Filiberto Fisher: “Al que madruga, Dios lo ayuda”

Premio “Canillita de oro” por su trayectoria, trabaja en forma incansable, como desde hace 50 años en su puesto de Av. Belgrano y Berutti, dando un gran ejemplo y haciendo honor a ese sabio refrán que reza: “Al que madruga, Dios lo ayuda”.

Son las 6 de la tarde y, poco a poco, comienza a oscurecer. A esta altura el mate está un poco lavado, pero ha sido, como en otras tantas jornadas, un compañero incondicional.

El día va llegando a su fin, pero el ritmo de la avenida Belgrano todavía no amaina.
Sin embargo, en la esquina de la calle Beruti, el puesto de diarios de Filiberto Fisher se vuelve un confortable refugio, entre tanta vorágine.

“Acá hay mucho ruido. Por eso siempre tengo la radio para amortiguar un poco. Después voy a mi casa y me retan porque hablo muy fuerte”, dice don “Fili”, mientras sube un poco más el volumen de su voz, para hacerse oír, ante el incesante tráfico vespertino.

El hombre de 72 años, desde hace 50 que tiene su parada en el lugar. “En algún momento me habré desplazado algunos metros, por reformas, pero siempre estuve acá”, destacó Fisher.

Su historia como canillita, comenzó en su juventud, “por esas vueltas de la vida”, tal como él mismo define. “Resulta que el reparto que tengo era de un vendedor que llevaba los diarios a mi casa cuando mi hermano mayor todavía no había nacido. Yo nací en Gral. Paz. y San Martín. Después del servicio militar, era un poquito duro, en esa época, conseguir trabajo. Y mi hermano me ofreció si quería agarrar el reparto, porque el dueño quería dejar. Después de siete u ocho meses me hice cargo de la parada, que había estado cerrada durante mucho tiempo y aquí me quedé”, cuenta sonriente Fili, como si se tratara de una anécdota menor.

Lo cierto es que durante estas cinco décadas, Filiberto fue un testigo privilegiado de los cambios que sufrió Avellaneda. Las comparaciones de Fili se reiteran a lo largo de la charla, mostrando el contraste entre el ayer y el hoy.
“En una época esto era un desierto. (La avenida) Belgrano era mano y contramano. Y andaba una sola línea de colectivos y nada más. El reparto era a pie. Lo sigo haciendo a pie. En una época usé la bicicleta, pero ahora… Antes había pasillos y yo dejaba la bicicleta afuera. Ahora ya no se puede dejar nada afuera”, dijo, un tanto resignado.

Otro de los cambios visibles para el repartidor de diarios es el aspecto edilicio, porque asegura que la ciudad “creció hacia arriba”. “Antes no había tantas edificaciones. Esta avenida (Belgrano) no tenía ningún edificio alto. Ahora tenemos dos o tres hipermercados… Y estamos a 15 minutos de pleno centro de la capital federal. Es un lugar privilegiado”, resaltó Fisher.

Pero no sólo cambió el entorno. Para Fili también se modificó la manera de trabajar, aunque siempre mantuvo una cierta resistencia. “Hace algunos años uno manejaba todo de palabra. Ahora hay algo que se llama software y eso complicó un poquito más las cosas. Antes se hacía todo manual, y ahora está todo programado y computado. Y yo no le doy bolilla a la tecnología (risas). Tal es así que nunca aprendí a usar la computadora y siempre me embroman con eso, pero hago lo que tengo que hacer, y nada más. El seguimiento siempre lo hacía a mano, con el tema de las publicaciones y devoluciones. Lo que pasa es que antes había 30 o 40 publicaciones y ahora hay 1000 (recalca el número) y mandan de todo: Número de edición, de secuencia, programación, fecha de aparición, precios, costos y cantidades”, explicó el dueño de la parada.

“Con una notebook se podría hacer un control más exacto”, prosiguió Fisher, “pero como yo siempre me manejé solo y de manera independiente calculo que las cosas que se me pierden o que me faltan, las reclamo en su debido tiempo. Digamos que de todo lo que tengo acá, si me preguntás, tendría una eficacia del 90 %. Pero si algo se me pierde, me acuerdo después”, afirmó, con seguridad.

