La grandeza no desciende

Las causas y los responsables de una debacle anunciada. Escribe: Osmar Percudani.

Independiente descendió a la B Nacional, después de las tres últimas administraciones más nefastas de su historia, a cargo de los presidentes Andrés Ducatenzeiler, Julio Comparada y Javier Cantero.

El día que Pedro Iso se retiró entre tumultos y agravios de la sede de Avenida Mitre, para ya no volver, Independiente dejó de tener dirigentes que supieran de grandeza.

Las feroces peleas internas en la Lista Roja y la ausencia de conductores en la Agrupación Independiente, las dos agrupaciones que forjaron la gloria del club, dieron paso a la llegada de empresarios, sellos de goma y oportunistas, que pusieron a la centenaria institución en caída libre.

El club quedó en manos de «nuevos dirigentes», cuanto menos ineptos, incapaces, ambiciosos, improvisados.

De nada sirve ahora detallar los pasivos que crecieron de manera exponencial, el endeudamiento irresponsable, las compras, ventas y contrataciones de cientos de jugadores y entrenadores por millones y millones de dólares, que llevaron al club a la convocatoria de acreedores y a contraer una deuda impagable.

Hace años que Independiente dejó de ser Independiente.

La política de comprar por ocho si había diez en la caja, fue reemplazada por la falacia de «endeudarse para crecer» y por la utilización del club para grandes negocios de grupos empresarios, intermediarios y representantes de jugadores y técnicos. Y así le fue a una de las instituciones deportivas modelo de la Argentina…

La grandeza de Independiente no está sólo en sus copas internacionales, sus títulos y sus hazañas deportivas. Tampoco es patrimonio exclusivo de los cracks que vistieron la camiseta roja y ni siquiera se agota en los millones de hinchas en todo el país.

La verdadera grandeza del histórico «Orgullo Nacional» fue la construcción colectiva de una institución civil sin fines de lucro, que cumplió durante más de un siglo una extraordinaria labor social, formativa y educativa, con decenas de miles de jóvenes.

Fue la mirada trascendente, desinteresada y generosa, de muchos dirigentes «de los de antes», que se hubieran cortado una mano antes de tocar un peso del club; que invirtieron en tierras, en ladrillos, en obras y en futuro, la que hizo verdaderamente grande a Independiente.

Fue ese espíritu de grandeza y esa conducta dirigencial la que llevó a Independiente a convertirse en el Rey de Copas. Los resultados deportivos fueron la consecuencia del orden y el crecimiento institucional. Sin mesías ni salvadores. Sin contrataciones multimillonarias ni proyectos faraónicos. Sin arribistas de la política ni denunciadores seriales.

Las nuevas generaciones de socios tal vez no conocieron esas épocas. Y en las últimas elecciones llenaron las urnas de votos «castigo», esperanzados, inocentes y bienintencionados, sin saber que de ese modo seguirían castigando a Independiente. Sin saber que ese mismo día sellaban la debacle inevitable.

Ahora sólo resta esperar. Difícilmente sean los mismos dirigentes que condujeron al club a la caída más estrepitosa de su historia, los que lo hagan renacer y recuperar la senda que nunca debió perder. Pero aún así seguramente se quedarán. Y seguirán anteponiendo sus personalismos, sus egos y sus ansias de figurar, al sentimiento de millones de hinchas.

Quedan para rescatar la dignidad deportiva, el profesionalismo, la entereza y la hombría de bien de un señor del fútbol como Miguel Angel Brindisi. Y esas miles de almas rojas cantando y alentando hasta el final, pese al desconsuelo, la tristeza y las lágrimas compartidas.

Independiente jugará la próxima temporada en la B Nacional, porque así lo determinaron las deficitarias, horrorosas (¿y fraudulentas?) administraciones de los últimos tres presidentes del club. Pero no por ello dejará de ser grande. Porque su historia, sus logros y sus conquistas deportivas e institucionales no se borran. Porque la grandeza no desciende.

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