Lilly Cristofano, la última sastre mujer

Una experta en alta costura que atiende en Avellaneda.
Trabajó en Italia, en una casa de modas del diseñador Renato Balestra -modisto de la talla de Gianni Versace- haciendo ropa para jeques árabes donde también diseñaban vestidos para la Reina Margarita de Dinamarca.

Como ya no se canta en los jardines de infantes, las estrofas del antiquísimo Arroz con leche yacen silenciosas en los recuerdos de muchos de nosotros, los adultos, sepultadas por los modernos y flamantes hits de Topa y Muni. Pero por suerte, como todo vuelve, al recorrer la historia de Liliana Cristofano uno revive aquella típica canción que rezaba: me quiero casar con una señorita de San Nicolás… Uno podría haber creído que la escribieron en su honor, de no ser porque Lilly era de Avellaneda.

Es que para cuando esta niña abrió la puerta para ir a jugar, ya había aprendido a coser y a bordar, porque esa era su vocación de toda la vida.

«Yo empecé de jovencita. Siempre me gustó esto. Cuando iba a la primaria, ya me gustaba. Seguí la secundaria, pero en tercer año dejé porque quería dedicarme a lo mío: yo quería coser. Y hacía pañuelos en mi casa. Bordaba el rulo T (que desde hace tiempo se hace a máquina) a mano. Y hacía una docena por día, para tener mi plata», recordó de sus inicios en esta actividad, Liliana.

Siempre con la idea de trabajar por su cuenta, en la adolescencia Cristofano se anotó en uno de esos cursos que auguraban una rápida salida laboral. «Hice un curso de Corte y Confección y después fui a la Asociación Argentina de la Moda. Ahí Ángelo Feo, que era el sastre que antes estaba acá, era profesor. Ya a los 18 años trabajaba con una hermana de Ángelo, en su casa, haciendo pantalones. Y cuando él vino para este local, me trajo a trabajar con él», contó la discípula del gran maestro.

A partir de esos conocimientos, Lilly se dedicó a la Alta Costura y qué mejor mercado para progresar que Europa. Con algunos cursos más en su haber, Liliana se fue trabajar a Italia, en una casa de modas del diseñador Renato Balestra, un modisto de la talla de Gianni Versace. «Ahí hacíamos ropa para los jeques árabes, que nos traían telas propias, todas trabajadas. ¡Diseñábamos también los vestidos para la Reina Margarita de Dinamarca! Allá en Europa siempre consideraron a la sastrería como algo muy importante. Y todo lo que hacíamos era alta costura», destacó con una sonrisa la mujer sastre.

De familia bien tana, Lilly disfrutaba su estancia en Roma, a pasos del Vaticano. De hecho, desde la ventana del noveno piso en el que vivía, todas las mañanas se asomaba a ver la majestuosa cúpula de la Basílica de San Pedro.

La sastrería que tiene actualmente en la calle Italia 17 (casualidad al margen), la pudo comprar precisamente con el dinero que ahorró trabajando allá. Porque además de trabajar para la casa de modas, diseñaba los moldes de colecciones enteras para otro taller, con los que se confeccionaban miles de prendas. Esa era una tarea que le pagaban muy bien y valoraban mucho, por su título de modelista cortadora. Y por si fuera poco, cuando le quedaba tiempo, también hacía arreglos para una mercería.
«Cuando llegué al país, a los tres meses quería volverme, porque me había adaptado muy bien», reconoció con un poco de nostalgia, al tiempo que comentó que en los fines de semana que no trabajaba, se iba a pasear en tren a Alemania, a Suiza o a Francia.

Glamur allá, perfil bajo acá
A lo largo de su carrera Liliana Cristofano asistió a una infinidad de congresos en muchos países. En las paredes o en los estantes de su negocio se pueden apreciar los premios que ha recibido por su asistencia a innumerables desfiles.

Cuando volvió a la Argentina, Lilly diseñaba ropa en forma independiente, y le encantaba hacer vestidos de novia –aún en la actualidad los sigue haciendo-. «Fui a un montón de congresos en el exterior y en nuestro país. A desfiles en el Sheraton, en el Alvear… Después se fue cortando todo eso, porque costaba mucha plata», contó Cristofano.

Presentando sus vestidos, llegó a acompañar al modisto Ante Garmaz a un congreso en Francia, mientras él mostraba su línea de ropa masculina. Liliana se fue metiendo en todo ese ambiente, pero pronto se cansó.

«Después me fui desconectando de todo eso porque a veces para presentar tu ropa en los desfiles tenías que regalar la muestra al diseñador. Y yo no quería estar trabajando para otros», explicó contundente, la mujer que se destacó en un oficio casi exclusivo de los hombres.

«Además si te metés de lleno en todo eso, el grado de exposición es muy alto. Tenés que estar yendo y viniendo a todos lados y no trabajás en lo tuyo. Entonces tendrías que tener gente a cargo. Y la verdad es que el trabajo me gusta hacerlo yo, estar en contacto con los clientes… Prefiero hacer mi trabajo sola y tranquila, sin que nadie me esté corriendo con los tiempos», agregó.

En una época, dejó de ir a las reuniones de la Asociación Argentina de la Moda, porque había un amplio predominio de hombres. «Tal vez éramos tres o cuatro mujeres, entre todos ellos. Y no nos daban lugar. No podíamos opinar, no nos llevaban el apunte. En las dos horas que duraba una reunión, por ahí metías un bocado, pero no lo tenían en cuenta porque era un grupo muy cerrado y machista. No fui más porque me sentía incómoda», admitió Cristofano, recordando que fue una lástima no seguir concurriendo a esos encuentros, porque allí podía enterarse de las nuevas tendencias y mantenerse siempre actualizada.

Con respecto a su trabajo, surge en la charla la pregunta inevitable: ¿Hay alguna diferencia entre ser modista o ser sastre? Lilly asegura que hay diferencias. ¿Un Ejemplo? «Las modistas no toman medidas. Hay hombres mayores a los que les da vergüenza que les tome algunas medidas (señala la zona de la entrepierna y sonríe). Al principio yo tenía pudor, pero ahora hago como si fuera una médica», apuntó, resuelta.

Amante del perfil bajo, Liliana no se puede quejar. Tiene un montón de trabajo, pero no se desespera. Mientras angosta una botamanga de un pantalón, llega un cliente que le trae tres pantalones para achicarles la cintura y el tiro. Y al pasar, mira de reojo un conjunto de jean que terminó ayer (aunque sabe que le faltan terminar unos detalles, porque mañana pasa la clienta a retirarlo), al tiempo que muestra un saco siete octavos que acaba de modificar. «Gracias a Dios tengo mucho trabajo y siempre trato de cumplir con los plazos», afirmó.

La ropa que Lilly confecciona es más cara que la que uno pude conseguir en una tienda, por la sencilla razón de que está hecha a medida. «Es más cara, sí. Pero te queda pintada», resaltó.

A los 54 años, Liliana Cristofano es feliz, en pareja con Aníbal. Y aunque no tuvo hijos, cumplió su rol de madre con una sobrina.

Al hablar, Lilly se emociona cuando nombra a su mentor, Don Ángelo, que fue como un padre para ella y que le pasó la posta de la sastrería. Pero se siente tranquila al saber que nunca, en todos estos años, ha dado una puntada sin hilo.

Afortunadamente queda mucha tela por cortar en esta historia. La de la última sastre mujer.

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