Mensaje de Mons. Rubén Frassia al Honorable Concejo Deliberante de Avellaneda

En ocasión de la celebración de la Fiesta de Nuestra Señora de la Asunción, Patrona de la Diócesis y del Partido de Avellaneda.

Es motivo de alegría que como Obispo de esta querida Diócesis, pueda dirigirme nuevamente a Ustedes, estimados miembros del Honorable Concejo Deliberante, ante el Señor Intendente Ing. Jorge Ferraresi, ante el Sr. Presidente de este Concejo, Don Armando Bertolotto y por vuestro intermedio a toda la Comunidad de Avellaneda, en ocasión de la celebración de la Fiesta de Nuestra Señora de la Asunción, Patrona de la Diócesis y del Partido de Avellaneda.

Exactamente en este día, comenzamos el año Jubilar Diocesano al conmemorarse el cincuenta aniversario de la creación de la Diócesis, ayer Avellaneda, hoy Avellaneda-Lanús.

Y en este marco, hemos iniciado en este año el inicio del Bicentenario de nuestra querida Nación. Muchos motivos para celebrar, agradecer, continuar y perfeccionar la marcha y la conducción del bien común de todos nuestros ciudadanos y de aquellos que habitan el suelo de nuestra Patria.

El motivo, que hoy nos reúne es la celebración de la Virgen en su Asunción. Ella ha sido concebida en atención a su maternidad divina sin pecado original, por lo tanto, celebramos la victoria de Dios en Ella, sobre el pecado y la muerte. Esta prerrogativa, sin quitarle mérito a su respuesta y a su fidelidad, recibe la gracia de ser asumida al cielo en cuerpo y alma. Tenemos, una poderosa intercesora, que afirma nuestra esperanza en que donde está la Madre, estaremos nosotros sus hijos.

Quiero aprovechar en esta significativa ocasión, el acercar algunas reflexiones que considero, a mi entender, de importancia.

Hemos llegado hasta aquí. Hemos recibido un enorme patrimonio, con luces y sombras, con aciertos y errores, pero tenemos el desafío y la responsabilidad de vivir responsablemente todo el accionar en la “cosa pública”. Hemos llegado, y ahora ¿cómo seguimos?.

“Cada generación tiene la tarea de comprometerse desde el principio en la ardua búsqueda de cómo ordenar rectamente las realidades humanas, esforzándose por comprender el uso correcto de la libertad, de la verdad y de la justicia.

El deber de reforzar las “estructuras de libertad” es fundamental, pero nunca resulta suficiente: las aspiraciones humanas se elevan más allá de las personas mismas, más allá de lo que cualquier autoridad política o económica puede ofrecer, hacia la esperanza luminosa, que tiene su origen más allá de nosotros mismos y sin embargo, se manifiesta en nuestro interior como verdad, belleza y bondad.
La libertad busca un objetivo y por eso exige una convicción. La verdadera libertad presupone la búsqueda de la verdad – del verdadero bien – y por lo tanto, encuentra su realización precisamente en conocer y hacer lo que es recto y justo. En otras palabras, la verdad es la norma-guía para la libertad y la bondad es su perfección”
(cfr discurso Santo Padre Benedicto XVI, a las autoridades civiles y al cuerpo diplomático de la Rep. Checa. 26-9-2009).

Aristóteles definió el bien, como “aquello a lo que tienden todas las cosas” y llegó a sugerir que “aunque sea digno conseguir el fin incluso sólo para un hombre, sin embargo, es más bello y más divino conseguirlo para una Nación o para una Pólis” (cit.anterior).

La alta responsabilidad de mantener despierta la sensibilidad ante la verdad y el bien recae sobre cualquiera que desempeñe el papel de guía en el campo, religioso, político o cultural, cada uno según su modo propio. Juntos debemos comprometernos en la lucha de la libertad y en la búsqueda de la verdad: ambas van juntas, mano a mano, o juntas perecen miserablemente. (J.Pablo II, Fides et Ratio, nº 90).

Para los cristianos la verdad tiene un nombre: Dios. Y el bien tiene un rostro: Jesucristo. Es necesario plasmar la herencia espiritual y cultural de nuestro país.

Estamos en el inicio del Bicentenario de nuestra Nación. Para subsistir en el presente y permanecer en el futuro, será necesario profundizar en el rico patrimonio de valores espirituales y culturales que se expresan los unos a través de los otros, dando forma a la identidad de nuestra Nación.

