La falta de docencia

Escribe Roberto Díaz

Un concepto muy perverso sobre la sociedad y sobre la vida, hace creer que se nace por generación espontánea.

La arrogancia (léase, mejor, ignorancia) hace suponer que el mundo empieza cuando se llega a él y que el camino sólo “se hace al andar”.

Los conocimientos comienzan a quedar guardados en un arcón y se va perdiendo la memoria colectiva, esa que debería servir para no tropezar con las mismas piedras ni cometer los mismos errores.

Para estas nuevas generaciones, la historia de la humanidad es una especie de abstracción, de telón en blanco que no tiene sentido ilustrar. El presente se convierte, así, en una banalidad, en vez de servir para revisar el pasado y planear el futuro.

Consideramos que estamos ante una época de suma decadencia, fomentada, desde luego, por los que detentan el Poder, por esos factores de Poder que les conviene que la gente no tenga memoria porque no tener memoria, implica no tener conocimiento y no tener conocimiento hace que esto pase a ser el blasón de una existencia absolutamente vacía y sin trascendencia.

Un hecho sintomático: la poca capacidad de lucha social de estas sociedades, la débil resistencia que se ofrece, el pobre discurso conceptual, incluso de aquellos que deberían hacer docencia.

Vivimos una etapa sin vuelo; a nadie se le ocurre “bajar línea” que sirva para que la existencia se vuelva más bella, más lúcida. Por el contrario, todas son cifras, estadísticas sin sentido, números fríos y faltos de gloria, aburridos exponentes de un mundo convertido en numerología.

La decadencia se nota, se vislumbra. Es patético escuchar lo que dicen y opinan nuestros dirigentes más conspicuos. Salvo honrosas excepciones, todo es de una mediocridad que aterra y nadie se atreve a urdir un pensamiento esclarecedor, una frase que ilumine, algo que encienda el corazón y lo proyecte.

Son tiempos indudablemente tristes, de un pensamiento “en caída libre”. Hasta los propios intelectuales, que podrían alumbrar algo en esta cerrazón, se llaman a silencio. Son tiempos de ruidos, no de voces. Tiempos de superficialidades extremas, de imbéciles con plata, de mercachifles engolados, de políticos obsecuentes, de indignidades y defecciones.

Hace muchas décadas que el Poder pasa por manos inadecuadas. Nos hemos entregado a la resignación de no soñar despierto, de no edificar utopías, de sobrevivir en la medianía, aceptando la corrupción, la traición, la transfugada, el exhibicionismo ordinario, la prostitución de las conciencias y la autocracia funcional.

En este paisaje tan desalentador, en este páramo donde a nadie se le cae una idea coherente, triunfan, sin duda, los más sinvergüenzas e inescrupulosos, los que tienen mayores billeteras, los que avasallan, prepotentes. Es fácil ser amo de vasallos venales. Sentirse Tarzán en medio de los monos.

robert_diaz38@yahoo.com.ar

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