La Diócesis de Avellaneda Lanús celebró la fiesta de Corpus Christi

Con gran emoción y profundo sentido espiritual, se desarrolló el último sábado la Fiesta de Corpus Christi (solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo) en la Parroquia Nuestra Señora del Rosario de Piñeyro -decanato 6-.

 

La participación del clero diocesano, religiosas, religiosos y seminaristas junto al Obispo y todo el Pueblo Santo de Dios marcó una tarde para recordar y un tiempo para vivir. Finalizada la celebración litúrgica se realizó la tradicional procesión por las calles del barrio hasta la plaza Ugarte, portando la custodia con la Sagrada Hostia, preparada para tal fin y escoltada por Granaderos de San Martín.

“Amerita que -como comunidad diocesana- ustedes sepan que todos los años, con el Consejo Presbiteral, pensamos que la Fiesta de Corpus debemos celebrarla en algún lugar distinto de la diócesis porque así vamos haciendo una comunidad de servicio entre todas las realidades de nuestra diócesis Avellaneda Lanús. Este año tocaba aquí, al decanato 6, les dimos la responsabilidad, buscamos un lugar y luego vimos que no era conveniente porque no reunía las condiciones para toda la gente; fue así que se decidió hacerlo acá. Por eso quiero agradecer al decanato 6, al Padre Fernando, que es el decano, a toda la comunidad por el gran esfuerzo que han hecho en estas semanas, el trabajo de preparar dignamente la parroquia, la casa, las calles, los lugares, la diócesis. Quiero felicitarlos porque las cosas buenas es mejor decirlas y decirlas en vida y no después. De corazón ¡muchas gracias!”, expresó Monseñor Frassia al inicio de la ceremonia.

“Esta Fiesta de la Eucaristía, del Cuerpo y la Sangre de Jesús, es muy importante porque fue voluntad de Dios, que envió su Verbo, su Palabra, que se hizo carne en el seno virginal de María; y Jesucristo, Verdadero Dios y Verdadero Hombre, vino para hacer la voluntad del Padre, vino para hacer su entrega, lo que llamamos su sacrificio: se entregó por nosotros, dando su vida: Y por ello tiene mucha autoridad, porque dio su vida, no solo su Palabra, las cosas externas, dio su vida.

Y en la cruz, antes de morir, Cristo nos perdona y nos da la vida eterna. Cristo muere y resucita; pero antes de irse al cielo y mandarnos el Espíritu Santo, antes de ser traicionado, antes de ser apresado para ir al sacrificio, Jesús instituye la Eucaristía. Él se quiere quedar en medio de nosotros. Anticipa el sacrificio de la cruz y nos da el pan y el vino, que se convierten en su cuerpo y en su sangre. “Yo estaré con ustedes hasta el final de los tiempos”, “hagan esto en conmemoración mía”. Cristo se perpetúa, quiso quedarse, estar con nosotros.

Y nosotros -después de Semana Santa, después de Pascua, después de Pentecostés- públicamente nos reunimos para celebrar la Fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo. Una verdadera fiesta, pero ¿por qué?; porque fundamentalmente en la Eucaristía nos reúne ese testamento que nos dejó: el Amor de Dios, en el Amor a su Hijo; y este Hijo nos enseña el amor entre nosotros, el respeto entre nosotros, la solidaridad entre nosotros. Por lo tanto la Eucaristía es el sello contundente de la presencia de Jesucristo, el Resucitado, que se quiso quedar en estas especies consagradas.

Para ello eligió a los Apóstoles, eligió a los sacerdotes, para que ellos “en persona de Cristo” pudieran seguir perpetuando ese amor y ese mismo sacrificio, ¡cuánto amor!, ¡cuánta gracia!, ¡cuánto amor y cuánta gracia tienen los sacerdotes!, ¡cuánto amor y cuánta gracia tiene el Obispo de presidir en la diócesis, de caminar junto al Pueblo de Dios!, pero sobre todo de reconocer que Jesús está presente, ¡Jesús está vivo, no está muerto, vive para siempre! Ese amor de Dios es también para nosotros alimento, encuentro, transformación, robustecer todos nuestros vínculos. Todo por entero está presente Jesús, porque es Él mismo en la Eucaristía.

Hay que pensar y hay que creer, pero a veces nos acostumbramos, nos acostumbramos a celebrar la misa y la hacemos rápido porque tenemos otra cosa importante que hacer; ¡no hay cosa más importante que el sacramento de la Eucaristía!, ¡no hay cosa más importante que el amor de Cristo!, y todo lo demás es todo lo demás. ¡Cuántas veces comulgamos pero siempre quedamos igual! ¿Por qué? ¡Porque a veces falta la fe! Tenemos una fe débil.