Así como hubo cosas que mutaron de alguna manera, otras se mantuvieron indemnes
con el paso del tiempo. Denominadores comunes de la labor del diariero. “Siempre estoy acá a las 4 y media de la mañana, me voy a mediodía. Vuelvo a la tarde y me voy cerca de las ocho de la noche. Antes tenía abierto todo el día. ahora cierro a la una, me voy a casa a descansar un par de horas y después vuelvo. Eso es religioso. Como también lo es el trabajar durante los siete días de la semana, siempre hay que remarla. En una época se trabajaba muy bien, y uno vivía. Ahora vivo, trabajando como todo el mundo, en una relación casi óptima. Hubiera tenido un palacio, pero sólo tengo una casa”, comentó Fili, dejando en claro que, con su trabajo, ha logrado tener un modesto pasar económico.

Un sacrificio diario
Con unos pocos feriados en el año (el 1º de mayo, el 7 de noviembre (su día), el 25 de diciembre y el 1º de enero), la labor del canillita es muy sacrificada. Lo que para muchos puede resultar tedioso para Fili madrugar es lo más natural de su actividad. “Ya me despierto solo. Incluso ahora, de grande, cada vez duermo menos. El cuerpo no me deja descansar tanto. Pero a las diez y media, once menos cuarto de la noche, se me cierran los ojos”, admite, con una sonrisa.

Pero su expresión se endurece un poco cuando se refiere al desgaste de su físico. Es que los años de cargar diarios, le han pasado factura.
“Ya estuve por dejar dos veces. Mis hijos no querían que siguiera trabajando. Especialmente después del año pasado, cuando me operé de una hernia inguinal y yo no estaba bien. Estaba agotado. Yo les decía: ¿Qué voy a hacer?. ¡En casa los voy a volver locos!. Pero además, tengo la columna hecha bolsa (con hernia de disco declarada hace muchos años), de levantar los paquetes de diarios”, reconoció el repartidor que, por suerte, cuenta con un ayudante que le hace la mayor parte del reparto.

Con algo de nostalgia, don Filiberto recordó el día que compró por primera vez un diario, con dinero de su propio bolsillo. “La primera vez en mi vida que compré el diario fue para ir a ver el sorteo del servicio militar. Ese día fui especialmente a comprarlo para ver qué número me había tocado. A partir de ese momento, empecé a leer los diarios”.

Desde entonces, la lectura se hizo uno de sus hobbies preferidos. “Leo acá, leo en mi casa y en el colectivo también. Siempre me gustó leer. Y dio la casualidad que me tocó esto. Siempre leía Selecciones. También me gustaban las novelas de cowboys y pistoleros, o algún libro de Jack London. Después con el tiempo, lo que caía en mis manos, leía”, contó el canillita.

Aún con el auge de internet y los diarios en formato digital, Fili destacó que tiene clientes “que dejaron de comprar el diario para leerlo por internet pero luego retomaron la compra de la edición en papel porque les gusta el ejercicio de sentarse a leer. Aunque la otra vez me decía un cliente que en un pendrive chiquitito así -aproxima sus dedo índice y pulgar-, tenía un montón de libros guardados, pero no es lo mismo”.

A la hora de hacer un balance, las cuentas de Fili son muy positivas. Rezonga, a veces, cuando su parada de diarios se convierte en oficina de informes. “Me cansé tanto de dar informes que en algún momento dado, o contesto mal -y después me arrepiento- o fuerzo a la gente a que me salude, o me pida por favor y me sepa decir gracias”.

“Pero más allá del poco descanso”, continuó, “este es un trabajo lindo. A mí me gusta la calle y me gusta tratar con la gente”, aseguró Fili, al tiempo que agregó: “No falté nunca. El único día que no trabajé, que avisé a la distribución que no me traiga los diarios, fue cuando falleció mi papá”.

Hace unos diez años -no supo precisarlo con exactitud- el sindicato le dio a Filiberto Fisher el premio “Canillita de oro”, por su trayectoria. Y aún hoy sigue trabajando, incansable, como desde hace 50 años, dando un gran ejemplo y haciendo honor a ese sabio refrán que reza: “Al que madruga, Dios lo ayuda”.

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