Hace un siglo el Ing. Marconi ensayaba transmisiones desde Bernal

Escribe: Ing. Edgardo Cascante.

Año 1910: la memoria colectiva ha registrado a la Infanta Isabel como la visita ilustre que recibió el país ¡tan sólo porque era miembro de la nobleza!. Sin embargo hay un vacío al momento de recordar que en ese mismo año estuvo en Buenos Aires uno de los hombres más brillantes del siglo XX, el Ingeniero Guglielmo Marconi (premio Nóbel de Física, inventor de la radiotelegrafía y la radiofonía).

Propendemos a celebrar los centenarios porque, como diría Borges, tenemos el sistema métrico decimal metido en la mente. Cuantificamos de a diez.

Hace apenas un mes se conmemoraron, con entusiasmo, los 90 años de la radiodifusión pública en nuestro país. Abundaron los pintorescos recuerdos de una época, e interesantes anécdotas artísticas y sociales del trascendente acontecimiento. Pero las circunstancias de orden científico-tecnológico que los posibilitaron no cuentan a la hora de hacer la historia, pues un sector de la clase intelectual supone que la cultura no involucra al conocimiento científico. Craso error.

Más allá de los merecidos homenajes a los pioneros en aquellos micrófonos radiales, es bueno saber que la radio ha sido un producto del ingenio humano; alguien la inventó. Y su inventor también ha sido un hacedor de cultura. Además fue el primer locutor radial de la historia.

El ingeniero electricista italiano G. Marconi, basándose en los legados científicos de los físicos James Maxwell y Heinrich Hertz, tuvo el mérito de desarrollar un dispositivo para propagar una señal radioeléctrica a través del éter (y detectarla). Se requería muchísima inteligencia para trabajar con ondas y elementos intangibles en una época en que no se disponía de las facilidades de la electrónica moderna.

Marconi en persona ha sembrado una semilla en nuestro suelo, ensayando rústicas transmisiones desde Bernal hacia Irlanda y Canadá. Como no disponía de una torre se valió de cometas o barriletes para elevar el hilo metálico que servía como antena.

Su primera transmisión transatlántica experimental entre Europa y Terranova había ocurrido en 1901, pero tempranamente echó su mirada al sur; y en 1905 fletó hacia el puerto de Buenos Aires en el vapor Aragón de la Cía. Royal Maif Steam, sus primeros equipos de telegrafía sin hilos, con el Sr. George Munroe como responsable técnico. El representante local era el Sr. Guillermo Cipriani, con oficinas en San Martín 121 de la Capital Federal. Los equipos llegaron el 7 de octubre de ese año al Dique 4. En 1908 ya estaba establecida en Bernal la “Marconi Wíreless Telegraph Co”. Y la última semana de septiembre de 1910 Marconi en persona se instaló en Bernal, continuando sus experimentos hasta el mes de octubre. Su estada generó la curiosidad y el contagio en algunos jóvenes porteños; por eso en octubre de 1913 el Gobierno ya otorgaba la primera licencia de radioaficionado. Posteriormente se desencadenó la irrupción en Buenos Aires de los primeros “locos de las azoteas”, quienes realizaron las primeras experiencias que culminarían con la radiodifusión pública argentina (y mundial).

La radio (*de radiofonía), o el radio (*de radiorreceptor), ha sido el electrodoméstico más popular. Permitió escuchar óperas a las clases proletarias, e hizo disfrutar de la música popular a las clases ilustradas; facilitó el acceso a la información a miles de analfabetos que no podían leer los periódicos. Sin radiocomunicaciones la historia del siglo XX habría sido diferente.

Hace cien años, Marconi facilitó a la Argentina el honor de ingresar a la reducida lista de países pioneros en la era de la radio.

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