Las patologías alimentarias y los afectos

Escribe la Lic. Andrea Fabiana Varela Seivane.

Frente al indiscutible aumento de patologías alimentarias, se plantea un primer interrogante que consiste en averiguar a que se debe este aumento, y encontramos que hay tantas preguntas como intentos de respuestas. Es una problemática poco sencilla y en consecuencia, por su grado de complejidad, dificulta abarcarla desde un plano definitivo y totalizador.

Una visión panorámica de las patologías alimentarias, enmarca un amplio margen que va desde la prevención hasta la asistencia de pacientes graves. Tanto la cultura, como los mitos, que han definido nuestras conductas con respecto a la alimentación, y los modos y costumbres para elaborarla y consumirla, esta en relación directa con la familia, con los afectos y con las emociones. Una mirada hacia el pasado de nuestra civilización, nos muestra enormes cambios en lo que se refiere a la calidad y cantidad referente a los hábitos alimentarios, y también a los modos y medios con los que el hombre ha ido apropiándose de los recursos que la naturaleza provee para su alimentación.

El comer y las emociones están estrechamente unidos, tanto es así, que la comida y el afecto significan muchas veces lo mismo. El comer, y los modos de hacerlo, constituyen un hábito básico, que se forma cuando los niños son muy pequeños. En general, estos modos de comer, quedan establecidos para el resto de la vida, y es así como vemos que muchos de los trastornos alimenticios de los jóvenes y adolescentes, se remontan a la primera infancia. Aquí es, donde la vida familiar, los afectos, las relaciones entre los miembros de la familia, el grado de autoestima, revisten un importante significado para la comprensión de estos problemas.

El yo rudimentario del recién nacido, y del niño pequeño, se completa gracias a lo afectivo emocional del cuidado que la madre provee al amamantarlo, y se convierte en una especio de simbiosis social. Tanto es así, que la boca, la zona vital para nuestra existencia, va a tener la función de discriminar el placer, del displacer.

En consecuencia, el efecto de los cuidados maternos, para reducir las molestias de la necesidad y el hambre, son fundamentales, ya que no pueden ser aislados, ni pueden ser diferenciados por el niño, de sus propios intentos de reducir tensiones, por ejemplo, orinar, defecar, toser, estornudar, escupir, vomitar y todas las maneras en que un niño pequeño trata de expulsar una tensión desagradable.

El efecto de estos fenómenos de expulsión, así como la gratificación que al niño le produce los cuidados afectivos de su madre, ayudan al niño, con el tiempo, a diferenciar una cualidad de experiencia placentera y buena, o dolorosa y mala, y es de gravitación fundamental, ya que en el futuro, cuando el adolescente o el joven, y también el adulto, son capaces de aguardar y esperar una satisfacción con confianza, sin envolverse en una compulsión, podemos inferir que debe haber en su memoria, trazos del placer de la gratificación, que se conectan con el recuerdo de la percepción de los cuidados que la madre hacía al niño pequeño.

Por eso son tan fundamentales e importantes estas primeras experiencias que se juegan en el par placer displacer. La familia es la matriz a partir de la cual, se va constituyendo la autoestima y definiendo la identidad. La familia constituye una estructura, que se forma por una red invisible de demandas funcionales, y que se organizan de determinada manera, y estas maneras, regulan la conducta de los integrantes de la familia.

Es importante saber que el alimento pasa a ser el primer regulador de la autoestima. Generalmente, el niño, y luego este patrón se repite en la adultez, disminuye su autoestima cuando pierde amor, y recupera la autoestima cuando siente que posee el amor del omnipotente adulto. A medida que el niño madura, atravesando una larga etapa de aprendizajes, llega a la adolescencia, período sumamente importante, porque es donde se reeditan todas las situaciones pasadas, se pierden los padres de la infancia, y el cuerpo infantil, y se instala una lucha interna, entre el deseo de independencia y la necesidad aún de dependencia, y es en la adolescencia, a partir de los cambios que se experimentan, donde pueden surgir los fenómenos de las patologías alimentarias.

Comer y compartir la comida, es una parte muy importante de la vida familiar, la hora de la comida, debería ser el momento ideal para intercambiar impresiones y relatos sobre lo que ha estado haciendo cada uno, y mantener la relación con cada integrante de la familia.

Lic. en Psicología Andrea Fabiana Varela Seivane
MN 34156
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