La poética en la pintura de Roberto Rossi

Escribe Antonio J. González

Había nacido en Avellaneda a fines del siglo 19 en el seno de una familia de inmigrantes italianos. Desde muy joven, Roberto Rossi transitó el mundo de los dibujos y las pinturas. Luego el joven ventiañero ingresa a la Academia Nacional de Bellas Artes, donde tiene como profesores a Ernesto De la Cárcova y Adolfo De Ferrari, dos referentes lúcidos de las artes plásticas de nuestro país. Avanza en su formación, pero el rumbo definitivo lo iba a vislumbrar en su encuentro con Emilio Centurión. Vivió una época convulsionada en lo social y en lo cultural. En el arte plástico se producían creaciones y corrientes que transformaban todos los esquemas anteriores. Petorutti, Guttero y Xul Solar traían de Europa aquellas novedades y experiencias que iban incorporando a sus obras.

Rossi para entonces se había instalado con su taller en la Boca. Allí estaban Victorica, Cúnsolo, Lacámera, nuestro Menghi, y el inquieto y agitado mundo de sus amigos, todos sensibles a los nuevos caminos de la figuración y la no figuración en el arte visual. Sin embargo, Rossi encuentra el lenguaje y los códigos que tenían que ver con la intimidad, lo cotidiano, la humilde visión de la cercanía, más que la representación de los mundos oníricos o abstractos. Y así lo expresaba en las tertulias propias de aquella época donde se forjaban las ideas, los pensamientos y las visiones de una sociedad que cambiaba todos los días y exigía de los artistas nuevos desafíos y experiencias.

Era tan conocido por su fervor y su apasionamiento en el debate y la confrontación de los contrastes sociales y culturales, que el diario Crítica se preguntaba: “Quién, pintor, poeta, escritor, artista, en una palabra allegado a la vida inquieta afiebrada, curiosa, apasionada, de los altos círculos artísticos, no conoce a Roberto Rossi?” Esto se decía en 1929, año en que nuestro pintor realizaba su primera muestra. Un año antes tuvo su primer envío al Salón Nacional de Bellas Artes, donde en 1946 es premiado con la distinción “Sívori”. Luego integró los envíos argentinos a las Bienales de La Habana (1954) y de arte Moderno de San Pablo (1957).

Era un hacedor de climas intimistas en sus obras. Los objetos, las flores y sus contornos encontraban su justa idealización. A su estilo se lo denominaba con el concepto de “poética de la pintura”, porque todo encontraba en su obra una nueva dimensión de forma, color y espacio, a la manera de la poesía. Sus pinturas fueron evolucionando desde un realismo de raíz cezanniana hasta una figuración de sugerente clima. A partir de un dibujo preciso, aplicó los ricos colores de su paleta con cuidada administración y extrema sensibilidad. También la docencia ocupó espacios en su vocación, desempeñándose como profesor en el Colegio Nacional Sarmiento y en la Escuela de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón.

En 1955 expone en una muestra colectiva de la Asociación Gente de Arte de nuestra ciudad, y al año siguiente lo hace en el Museo de Arte de Avellaneda y presenta una exposición personal en aquella institución. Muchos recordamos el goce que teníamos frente a la obra donada por el autor a Gente de Arte, exhibida durante muchos años en su pequeña secretaría de la sede de Belgrano 601. Era un especial mensaje de armonía y reinvención. Inolvidable.

ajgpaloma@hotmail.com

noticias relacionadas