El Obispo Monseñor Rubén Frassia difundió su mensaje de Pascua

«Cristo nos consigue la salvación”

Estamos celebrando la Pascua del Señor. Cristo, obediente al Padre, y en solidaridad con los hombres, se entrega por nosotros, dando su vida. Nadie le quita la vida, Él la da. Para eso ha venido. Ya, en el quinto domingo de cuaresma, nos enseñó que “si el grano de trigo al caer en tierra no muere, queda él solo; pero si muere, da abundante fruto” (Jn. 12, 24). Él, verdadero Dios y verdadero hombre, cargó sobre si los pecados del mundo. Venció el pecado y desató los lazos de la muerte perpetua. Cristo ha resucitado y está vivo para siempre.
Su Resurrección es para que nosotros podamos participar y vivir plenamente en su victoria. Su vida es nuestra vida. Su ejemplo lo debemos imitar. Su actitud, la debemos cultivar.
En su pasión Jesús une lo que parece contradictorio: agonía y éxtasis, cruz y gloria, sufrimiento y alegría. Vino a dar sentido a la realidad que nos envuelve, su vida integra toda la realidad al no rechazar el sufrimiento, al no defenderse con violencia ni con mentira, al afrontar, no negar ni esconder, la cruz. Hizo síntesis, asumió la realidad en toda su extensión: bien y mal. Su victoria asume la cruz. Su triunfo pasa por el aparente fracaso. Es la vida, refleja la vida de cada uno de ustedes, de cada uno de nosotros que nos tenemos que enfrentar con el sufrimiento y la cruz. No hay que separar, sino integrar.

La contemplación de este misterio debe repercutir en cada uno de nosotros. Su presencia tiene fuerza y vigor. Por su pasión y resurrección nos estimula a renunciar al pecado para que libres de toda esclavitud podamos vivir celebrando su santa resurrección. Para algunos, esto les parecerá imposible. ¿Es imposible superar el odio? ¿Es imposible perdonar? ¿Es imposible pedir perdón? ¿Es imposible cambiar de vida? Todas estas preguntas, si sus respuestas fuesen positivas, serían una clara manifestación de nuestra poca fe y de vivir como derrotados.
Él nos da su amor, nos perdona. El “vencido” perdona al vencedor. El caído levanta al opresor. Cuando uno se aleja de Él, la vida se hace más opaca y amargada. Digamos la verdad: no fracasó Cristo, somos nosotros que perdimos la confianza y el amor a Él, cuando no aceptamos que es posible superar el odio, que es posible pedir y ofrecer perdón, que es posible cambiar la vida. La pasión de Jesús y su Resurrección nos muestran que sí es posible y que todos podemos seguir sus huellas.
¿Qué vida queremos vivir? Apartamos a Jesús de nuestros pensamientos, de nuestro corazón, de nuestra familia, de nuestra sociedad y de la Iglesia. Fijémonos en estos últimos días, queremos que la razón y las opiniones fundamenten la verdad. Y la verdad, parecería aplastada. Pero la verdad, la vida y el bien, van más allá de los argumentos y las razones, porque constituyen la verdad o falsedad de nuestras obras. Lo verdadero se abre camino, lo falso, fracasa al final.
Decía el Papa Emérito Benedicto XVI, en un Mensaje en junio del 2010, a los legisladores de Chipre, “que hoy el mundo hace fatiga en conectar el derecho positivo con el derecho natural, pero si solo siguiéramos el derecho positivo, el mundo se va a convertir en un lugar peligroso donde vivir”. Esto quiere decir que: si depositamos todo en el consenso e ignoramos su conexión con el derecho natural, se caería en un despotismo y arbitrariedad espantosos. Pues algunos, se arrogarían el derecho de decir quién vive y quién debe morir.
El tema es la vida. La vida desde la concepción. Surge, con ella, otro ser, una persona, distinta a la madre y al padre, es el más vulnerable, y el más pobre, no hay quien lo defienda y proteja. Y por ley, se pretende frivolizar su supresión. Hay mucho dolor y sufrimiento en una madre que tiene que abortar, no se trata de criminalizar a nadie, se trata de seguir los pasos de Jesús que nunca se defiende con la violencia y mucho menos con la muerte. Nunca la solución de un problema puede ser la muerte de alguien, en el estado de vida en qué esté, desde el inicio hasta su fin natural.
La fe toca toda la existencia humana. Esto no es una imposición. Tampoco algo trasnochado y fuera de época. La verdad tiene fuerza propia y esta debe ser respetada.
No toda nuestra vida se encierra en esta temática. Están presentes otras realidades: el amor, la justicia, el respeto, la honestidad, el derecho al trabajo, el derecho a la salud, a la familia, a la educación. Muchos valores que a veces los sacamos de nuestro horizonte de vida y de nuestro compromiso.
Jesucristo es el Señor de la Vida y Señor de la Historia. ¿No será el momento, de tomar en serio nuestra vida, y trabajar con empeño, convicción y compromiso, por el bien y la integridad de todos? Todos, son todos.
Nos decía este domingo de ramos el Papa Francisco: “En su cruz hemos sido salvados para que nadie apague la alegría del evangelio; para que nadie, en la situación que se encuentre, quede lejos de la mirada misericordiosa del Padre. Mirar la cruz es dejarse interpelar en nuestras prioridades, opciones y acciones. Es dejar cuestionar nuestra sensibilidad ante el que está pasando o viviendo un momento de dificultad. Hermanos y hermanas: ¿Qué mira nuestro corazón? ¿Jesucristo sigue siendo motivo de alegría y alabanza en nuestro corazón o nos avergüenzan sus prioridades hacia los pecadores, los últimos, los olvidados?”
Les deseo que puedan experimentar la fuerza que nos trae Cristo, su luz y su amor, haciéndonos vivir como resucitados y no como derrotados.
Feliz Pascua de Resurrección, para todos ustedes personalmente, para sus familias, para la Iglesia Diocesana y para toda persona de buena voluntad.

Mons. Rubén O. Frassia
Obispo de Avellaneda-Lanús

 

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