Las preguntas correctas, una semblanza sobre Alberto Fortunato

Escribe Daniel Lombardo.

 

Hace un tiempo, Alberto fue hasta la casa de la muerte. Le preguntó si ya había elegido árbol para él. La muerte le dijo que no, que estaba desordenada, que no se llevaba bien con los papeles. Alberto no creía en Dios, pero creía en su vecino, en la empleada de la panadería, creía en los ojos transparentes de un perro perdido. Por eso nos ayudaba a ser mejores. Sabía un montón de cosas, pero nos dejaba hablar. A simple vista no se notaba, pero tenía una oreja grande y generosa. Escuchar, para él era importante, igual que para un maestro es esencial aprender a hacer las preguntas correctas, para que el aprendiz llegue a las respuestas, como si estuviera paseando por un parque. Era un humanista. Por eso se llevaba bien con los números. Hay que manejar las herramientas de los enemigos, usarlas a favor del pueblo. Su casa es una biblioteca, con cocina y lavarropas. El barro nació antes que las palabras, pero sin ellas, nunca hubiera existido el ladrillo. De carne somos, pero ¿el amor también tendrá un átomo secreto? Hay personas que hacen tanto en la vida, que su familias y amigos se van armando una alacena llena de recuerdos y anécdotas, una alacena que cuando se abre, se enciende una luz melancólica y tibia. Así nos pasa a aquellos que tuvimos la dicha de conocerlo y quererlo. Camarada Alberto, hasta la victoria, ¡siempre, siempre!

 

Daniel Lombardo

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