Pedro Martínez y el arte de criar y adiestrar palomas

Una apasionado cultor de la colombofilia.

Son las ocho de la noche de un viernes fresco, y la televisión está en un canal de noticias, pero Pedro Martínez no le lleva el apunte. Él prefiere seleccionar minuciosamente el maíz con que alimentará a sus palomas, de cara a una nueva competencia a realizarse el próximo domingo. Es que según mencionó este fanático de la colombofilia, la alimentación –al igual que el descanso- es una de las claves en esto de las carreras de palomas mensajeras.

“Hace 50 años atrás, cuando yo empecé, la mantención venía seleccionada. Ahora la pérdida la dejan en la bolsa. Compro el maíz en los mejores lugares. Voy a Hudson, San justo… Pero siempre quiero ver la muestra. Si me gusta, dejo 4 o 5 bolsas, porque se suele comprar bastante. Si la partida es buena, no se les cambia la comida a las palomas. Lo único que varían son las proporciones. Ahí está la habilidad de un colombófilo”, señaló Pedro, al tiempo que ejemplificó que si hace mucho calor, las palomas comen más trigo.

Se denomina Colombofilia (viene de Columba -del Latín, paloma-) a la cría y adiestramiento de palomas con el fin de convertirlas en mensajeras y capaces de retornar a su palomar de origen desde lugares lejanos. A eso se dedica Martínez desde su adolescencia, aunque ya desde chiquito había descubierto su pasión por esta increíble especie de aves.

“Tengo palomas desde los 5 años y concurso desde los 14. Esta enfermedad surgió de chico, cuando estuve viviendo con uno de mis abuelos. Mi papá viajaba con la marina (era Capitán de navío) y a mi mamá la habían internado por un problema de salud. Por entonces, yo sufría mucho porque extrañaba a mi vieja y no lo quería demostrar.

Pero cuando un vecino de al lado me invitaba a ver sus palomas, a mí se me pasaba todo”, recordó Pedro un tanto emocionado, sobre sus momentos de la infancia en los que padecía algunas afecciones respiratorias que remitieron mágicamente cuando empezó a criar palomas.

Al tiempo su madre mejoró, pero como sus padres alquilaban en una casa del barrio de Parque Patricios, no le dejaban tener animales. Fue recién cuando se mudaron a la casa de Sarandí, en la calle Tapalqué al 2300, que Pedro cumplió su sueño de tener su propio palomar.

“Mi padre se jubiló muy joven (a los 40 años) y me ayudó a construirlo, al ver que esto me gustaba mucho. Y en 1970 competimos juntos y salimos Campeones representando a la Sociedad Hipólito Vieytes de Lanús”, rememoró Martínez, que también fue campeón participando en sociedades de las localidades de Remedios de Escalada y Wilde; Campeón del Circuito Sur y repitiendo el mismo título en la Sociedad Nicolás Avellaneda (Arenales 55), de la cual en la actualidad es el Presidente.

En su juventud, Pedro se dio el lujo de dedicarse a estudiar, porque papá, de un buen pasar económico, le bancó los estudios. Así fue que se recibió de Doctor en Geología. Más tarde ingresó a YPF como empleado de vigilancia, pero un gerente le dio el pase de inmediato a un sector acorde a su perfil académico. “Antes había trabajado cuatro años en la fábrica de Peugeot como dibujante. Y cuando entré en YPF como empleado de seguridad, al poco tiempo me derivaron al departamento de minería y geología. Estuve trabajando en La Plata, tanto en la refinería como en el puerto, fui Jefe en Puerto Nuevo y en la Sede Central y Jefe de Planta en La Matanza. Pero nunca descuidé a las palomas”, aclaró.

“Cuando me casé me las empezaron a cuidar, a la mañana mi señora y a la tarde mi suegro. Les dejaba indicado qué ración de comida les tenían que dar y a qué hora las tenían que largar para su entrenamiento”, agregó el colombófilo, que recién cuando se jubiló, comenzó a dedicarse de lleno a esta entretenida y adictiva actividad.

Un mundo fascinante
Pedro Martínez podría quedarse horas hablando de sus palomas. Si bien, por el momento, sigue siendo un misterio para la ciencia cómo es que las palomas vuelven a su lugar de origen, hay un montón de claves que ya han sido develadas y que deben estar en cualquier manual del buen colombófilo.

Por empezar, los campeonatos se corren de mayo a noviembre, dado que las palomas no soportan las altas temperaturas.

Un camión pasa a retirar a las palomas y las lleva al destino de suelta desde donde se iniciará la carrera, en unos canastos (jaulones de 30 cm de alto, 90 cm de ancho y 90 cm de fondo.

Según Martínez, “con viento a favor llegan a volar a una velocidad de 130 Km/h. Con viento al pecho a no más 55-60 Km/h. y con viento al ala entre 70 y 80 Km/h”.
Respecto a su alimentación, Pedro apunto: “Les doy trigo candeal, maíz (Morgan o cuarentín), arroz con cáscara, girasol, lenteja y arvejas amarillas y verdes. Y además semillas finas: colza, mijo, alpiste (estas son como un postrecito, para ellas)”. Las proporciones son mezclas secretas. Nadie dice nada. ¡Esto es pura competencia!, presumió con un guiño, el especialista, que anota cada detalle de su labor diaria (a qué hora les dio de comer o cuánto duró el entrenamiento) y los resultados de cada competencia (Localidad, cantidad de Km. Recorridos, el viento que había durante la carrera, etc.) en un prolijo cuadernito.

“El vuelo de las palomas está determinado por el viento”, continuó Martínez. “Si tienen viento a favor, vuelan altísimo. Pero con viento en contra, vienen tocando el pasto, en el campo. Y si tienen viento a un ala, se dejan llevar para compensar el esfuerzo durante el viaje. Y está comprobado, aunque muchos colombófilos no lo saben: hay palomas zurdas y derechas”, afirmó contundente.

En las carreras, las palomas llevan colocadas unas gomitas de color que las identifican y que se utilizan para marcar su llegada en un reloj de cuarzo, característico.

El entrenamiento es verdadero un ritual. Se realiza todos los días a la misma hora. “Los lunes las largo para que quemen el ácido láctico, porque por el cansancio la paloma llega intoxicada. El martes les doy descanso y el miércoles empiezo con un poco de vareo incrementando el tiempo hacia el próximo fin de semana”, comentó el criador, que también reconoció que les da a las palomas unos suplementos dietarios para que se recuperen mejor de la exigencia de las carreras.

Cuando los pichones están en estado para volar, se coloca una bandera roja cerca del palomar y las palomas se asustan cuando la ven por primera vez, pero poco a poco se van acostumbrando a su presencia y entienden que mientras esté flameando no pueden volver. “Se acostumbran a que cuando está la bandera no tienen que bajar.

Así se establece el tiempo de entrenamiento. Pero es indispensable mantener el horario cada día para que las palomas no se desorienten”, recalcó el entrenador de 65 años.
Con más de 50 palomas en edad reproductora (son las más viejitas -3 o 4 años de edad- y que han obtenido premios como corredoras) y más de 90 en su palomar volador (competidoras en actividad), Pedro Martínez dice reconocerlas a todas y recordar los números de anillo de cada una, al tiempo que disfruta de este arte, orgulloso de estar contribuyendo a “mejorar la raza”.

“Para mí esto es una enfermedad. Me voy a dormir pensando en las yuntas que voy a hacer. A cuál paloma voy a mandar en la carrera de mañana. Palomas mensajeras hay muchas, pero las buenas hay que saber encontrarlas” concluyó.

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