Hugo Ciciro, un trabajador de arte
Es autor de reconocidas esculturas emplazadas en nuestra ciudad.
Se puede decir que es un todo terreno, pero la definición podría desorientar un poco al lector, porque el término se suele asociar al mundo de los deportes mecánicos. Pero quienes conocen en detalle a Hugo Ciciro comprenden que su amplia trayectoria como artista plástico no se circunscribe solo al ámbito de la escultura, sino también al de la pintura, la escenografía y el fileteado.
Así de completo es el protagonista de esta nota, un hombre que nació con el don de la creatividad y que hizo del arte su esencial medio de expresión.
Hugo Ciciro nació el 5 de marzo de 1962, en Avellaneda. Su feliz infancia transcurrió en el seno de una hermosa familia de tradiciones italianas muy arraigadas, de mesas largas y «comilonas» interminables, donde el trabajo era uno de los valores primordiales.
«Mi papá tal vez no conocía todo esto como para que se le ocurriera llevarme a la escuela de bellas artes. Me mandó a estudiar al Ángel Gallardo. ¿Y sabés cuánto duré ahí? En segundo año, ya no quería saber nada de los libros», recordó Ciciro, quien ya desde chico tenía en claro que su actividad «laboral» no iría por los carriles de la formalidad.
Por aquel rígido mandato que exigía estudiar o trabajar, en su adolescencia Hugo debió ser ayudante de un mecánico que preparaba autos de carrera. «Como mi viejo estaba metido en la mecánica, porque hacía matrices, quería que yo enfilara para ese lado y ¡hasta me aconsejaba que aprendiera carburación!, contó el escultor, a quien nunca le interesaron los autos, a tal punto que ni siquiera aprendió a manejar.
Más allá de los designios familiares, las aspiraciones artísticas del joven Ciciro finalmente lograron imponerse.
«Creo que a todos les pasa lo mismo. De chico empezás con que te gusta dibujar, que es lo más accesible: un lápiz, un papel y a dibujar. Yo me pasaba todo el día, en mi casa, dibujando y pintando. No hacía otra cosa. Tampoco me interesaba el fútbol. Y la escultura me gustó siempre, pero no sabía cómo acceder a ella», comentó el entrevistado, que recién cuando cumplió los 18 años llegó a la Casa de la Cultura de Avellaneda, para materializar sus sueños de ser escultor.
Allí cursó durante 5 años los talleres de Dibujo, Pintura, Escultura, Visión y Composición e Historia del Arte. En paralelo, trabajó en el taller del escultor Julio Vergottini, como su ayudante. Y además realizó los cursos de modelado a la cera, con el maestro Antonio Pujía; y talla, con Ramón Castejón.
En el camino, también aprendió el oficio de filetear, junto a un vecino del barrio, que le enseñó el particular oficio. Por entonces, Hugo fileteaba camiones y colectivos y dibujaba letras en vidrieras y carteles; y hasta llegó a hacer algunos filetes que le encargó el mismísimo Roberto Pérsico, para La Ciudad.
En 1989, Ciciro fue convocado por el prestigioso escultor escenográfico inglés Andrew Holder, para trabajar como ayudante en la realización de las esculturas del film Highlander II; y desde hace 20 años que trabaja en el Teatro Roma, haciendo las escenografías de los espectáculos que se presentan ahí.
El arte de trabajar
«Picasso decía había que trabajar, para que cuando viniera la inspiración, lo encontrara a uno trabajando, y así poder aprovecharla». La cita de Hugo sobre el notable pintor justifica, en parte, el estilo de vida que el escultor avellanedense adoptó.
«No sé lo que es la inspiración (risas). Para mí esto es un trabajo. O por lo menos así me lo tomo. Todos los días estoy acá, (en el taller) entre 4 y cinco horas. Y los fines de semana estoy todo el día, dedicándole tiempo.
Es cierto que a veces las cosas te salen «de una» y en otras, estás horas y no te sale nada. Tal vez eso sea la inspiración…
¡Sabés las cosas que terminé tirando! Porque terminás de hacer algo y no te gusta como quedó, y antes de que ocupe lugar, lo descartás», reconoció el artista, que pretende acondicionar su taller, precisamente para aprovechar mejor los espacios.
Es que el lugar es una de las cosas fundamentales, para alcanzar esa atmósfera creativa. «Yo vengo acá y no jodo a nadie. Mi vieja, pobre, sí me tuvo que aguantar, porque todo esto se lo hacía en la cocina», admitió, con una mueca, mientras señala el revoltijo de cosas de su lugar de trabajo, criteriosamente desordenadas. «No ordeno, porque si lo hago, después no encuentro nada», afirmó contundente.
Tal vez su musa inspiradora provenga de la música clásica y, más precisamente, de la ópera. Su inmensa colección de discos de vinilo con obras de Verdi, Caruso, Wagner, Toscanini y Puccini, entre otros, delata sus preferencias musicales.
Otra de sus pasiones es el boxeo. «Esa es mi perdición», aseguró el escultor, que solía disfrutar de las veladas boxísticas en el Luna Park y alguna vez tuvo la suerte de estrechar su mano con el legendario Muhamad Alí.
Como buen hombre de familia, Hugo formó la propia. Se casó con Emilia (docente), y tuvo dos hijos: Luciano (20) y María Emilia (12).
«Al más grande quería ponerle Enrico, como Caruso, pero mi señora no me dejó porque el único tenor que le gustaba era Pavarotti (de ahí su nombre). Él estudia diseño gráfico y Mili, por suerte también pinta y lo hace muy bien. Me gustaría que alguno de los dos se dedique a lo artístico», expresó el ciudadano destacado de Avellaneda.
De entre sus obras más importantes, sobresalen las siguientes:
Alegoría a la Madre, realizada para la Ciudad de Wilde (1994); la realización del Monumento a Eva Perón, encargo de la Municipalidad de Avellaneda (1995); el diseño y la realización de la Llave de la Ciudad de Avellaneda (1996); la restauración de la Cúpula del Teatro Roma y la realización del Monumento al Papa Juan Pablo II, emplazado frente a la Catedral de Avellaneda (1997) y la restauración del monumento a Nicolás Avellaneda, en la Plaza Alsina.
A lo largo de su rica trayectoria, Ciciro ha participado en innumerables concursos y salones, obteniendo destacadas menciones por su trabajo como escultor; fue premiado como el Artista de Avellaneda, por la Secretaría de Cultura, Educación y Promoción de las Artes y declarado vecino destacado de Sarandí, en el marco de su 109 aniversario.
A la hora de definir sus gustos, Hugo asegura que prefiere modelar antes que tallar y no tiene predilección por algún material en particular. Piedra, madera, yeso, resina poliéster, arcilla. «Cualquier material te permite expresar», sostuvo el escultor, que disfruta haciendo bustos y figuras humanas y que, cada tanto, cuando se cansa de las esculturas, pinta algún cuadro. «Me encanta pintar, aunque reconozco que no soy bueno en eso». (Risas)
A los 50 años, este apasionado trabador del arte sigue haciendo esculturas, pero solo por su propia satisfacción. «No me interesa, en lo más mínimo, exponer mis trabajos. Debería hacerlo, porque esa es la forma de que conozcan mi obra, o que pueda vender algo. Pero hoy no me llama trabajar para una exposición, o para hacer una muestra. A los galeristas no les interesa esto. Pretenden cosas más modernas, novedosas y abstractas. Y lo mío es más clásico y figurativo», concluyó.