La Palabra nos ilumina y la Eucaristía nos nutre
El Obispo de la Diócesis de Avellaneda – Lanús, Monseñor Rubén Frassia en sus reflexiones radiales se refirió al Evangelio según San Lucas 9, 11b – 17 (ciclo C).
La multiplicación de los panes y los peces es una referencia explícita a la Eucaristía que, sabemos muy bien, es el sacrificio de Cristo que se hizo una sola vez y para siempre: Cristo se ofreció al Padre en la cruz y esa acción sagrada -su crucifixión y su muerte- es la Misa donde se repite ese misterio; porque las cosas de Dios tienen valor para siempre. Cuantas veces celebramos la Misa, estamos celebrando el sacrificio de Cristo: la crucifixión, la muerte y la gloriosa resurrección; esto es el misterio pascual.
Ahora bien, Cristo se nos queda en la Eucaristía diciéndonos: coman, beban y anuncien. En primer lugar es la memoria que hacemos de la Pasión de Cristo; la memoria de la acción de Cristo -nadie le quitó la vida sino que Él libremente la entregó-; la memoria de que Cristo se entregó por nosotros y para nosotros.
Pero también tenemos la promesa de que Él está siempre en nosotros y está siempre caminando con nosotros; por lo tanto la Eucaristía -el Cuerpo y la Sangre de Cristo- es un alimento universal.
¿Por qué es universal? Es católico, que quiere decir universal, porque es un alimento infinito que no se deteriora con el andar del tiempo y de la vida; es un alimento permanente donde entra la vida y se va toda la muerte; entra la fuerza de Cristo y nos da toda la fuerza para que vivamos robustecidos por su presencia.
Hay dos cosas que debemos tener en cuenta: la Palabra de Dios es la que nos ilumina, pero la Eucaristía es la que nos nutre, nos alimenta. La Eucaristía será eficaz en nosotros cuando la Palabra de Dios ya esté en nosotros, porque no son cosas mágicas. Hay que recibir a Cristo pero hay que prepararse para recibirlo en la Eucaristía por medio de su Palabra. Por eso decimos que la Palabra nos ilumina y la Eucaristía nos nutre.
Decía un gran santo, San Efrén, con la gracia del bautismo hemos escondido en nuestro ser tu Tesoro; ese Tesoro crece en la mesa de tus Sacramentos y concédenos gozar de tu gracia. Es decir: el Tesoro es Cristo, la Eucaristía es Cristo, pero es lo universal -lo católico- entra la vida y se va la muerte.
Tenemos que adherirnos a Cristo en la Eucaristía, por medio de la voluntad. La voluntad de amor porque no podemos prescindir del corazón de Él, ni de Cristo como persona; no comemos cualquier cosa porque lo que estamos recibiendo es el Cuerpo del Señor.
Cuando nos acercamos a la Eucaristía, tenemos que vivir la transformación del Corazón de Dios; la Palabra de Dios entra en nosotros. Pero si esa Palabra se recibe distraídamente, superficialmente, egoístamente, casi como una costumbre rutinaria -no vivida-, no alcanza la fecundidad y está negando la salvación.
Luego, la luz para conocerlo: Él nos da la fuerza y la luz para lograrlo y la Eucaristía, con su necesidad de amor, provoca en nosotros una fuerza creadora de Dios. Por eso entra la vida: somos robustecidos y a la vez somos enviados para cumplir, como Él y con El, la misión. Quien es una persona eucarística tiene fuerza para la misión; quien no es eucarístico, es débil en la misión.