Es cierto que no podemos visibilizar a Dios, pero también es cierto que la presencia viva de Dios está presente y se lo puede reconocer fundamentalmente por la fe, porque por la fe uno conoce y reconoce que Dios está presente. Es por eso que hay que decirlo una vez más: “la caridad, el amor, salvará al mundo”

¡El mundo se está destrozando, se está dividiendo, se está rompiendo, se está quebrando, se está lastimando! ¿Cuál es la solución?, ¿qué es lo más importante?: volver al amor de Dios, que nos enseña a descubrir su amor presente en cada hermano. Por eso, la Eucaristía no es algo espiritual que queda sólo para uno, fundamentalmente es la presencia de Dios y también es la presencia del hermano, porque todos comemos y participamos del mismo Pan; somos en Él uno, eso se llama comunión ¡y no hay que romper la comunión con la Iglesia diocesana, con las parroquias, con los fieles, con los creyentes, con otros hermanos que son creyentes pero no de la misma religión -el diálogo interreligioso-, con aquellos que no tienen fe, con los pobres, con los que están solos, con los enfermos, los ancianos, los abandonados! ¿Por qué esto? Porque el amor de Dios no divide sino que integra.

Cuantas veces recibimos a Cristo en la Eucaristía, también nos ayuda a reconocer, en el prójimo, la presencia de Jesús en el hermano; y si no lo reconocemos estamos como ciegos ante Dios. Porque no podemos decir “yo soy creyente, yo creo en Dios” y ya está, ¡NO! Porque soy creyente tengo que amar a mi hermano y lo hago con más motivos, porque tengo fe y tengo responsabilidad. Por eso no puedo ignorar las necesidades de nuestros hermanos. Y las necesidades son reales; las reales, no las inventadas. Las de aquí y ahora, en este momento, las que mi hermano necesita y no las que yo le quiero dar, ¡lo que mi hermano necesita!

Hay que salir de uno para encontrarnos con Jesús en la Eucaristía. Y encontrándonos con Jesús, Él nos transforma; y cuando uno es creyente, que realmente cree, la presencia viva de Jesús es alimento, fortaleza, defensa, remedio y también es misión. Apostolicidad. Somos con Él enviados y tenemos que llevar a Jesús a los demás. ¡No imponerlo, pero sí mostrarlo, ser testigos, ser discípulos y testimonio! ¡Cuánta responsabilidad tenemos los miembros de la Iglesia! ¡Muchísima! Pero que ninguno se desanime, porque lo que está mandado primero es dado por gracia y como Dios lo da por gracia, es más fácil la respuesta de aquello que se nos manda; porque está la gracia de Dios.

La Eucaristía es el encuentro con Él, pero no nos tiene que dejar igual. ¡Tenemos que ser una comunidad diocesana viva, alegre, positiva, no criticona, que no murmure, que viva en serio, que sirva, que se dé a los demás, que ayude en serio! Eso le pedimos hoy a Jesús, porque es alimento para nosotros pero también es transformación y no podemos quedar igual.

Hoy le pedimos a Dios por la humanidad ¿y saben porque? Porque Jesús dio la vida por la humanidad. La humanidad no se puede destruir y nosotros tenemos que seguir siendo sus discípulos, pero tenemos que mirar siempre al crucificado, al resucitado, al que está vivo, Él es quien nos va a dar la fuerza. Por eso, para un creyente la Eucaristía es el verdadero alimento que nos aleja de la muerte y nos acerca a la vida. “Quien viene a mí, tiene vida”, -como dice el lema de este año- “quien me recibe, tiene vida”

¡Y tenemos que tener vida! ¡No nos podemos dar el lujo de quedarnos en la opacidad, en la mediocridad, en el cansancio, en el abatimiento, en la desesperanza, en la falta de fuerza! No podemos quedarnos allí porque cuando entra Jesús, entra la vida y se va yendo la muerte, todo aquello que es malo, que es negativo, que es pecaminoso, que es oscuro y que debilita o que mata.

Y le pedimos por la Patria. Yo como Obispo quiero pedir, a todos los ciudadanos, que cada uno sepa elegir pensando las cosas importantes para un presente y un futuro. Quiero pedir -a todos los que se presentan como futuros dirigentes en las distintas funciones estatales- que por favor no se peleen, que muestren los proyectos, los planes, pero que no nos traten como nenes chiquitos y que no nos den de comer las cosas que entretienen pero que no son buenas. ¡A buen entendedor, pocas palabras! Proyectos, planes, promesas y cumplimientos.

Que el Señor los bendiga y que la Virgen -la llena de gracia que acompañó a Jesús en el sacrificio y estuvo de pie- siga ayudándonos para que esta Iglesia de Avellaneda Lanús, esta Iglesia en Argentina, sea una Iglesia transparente, viva, con fuerza, con entusiasmo y que ni ninguna comunidad se dé el lujo de agonizar o debilitarse o perderse”, concluyó el Obispo de la Diócesis de Avellaneda Lanús.

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