Pedro Otero: Pintor y fotógrafo, la ironía de no ver

Escribe Antonio J. González

Quienes lo conocimos, sabíamos que este hombre, con raíces gallegas, extendiéndose más allá de la realidad, veía el mundo a través del visor de la cámara de fotografía o el claro brillo de sus ojos inquietos, curiosos y registradores. Pedro Otero era transparente, lúcido y creativo. Compartíamos con él los reclamos de la actividad artística y cultural de nuestra ciudad y, en especial, en la Asociación Gente de Arte donde él concurría desde su etapa fundacional, entidad que llegó a presidir en 1957. Esos ojos atentos y adiestrados en descubrir mundos, fantasías y sueños, eran las herramientas esenciales para su creación artística, para gozar del honorable puesto en el que lo habían colocado sus colegas fotógrafos de nuestro país y de otras naciones.

Eran los mismos ojos que imaginaron simbolismos y significados a las manos, los rostros y las expresiones de sus amigos. Como en el caso del poeta Federico Fernández Larraín cuyas manos podemos ver en la fotografía de Otero que sólo tituló “El símbolo olvidado”, o “Las manos del trabajo” con las nudosas y fuertes manos del escultor Baldomero García. Les daba significado y asociaciones con contenidos al mejor estilo de los artistas plásticos.

Lo mismo ocurría cuando armaba imágenes fotográficas enfocando formas hechas con papel, cera, madera, cartón, tela y otros elementos cotidianos, creando una realidad nueva que, sin embargo, a aquellos ojos le llevaban mucho tiempo elaborarla.

En los últimos meses de 1980 comenzamos a armar el material de lo que sería su libro y trabajamos en él durante varios meses. Otero grababa en una cinta sus relatos e historias que hilvanaba una a una en el multicolor tejido de su vida. Lo hacía con mucho entusiasmo y fervor, casi como un mandato imperioso. Poseía una capacidad de relato literario muy claro y preciso. Nos reuníamos en su casa-taller de la calle 25 de Mayo Nº 21 y él comentaba esa labor artesanal de unir cada uno de los momentos de trabajo, lucha y creación. No era capaz de amainar su dinamismo, de ensordecer los reclamos de su sensibilidad. Aún en esos años en que fue perdiendo la vista, cargándose de brumas y sombras, él que estaba acostumbrado a retratar la luz, sus extraños reflejos, las vibraciones más ocultas de la realidad. Una ironía que la vida le imponía y que Otero sobrellevó con hidalguía, desafiándola, apropiándose de otras formas de expresión.

Nunca se sintió vencido. Al contrario, aún en medio de esas nuevas oscuridades, él era capaz de seguir enseñando el oficio del fotógrafo, la aventura de captar imágenes, buscarlas, imaginarlas, inventarlas. “Paulatinamente voy entrando en sombras…” dijo. “Mi destino está señalado: he de quedar ciego. No obstante, como contraparte a esta desgracia, mi fuerza interior se manifiesta en toda su plenitud…” Y busca refugio en el aprendizaje de la guitarra. “Este instrumento llena muchas horas de mi vida” remarca.

“Es curioso – dice en el epílogo de su libro “Cuatro por cuatro y de frente”- Yo quizás viva a la inversa de las personas que ven. De noche sueño. Pero aparecen las imágenes de las personas y las visualizo con nitidez. A tal punto que vivo por la noche “viendo”.

Claro que era una de las tantas sorpresas que tenemos en el curso de nuestras historias personales. En la de nuestro Pedro Otero una historia que es recordada como la de uno de los más grandes innovadores y renovadores, en lo creativo y social, de la imagen. Su serie fotográfica sobre la música, como otras obras suyas, superaron las fronteras del país. Recibieron premios, distinciones y nombramientos que este hijo de inmigrantes gallegos, fervoroso entusiasta de la República Española, convertía en acciones comunitarias y sociales. Fue uno de los principales impulsores del Club Fotográfico de Avellaneda, miembro de honor de las entidades profesionales del país y empedernido docente para varias generaciones de sus alumnos, amigos y vecinos.

La esquina donde tenía el estudio, 25 de Mayo y Av. Mitre, fue designada por el Concejo Deliberante, con su nombre, pero otro tipo de bruma se encargaría de ocultarlo. El municipio le debe a esta esquina y a la memoria de este digno vecino, la señalización y la placa correspondiente. Sólo una modesta placa colocada por Gente de Arte sobre la pared del actual Petit Bar recordaba su memoria.
Sus ojos -las ventanas del alma según Da Vinci- seguramente siguen esperando este gesto merecido. En el Museo de Arte de la Municipalidad existen varias de sus fotos que muchos no conocen. ¿Será posible rescatarlas para deleite y compañía de las nuevas generaciones de vecinos? Seguramente Pedro desde algún lugar nos hará un guiño esperanzador. Con las ganas de vivir, gozar y compartir que aquellos ojos demostraron siempre.

ajgpaloma@hotmail.com

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