No aceptamos el “chau, calesita”

Escribe Antonio J. González

No me resigno a ver desaparecer las calesitas de nuestros espacios públicos. Y no es ésta una posición retrógrada ni romántica. Es, más bien, una llamada de atención, como un deseo de preservación de los juegos infantiles que fueron y son útiles para las primeras etapas de la vida. La calesita cumple con ese rol, por su carácter lúdico, cargado de imágenes, sonidos y sensaciones nutritivas para el ser humano que comienza a crecer. Doy este aviso, porque poco a poco desaparecen de las plazas y paseos públicos ese carrusel, tiovivo, calesita, o como quieras llamarlo, que hasta hace poco giraba, ofrecía la sortija y ahora comienzan a abandonarnos en silencio. Por ejemplo, la que estaba ubicada en la placita del Viaducto Sarandí ya no está y hoy deja un vacío sólo cubierto de residuos humanos, hierba silvestre y el polvo que suele maquillar el suelo.

Soy consciente que todo cambia y, a veces, todo muere, pero en este caso protesto. Tengo el derecho de patalear. No es justo que decretemos, así porque sí, la desaparición de algunas sanas costumbres y hábitos, aunque sea en nombre de la modernidad, la tecnología y el recambio generacional.

Y no soy una luz solitaria en la oscuridad. En Gerli Oeste, en la vecina Lanús, un grupo de vecinos de puso a la tarea de rescatar una calesita de su barrio. Así es, como se lee. Una calesita reconstruida volverá a girar en la esquina de Bustamante y Vélez Sarsfield para alegría de los chicos de esa zona. Se trata de unos quince amigos que alguna vez integraron el equipo de fútbol “La Fragata” y ahora, cuando la mayoría de ellos supera los 60 años, dedican parte de su tiempo para recuperar el lugar donde alguna vez funcionó la calesita de Don Pedro y en la que ellos subieron de niños en muchas oportunidades.

No les fue sencillo. Primero debieron limpiar y cercar un ángulo recostado contra el terraplén del puente Gerli, al tiempo que lograron que su iniciativa sea declarada de “Interés Municipal”. Sus protagonistas cuentan que sólo pretenden recuperar ese tiempo que vivieron con sus padres. Comenzaron a buscar algún carrusel usado que pudiera estar al alcance de los bolsillos de los vecinos. Lo encontraron en General Rodríguez aunque no era más que un montón de fierros y con faltantes. Pero eso era sólo un detalle, el proyecto se encontraba en marcha y ya no podría detenerse. Admiten: “pensábamos que hacíamos el ridículo, pero luego nos dimos cuenta que trabajamos en algo muy emotivo al enseñarle a los chicos como se divertían sus abuelos” y cómo se aún se podrían divertir ellos. Este es sólo un ejemplo de la reacción popular y el deseo de no perder la memoria.

El origen de la calesita argentina se remonta a los años 1867 y 1870, cuando en el viejo barrio del Parque -entre el teatro Colón y el Palacio de Tribunales de la actual Buenos Aires- se inaugura un carrusel que había sido fabricado en Alemania. Actualmente las 50 calesitas que funcionan en la Ciudad A. de Buenos Aires forman parte del valor patrimonial de la misma, además que algunas variantes más modernas que funcionan en parques comerciales privados.

Por suerte aún quedan algunas vivas y coleando en nuestra ciudad, pero si no las protegemos, si no las cuidamos, si no la preservamos del atropellamiento de las nuevas tecnologías, ellas también nos dirán adiós. No importan si tienen algunas modificaciones técnicas y visuales. Aunque sean sencillas o sofisticadas, tengan imágenes de animales, naves espaciales, cápsulas extrañas o aparatos de última generación, este es un juego que debe perdurar y sobrevivir a todos los inventos modernos, brindando felicidad al compás de los giros. Como lo fue en nuestra niñez.
Que a nadie se le ocurra archivarlas, destruirlas o cerrarlas, porque recibirán las quejas y los reproches de nuestra memoria. Están avisados.

ajgpaloma@hotmail.com

noticias relacionadas