El “Mercado Viaducto Sarandí”, un clásico del barrio

Funciona desde hace 61 años en Salta y Mujeres Argentinas. Fue declarado Patrimonio Histórico por el Honorable Concejo Deliberante de Avellaneda.

La entrada ya es una invitación a encontrar “algo”. El cartel exclama que en Salta y Mujeres Argentinas funciona el querido y conocido “Mercado Viaducto Sarandí”. Sin embargo, no es solo un sitio donde los clientes pueden acceder a comprar absolutamente de todo, sino que también conocerán a una hermosa y especial “familia”, la cual se compone de unos integrantes imposibles de perderse.

Desde hace 61 años, el Mercado le ofrece a los vecinos del barrio -y a los no tanto también- una variedad de puestos y productos, para que en un solo lugar, consigan lo que buscan para la vida cotidiana. Por ejemplo, en los 18 puestos que hay actualmente, se encuentran: carnicería, pescadería, almacén, fiambrería, artículos de limpieza, forrajería, verdulería, modista, venta de ropa, blancos, ollas, galletitería y golosinas, entre otras cosas.

No obstante, detrás de los mostradores se destacan unos “personajes” muy interesantes de charlar y conocer. Para arrancar, está el muy reconocido Antonio Viva, quien es el más antiguo del lugar, ya que desde hace 46 años atiende ahí su carnicería. “Tengo 72 años y hace casi medio siglo que atiendo en el Mercado, entonces se puede afirmar que hace una vida estoy acá”, cuenta al Diario La Ciudad. El fanático de Independiente desembarcó en el Mercado cuando eran 48 comercios y tiene muy buenos recuerdos de esa época: “Esto era un hormiguero, a tal punto que se le pedía a los clientes que traten de venir sin el carrito de compras porque no había lugar para caminar”.

Y como si fuera poco, Antonio hasta conoció a su mujer, Susana Sacco, dentro de ese lugar. Entre risas y con la mirada puesta en ella, recuerda: “Ella tenía una fiambrería más al fondo del lugar y entre charla y charla nos pusimos de novios y al año y medio nos casamos. La verdad que acá viví de todo, hasta formé mi familia”.
Ahora, a Susana se la puede ver atendiendo la pollería al lado de la carnicería de su marido.

Y seguido a ellos, está Norberto Emilio Perrotta (51), quien pisa el suelo “del Viaducto” hace 32 años, cuando acompañaba a su padre en el puesto de forrajería que aún conserva. “Antes trabajé de todo y desde hace mucho ya me instalé definitivamente en este lugar. Y por suerte, luego pude abrirme una verdulería enfrente de mi otro negocio”. Y entre los saludos a los clientes que van y vienen, añade que el Mercado ya no es “su segunda casa”, sino “la primera”.

Pero en concordancia con Antonio, Norberto asegura que cuesta mucho la competencia con los hipermercados que se instalaron en Avellaneda, pero que hay varios clientes de la primera época que siguen diciendo presente en el Mercado.

Llegando al final del pasillo, se puede conocer a la simpática Eladia Romano (76), quien hace 16 años atiende su local de “blancos”, perfumería y venta de ollas (de la marca más conocida sobre esos productos). “Estoy muy feliz con mi negocio y muy agradecida de poder venir todos los días a trabajar acá. Mis colegas del mercado y los clientes logran que haya un lindo ambiente laboral”, explica. Enseguida, recordando sus primeros pasos dentro del Viaducto, dice: “Recuerdo que armé el puesto con cien pesos, pero siempre traté de mantener que los productos que vendo sean de primera calidad para que mis clientes vuelvan o para que me recomienden por la conformidad de lo que les brindo”.

Y enfrente a Eladia, está Roberto Dasso (73), el segundo “vecino” más antiguo, luego del carnicero Antonio: “Estoy desde el ’68, cuando había venido a colaborar con el padrino de mi hija. Después el se retiró y quedé yo con el puesto de productos de limpieza”. También cuenta que alrededor de 1987 llegó a tener tres locales dentro del Mercado, los cuales también los atendían sus hijas.

Por cuestiones de la vida y por la salud de su mujer, Roberto se quedó sólo con el puesto actual, donde los vecinos van a comprar todo lo necesario para la higiene personal o limpieza de la casa.

A la altura del medio del Mercado, está la galletitería y golosinería de Carlos Ruvina (67) y su mujer María Eva (66), los cuales inauguraron su local en 1993. Y para destacar del tentable lugar es que todavía venden galletitas sueltas. Sí, aún hoy poseen una variedad increíble que conservan y dispensan de las recordadas latas de acero. “A la gente le encanta que todavía tenemos esa forma de vender las galletas y que ellos puedan elegir la cantidad o peso deseado de las mismas”, afirma María Eva, señalando unas latas históricas de “Tres del Sur” o “Mayco”.

Y si de pescados frescos se trata, apenas se ingresa al Mercado, a la izquierda se sitúa el amable Horacio Eckerdt (58). Con chaqueta blanca y una melodía de fondo que proviene de una radio que notoriamente ya posee sus batallas encima, este fana de River hace tres décadas se dedica al negocio de la pescadería: “Como se sabe, el trabajo está muy inestable; por ejemplo, recuerdo que cuando arranqué acá éramos cinco atendiendo el mostrador y hasta me dolía la mano de despachar (risas). Eran otros tiempos y costumbres”.

Además, cuenta que siempre fue del barrio y que aún conserva clientes de la primera hora.

Por su lado, los que desean comprar unos riquísimos fiambres para picadas o algo de almacén, Brenda Ventura (66) y Mario (68) se los vende o consigue. Desde hace 14 años, el matrimonio -quien ya cumplió 43 de casados- llegó al puesto del Viaducto para ser parte de esa “familia” y se los puede encontrar frente a la carnicería de Antonio. “Le realicé muchos arreglos al negocio para que sea vea lo mejor posible y le agregamos varias cosas para que los clientes encuentren todo lo que necesitan”, dice Mario, quien antiguamente se dedicaba al reparto de quesos, pero por miedo a la inseguridad decidió junto a su esposa comprar un puesto ahí.

Señoras y señores, vecinos de Sarandí o más lejanos, estos son algunos de los amables trabajadores que componen un Mercado que ya es gran parte de la historia de Avellaneda y que, seguramente, pronto saldrá la aprobación de declararlo “Patrimonio Cultural”, un homenaje más que merecido.

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