Los patios

Escribe Judith Gómez Bas.

“Patio de ladrillos, del barrio orillero.
con mateadas dulces, debajo ‘el parral,
donde por las noches, púa y milonguero,
sacaba virutas, al son de un gotán.

¡Qué lejos está la época de los grandes patios, cubiertos con parras o glicinas!. Con las lindas macetas de terracota luciendo olorosas clavelinas y coloridos malvones. Con el tano de manos encallecidas, insistiendo en ejecutar con su verdulera, la melodía de una nostálgica tarantela de su Calabria natal. Y el piberío, pateando la pelota.

Todo ocurría allí, en ese pequeño universo que eran los patios y como es natural en toda existencia, se padecían penurias, se gozaban alegrías, se vivía el odio y el amor.

Uno de los acontecimientos que más se disfrutaba era la milonga. Todo pretexto era bueno, para el erótico entrelazar de los cuerpos, al ritmo de “Felicia” o “Rodríguez Peña”. Claro que para eso había que preparar el ambiente. Cada cual aportaba sus ideas y se ponía manos a la obra. Por un lado guirnaldas hechas con papel creppé. Otra decoración infaltable, que agregaba luminosidad, eran los farolitos chinos, aunque no faltaba el rincón en penumbras, para la caricia y el beso.

Las muchachas lucían sus mejores galas y siempre estaba la posibilidad de un estreno, así fuera una flor para su escote o unas gotas de Flores del Campo, para embriagar con su perfume a su compañero de turno.

En un lugar de privilegio, se situaba el fonógrafo y los discos de pasta Odeón o Columbia. Alguien comedido y atento para darle cuerda, cuando comenzaba a perder velocidad.

Como recurso, para la jarana y la broma, se bailaba la polca de la escoba o de la silla, con el consiguiente cambio de parejas. Entonces se reponían energías, con cerveza helada, proveniente del piletón del fondo, situado bajo la higuera, cargada de brevas maduras.

A veces, cuando el frío arreciaba, la dueña de casa ofrecía una jícara de espumante chocolate con canela. Solo las mujeres gozaban de esta atención. A ningún hombre de aquellos tiempos se le ocurriría aceptar esta gentileza, sin menoscabo de su hombría.

El lunes los patios recobraban su ritmo. El traqueteo del pedal de la máquina Singer, continuaría su monótono compás. El brasero con su carbón encendido, las sábanas tendidas al sol, el canario disputando sus gorjeos con el cabecita negra, el silbido de un tango, encerrando su misterio y el purrete del encargado pateando la pelota.

Tiempos del cine mudo, de las medias con cuchilla y la ronda del vigilante.

“Patio sos la musa, madre y compañera
cuando en el silencio suena un bandoneón
y cuando un purrete haciendo gambetas
salta por el patio gritando ¡gooól !”

Hasta la próxima.

Judith Gómez Bas

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