los lugares más frecuentados por la juventud parisina, el París “bobo” -interjección en francés para definir al burgués-bohemio-, donde lo popular prevalece por sobre lo “chic”.

La juventud parisina se da cita a diario frente al bar y el restaurante asiático del distrito 10 de París.

La enorme mayoría de quienes se acercan conocen a alguien, cercano o no tanto, que falleció o resultó herido al cruzarse en el camino de los yihadistas del EI que detuvieron su auto en cuatro bares y restaurantes para masacrar a tiros a jóvenes sentados en la vereda.

De los 129 muertos en los atentados del viernes, más del 60% tenía entre 20 y 35 años, según el diario Libération.

“Yo podía haber sido una de las víctimas”, dijeron hoy a Télam muchos de los que se acercaron a los bares atacados, que, día tras día, empiezan a recuperar a su clientela. Sin embargo, nadie se sienta ya en la vereda, a diferencia de lo que ocurría antes del 13-N, cuando se veía más gente en la puerta que adentro.

“Cada vez que hablo con un amigo, después de contarnos cómo estamos, caemos en la misma pregunta: entre tus amigos, ¿todo bien? Todos conocen a alguien que estaba en los bares o en Le Bataclan”, contó el musicólogo Hervé, de 43 años, en alusión a la sala de conciertos donde los yihadistas mataron a 89 personas.

El bar Le Carillon, un lugar regenteado por franceses descendientes de inmigrantes de la Kabilia argelina llegados a Francia en la década de 1950, cuyo edificio también alberga un vetusto hotel deshabitado, era uno de los símbolos del cosmopolitismo de un barrio en plena mutación.

La clientela del lugar variaba con el transcurso de la jornada.

Por las mañanas, hombres mayores argelinos improvisaban torneos de dominó y compartían té a la menta, mientras que en las noches los jóvenes, cigarrillo y copa en mano, desbordaban la capacidad del lugar y ocupaban la vereda en la esquina que hoy se encuentra desbordada de ofrendas para las víctimas.

“La clientela de estos lugares era diferente, solidaria, politizada, con conciencia de clase. Y sobre todo, no venía a mostrarse como en otros barrios de París, sólo venía a divertirse y mezclarse sin prejuicios”, remarcó la fotógrafa Louise, de 33 años.

La población apuntada por los yihadistas del EI es el biotipo de los jóvenes urbanos “cool”, donde “hipsters” de barba prolija, pantalón chupín y aire intelectual conviven con “punks” y otras tribus urbanas, y que al caer la noche llenan los bares y las salas de concierto de la capital.

Los atacantes no atentaron en los principales puntos turísticos, como la avenida Champs-Elysées, el museo del Louvre o la torre Eiffel, “escogieron una zona progresista y cosmopolita”, expresó Louise.

“Los barrios que fueron golpeados, son los lugares que queremos mucho, del París que nos gusta, el París popular y abierto de los parisinos”, declaró el viernes poco después de los ataques la alcaldesa de la capital francesa, la franco española Anne Hidalgo.

En esa línea se manifestó André-Fred, oriundo de Madagascar, propietario del bar Au petit bal perdu.

“Estos barrios son el símbolo de la diversidad de la sociedad francesa: judíos, musulmanes, católicos, chinos, latinos, africanos; todos los colores, religiones y nacionalidades están presentes. Se bebe y se ríe entre viejos y jóvenes, pero son los jóvenes quienes marcan el ritmo con su mayor apertura de espíritu y tolerancia”, explicó.

“Este lugar representa todo eso, pero no va a cambiar por lo que pasó. Tenemos la obligación de mantener nuestro modo de vida, que fue blanco de unos fanáticos, sin caer en el odio, la paranoia o la desconfianza”, agregó.

Esta semana, una columna de opinión publicada en Libération por el periodista italiano residente en París Marco Frattaruolo se viralizó en forma de manifiesto en las redes sociales.

“No importa lo triste que uno pueda sentirse, vamos a mantener el mismo camino. Poblaremos otra vez los bares, llenaremos nuestras copas y coparemos las calles con la música bien fuerte, con alegría y sin odio, porque nuestra generación, la generación Charlie Hebdo y Bataclan, no sabe qué hacer con el odio”, sostuvo Frattaruolo en su texto.

“Los terroristas atacaron lo que representa nuestra alegría de vivir, los bares y los espectáculos, pero no vamos a ceder”, expresó Frédérique, propietario de la pizzería Maria Luisa, ubicado en uno de los ángulos de las cinco esquinas donde ocurrió la matanza de Le Carillon y Le Petit Cambodge.

Sin embargo, Frédérique admitió que en los últimos días tomó “medidas de seguridad adicionales”.

“No podemos controlar todo, pero esta semana tomamos precauciones adicionales, como empezar a revisar los bolsos de los clientes. Es incómodo, pero esperamos que sea algo pasajero”, confió.

En medio del temor de que los atentados vuelvan a repetirse, el consumo de alcohol fue evocado por numerosos jóvenes como vía de escape para mitigar el dolor.

“No voy a dejar de salir, ni dejar de sentarme en la vereda de un bar, eso sería la peor derrota. Desde que ocurrió la masacre con mis amigos sentimos la necesidad de juntarnos a beber unas copas, para descomprimir la tensión, para olvidar y no pensar que esto va a pasar pronto otra vez”, reconoció Ismael, de 34 años.

El joven, hijo de inmigrantes republicanos españoles que decidió apagar la televisión, la radio y las redes sociales desde el viernes por la noche y salir a las calles a desafiar el estado de emergencia, reclamó “humor e ironía” para dejar atrás los atentados, y con una sonrisa confesó que “si la tensión y la incertidumbre persiste, el alcoholismo será el nuevo problema de la juventud francesa”.

Unos pocos reconocieron ante Télam que el temor no se disipa con el paso de los días.

En la sala de conciertos Les Petits Jouers, Romain, de 35 años y sonidista de un grupo de jazz, Manouche, integrado por franceses y argelinos, reconoció sentirse “más deprimido” ahora que el viernes pasado por la noche y que “por ahora es muy duro volver a llevar la misma vida que antes”.

Y realizó un balance brutal: “Soy pesimista; para mí, ahora empieza lo peor. Esto va a sacar a la luz lo peor de nuestra sociedad y la división será marcada. No olvidemos que fueron jóvenes franceses los que dispararon y se hicieron explotar contra otros jóvenes franceses”.

“Tenemos que luchar contra el pánico tratando de calmar los ánimos. Nuestra juventud es primordial y sus ritos urbanos son muy importantes. No vamos a dejarlos de lado”, consideró, por su parte, Jean-Luc Mélenchon, portavoz del Frente de Izquierda, ex candidato a presidente por la formación de ultraizquierda y habitante del distrito numero 10 de París, en declaraciones radiales.

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