Es por lo tanto necesario la fidelidad a la verdad que es la única garantía de la libertad y del desarrollo humano integral. La atención a la verdad universal no debería ser eclipsada por intereses particulares, por muy importantes que sean, porque ello conduciría únicamente a nuevos casos de fragmentación social o discriminación que precisamente esos grupos de interés o de presión declaran que quieren superar. (cit. Benedicto XVI, a la Rep. Checa, 26-9-10))

En efecto, la búsqueda de la verdad, lejos de amenazar la tolerancia de las diferencias o el pluralismo cultural, hace posible el consenso y permite al debate público mantenerse lógico, honrado y responsable, asegurando la unidad que las vagas nociones de integración sencillamente no son capaces de realizar.

La visión de fe, lejos de quedar reducida a una mera satisfacción subjetiva, pone de manifiesto que la razón no termina con lo que el ojo ve: más aún, es atraída por lo que está más allá, lo que nosotros profundamente anhelamos: el Espíritu

Recientemente, por lo que ha sucedido en el Senado de la Nación, a mi entender, hemos perdido todos ante un debate, que por pujas de poderes y de fuerzas, se ha instalado un tema minoritario y se lo ha ubicado al rango de una inequitativa equiparación: el llamado “matrimonio” homosexual

Los derechos y los recursos legales, se hubiesen podido salvar por otras vías y esta afirmación no implica juicio negativo alguno sobre ninguna opción personal y de conciencia.
Pero, si queremos ser claros será necesario que el derecho positivo esté en relación al derecho natural. Dice el Papa: “que la promoción de la verdad moral en la vida pública requiere un esfuerzo constante para fundamentar la ley positiva sobre los principios éticos de la ley natural. Referirse a ella fue considerado en el pasado algo evidente, pero la onda del positivismo en la doctrina jurídica contemporánea, exige una reafirmación de este axioma importante. Los individuos, las comunidades, y los estados sin la guía de verdades morales objetivas, serían egoístas y sin escrúpulos, y el mundo sería un lugar peligroso para vivir” (Disc. Santo Padre Benedicto XVI, Chipre, 5 de junio de 2010).

Pienso, queridos hermanos, que todos debemos colaborar y trabajar juntos por la cosa pública. El hombre, está llamado a la comunión, y no debe aislarse en la búsqueda del bienestar individual. Dios debe tener un lugar en la esfera pública, con específica referencia a la dimensión cultural, social, económica, y en particular política.”El hombre se valoriza no aislándose sino poniéndose en relación con los otros y con Dios” (Enc. Caridad en la verdad, nº 53).

En primer lugar todos debemos trabajar mancomunadamente por promover el desarrollo integral del hombre. Que no se agota en sus actividades de asistencia o educación de modo parcial. Sino que se debe manifestar su capacidad en la promoción del hombre y la fraternidad universal

Y en segundo lugar, el auténtico desarrollo del hombre concierne de manera unitaria a la totalidad de la persona en todas sus dimensiones: material, intelectual, espiritual y social.

El problema principal seguirá siendo la visión ética y la cuestión tiene que ser afrontada en el marco de un gran esfuerzo educativo, con el fin de promover un cambio efectivo de la mentalidad y del comportamiento cívico, social, y familiar y establecer así nuevos modelos de vida, frente al relativismo, que quita valía a la verdad de la objetividad.
frente al individualismo, que concentra sus fuerzas, en el interés particular ignorando las realidades de los otros y frente al cinismo, que pretende negar la grandeza de nuestra búsqueda de la verdad

Nosotros, todos, a los que se nos ha confiado una responsabilidad de la representatividad debemos recobrar la confianza en la nobleza y en la grandeza del espíritu humano por su capacidad de alcanzar la verdad, de trabajar siempre por el bien común, afirmando nuestras identidades, respetándonos en nuestras diferencias, ya que estas enriquecen, fortalecen y no debilitan el accionar por el bien común.

Dios y la Patria se lo merecen, en este momento histórico, para nosotros y para nuestras generaciones futuras y por todos los habitantes que viven en nuestro suelo argentino, debemos dar señales nuevas de fortalecimiento, de madurez y de responsabilidad.

Que la Virgen en este día, nos ayude a vivir sin miedos, sabiendo que también nosotros hemos sido invitados a la vida, ejerciendo responsablemente lo mejor de ella: la convicción y el compromiso.

Dios los bendiga.

Muchas gracias.

Mons. Rubén O. Frassia
Obispo de Avellaneda-Lanús
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Avellaneda,15 de agosto de 2010

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